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No puedo respirar

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En la última semana, el guion de la pandemia terminó de acoplarse a su profecía: la película Contagion (2011) de Steven Soderberg. Con ciudades bajo ley marcial, militares en las calles y saqueos, Estados Unidos se sumió en el caos. El detonante no fue el desabastecimiento, como en el film, si no algo mucho más realista: la espantosa muerte de George Floyd, asfixiado bajo la rodilla de un policía, mientras otros tres policías miran. No escuchