Durante el siglo XX el mundo estuvo dividido en dos fracciones que luchaban a muerte: Occidente, liderado por los Estados Unidos, y los países socialistas encabezados por la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Todo lo que ocurría tenía su última explicación en este enfrentamiento y esa sensación de lucha llegó hasta la vida cotidiana.
Omnipresencia. En América Latina, muchos intelectuales y los jóvenes que nos movilizamos en contra de la invasión a Vietnam creíamos que la CIA era omnipresente y que todo lo que hacíamos era examinado e intervenido por los norteamericanos.
Cuando se elegían candidatos para la presidencia de la Federación de Estudiantes Universitarios del Ecuador lo primero que averiguábamos era cuál de ellos tenía el patrocinio del presidente de los Estados Unidos. Si uno de los compañeros tenía un accidente de tránsito, tratábamos de ubicar al agente de la CIA que lo había provocado.
Prevalecía la idea simplona de que nosotros éramos buenos y que el capitalismo estaba dedicado a perseguirnos, nos ocultaba la existencia de los platillos voladores, la lucha de los pueblos por su liberación, trataba de destruir nuestros países. Parecía que los revolucionarios tenían poderes mágicos, que era fácil conmover al mal, que cada discurso de uno de nuestros dirigentes impactaba en el imperio de tal manera que sus líderes se dedicaban a pensar en lo que había dicho.
Es mejor ser libre de teorías absolutas, para acercarse un poco más a la efímera realidad
Cuando se acabó la Guerra Fría se acabó la paranoia, nos dimos cuenta de que los Jefes del Mal nunca se habían enterado de que existíamos, los países comunistas adoptaron el capitalismo como sistema económico, se volvieron muy ricos y en vez de organizar ejércitos formaron empresas para disputar intereses económicos, dejaron de armar grupos guerrilleros y dictaduras represoras.
El Juche. La izquierda de ese entonces tenía como base la fe. No importaba mucho lo que pasaba en la realidad. Despreciaban los números. Sus líderes creían en teorías sin mucha relación con la realidad, basadas en axiomas inconmovibles que los mantenían en pie. Autores como Althusser se dedicaron a la exégesis de los textos de Marx, tratando de encontrar en ellos la verdad. Los chinos elaboraron la teoría del campesinado como protagonista de la revolución, Muamar el Kadafy y otros africanos elucubraron acerca del tránsito de la sociedad tribal al comunismo, en Corea del Norte Kim Il-sung produjo una variante exótica, el Juche.
Marcelo Birmajer es un autor apasionante. En las últimas semanas me vino a la memoria su novela El suplente, que narra la llegada a la estelaridad política de un tal Raúl Merista, que bien podría llamarse Alberto.
Hace poco más de cuatro años, Birmajer publicó en Clarín una nota que se llamó “El telépata”, en la que habló de un grupo revolucionario que mantenía la ideología del Juche. Eran solo seis, nunca fueron a Corea, tampoco los recibió la embajada coreana, pero eran una organización revolucionaria de las miles que actuaban en ese entonces en Argentina.
Birmajer transcribe el testimonio de uno de sus integrantes acerca de una reunión de los revolucionarios con un mago que apareció para ayudarlos. “Me dijo que, luego de una meditada investigación sobre la realidad nacional y las organizaciones revolucionarias, había decidido ofrecernos su poder mental para provocarle telepáticamente un paro cardíaco o un derrame cerebral a López Rega. Estaba de acuerdo en todo con nosotros. López Rega debía morir, era una conclusión largamente macerada: era el principal obstáculo contra el triunfo de la ideología Juche. Me convenció. Le di vía libre, pero con una condición: debía perder todo contacto con la organización, y solo conectarse conmigo cuando hubiera llevado a cabo su plan; entonces, lo reivindicaríamos”. “El primero de julio por la mañana el telépata tocó el timbre de mi casa. ¿Cómo sabía dónde vivía? Salí medio dormido y me dijo: ‘Tenemos que hablar’. Miré para los costados y lo hice pasar. Parecía saber dónde estaba cada cosa en mi casa. Tomamos un café. ‘Le pifié’, me dijo el telépata; ‘No te entiendo’, respondí. ‘Le erré al blanco. Le di al blanco equivocado’. agregó. Hizo con la cabeza un gesto de que ya no había nada que hacer, y se marchó. Nunca más supimos de él. Ese mediodía se anunció la muerte de Perón. López Rega apareció vivito y coleando, junto a Isabel presidenta”.
El trotskismo intergaláctico. Homero Cristali fue jugador de fútbol y zapatero, hijo de inmigrantes, nació en Argentina y usó como nombre de guerra el de J. Posadas. Fue miembro del Partido de la Revolución Socialista, que se afilió a la Cuarta Internacional Trotskista. Cuando esta se dividió se fue con la fracción de Michel Pablo, a quien apoyó con tropa propia en Argentina, Brasil, Bolivia y Cuba. En 1961, solo dos años después del triunfo de la revolución, el posadismo se pronunció en contra de Fidel Castro y poco después formó su propia Internacional, conocida como la Cuarta Internacional Posadista, que tuvo presencia en una decena de países de América Latina.
Posadas, que vivía en Mendoza, contactó con los tripulantes de platos voladores que procedían de una civilización en la que las fuerzas productivas se habían desarrollado tanto que tenían que ser, según Posadas, “seres definitivamente internacionalistas, interplanetarios y, por lo tanto, lo propio era que los llamáramos ‘compañeros’ y que junto con ellos articuláramos una solidaridad superior, una solidaridad intergaláctica, un comunismo verdaderamente universal. Ellos creían que una guerra nuclear era inevitable pero que propiciaría el surgimiento de un comunismo más limpio desde sus raíces”. En 1969 Posadas lanzó la alarma: se desataba la guerra atómica. Acompañé en Ecuador a un grupo de posadistas que excavaron refugios para prepararse para la construcción del comunismo después del holocausto nuclear.
Decía Posadas en su manifiesto: “Después que la destrucción comience, las masas van a emerger en todos los países en poco tiempo, en unas horas. El capitalismo no podrá defenderse en una guerra atómica excepto ocultándose en cuevas e intentando destruir todo lo que pueda. Las masas, por el contrario, van a salir, tendrán que salir, porque será la única manera de sobrevivir, derrotando al enemigo (…) El aparato del capitalismo, la policía, el ejército, no podrán resistirse… Será necesario organizar el poder de los trabajadores inmediatamente”. En 1968, en su libro Los platillos voladores, el proceso de la materia y la energía, la ciencia, la lucha de clases revolucionaria y el futuro de la humanidad Posadas dice: “Es necesario decir a los seres de otros mundos, si aparecen, que deben intervenir ya, colaborar con los habitantes de la Tierra para suprimir la miseria, es necesario hacerles ese llamado”.
Chávez y el agua. El 22 de marzo de 2011, cuando se celebraba el Día Internacional del Agua, Hugo Chávez dijo que las reservas de agua dulce en América del Sur son las mayores del sistema solar “porque (en otros planetas) no se ha conseguido agua, o no se ha visto agua, a lo mejor un vapor de agua en Marte creo que recogieron, un vaporcito de agua. En Marte, yo siempre he dicho, u oído, no sería extraño que haya habido civilización, pero a lo mejor llegó allá el capitalismo, llegó el imperialismo, y acabó con ese planeta”. Cuando algunos del público rieron, Chávez se puso muy serio y dijo: “Ojo, cuidado, miren que hoy, aquí, ya, en el planeta Tierra, donde hubo hace cientos de años o menos grandes bosques, lo que hay ahora son desiertos, donde hubo grandes ríos, lo que hay son desiertos, en muchas partes del planeta. Hay un proceso de desertización que pone en riesgo la vida sobre el planeta en el mediano plazo”. Para él era obvio que el Sahara, que fue tierra fértil, se convirtió en desierto por obra del capitalismo.
El vínculo de la filosofía de Hugo Chávez con el posadismo, el hombre que lo puso en contacto con los destrozos ocasionados por el capitalismo en el sistema solar, era Carlos León Cristalli, conocido como “Joel Horacio”, un heredero de J. Posadas, asesor personal del ex piquetero y dirigente kirchnerista argentino Luis D’Elía y, por carácter transitivo, también hombre de consulta de Chávez. Carlos “Joel” León preside el Círculo Bolivariano Argentino, es el máximo dirigente del buró de la Cuarta Internacional Posadista y corresponsal en Buenos Aires del semanario Temas, una revista chavista.
Realidad. Los sistemas de pensamiento político que no contrastan sus ideas con la realidad son así. Marx fue un intelectual del siglo XIX, que hizo un sistema que explicaba todo y que creía haber llegado a la verdad. No era capaz de vivir fuera de su sistema. Es mejor ser libre de teorías absolutas. Es mejor para poder dormir bien y acercarse un poco a la efímera realidad.
Hemos vivido la segunda gran revolución tecnológica, que lo cambió todo, como la Industrial de hace dos siglos. No solo se ha producido una cantidad de riqueza descomunal, sino que vamos de la sociedad industrial, en la que todos luchaban por la riqueza, a una sociedad de la abundancia. La evolución se aceleró y entre los Homo sapiens y las máquinas nacen nuevas especies. Necesitamos estudiar, es lógico que cambiemos y pensemos de otra manera. Los intelectuales, como nunca, deben ser subversivos para ayudar a que la sociedad se adapte al nuevo mundo que ya está entre nosotros.
*Profesor de la GWU. Miembro del Club Político Argentino.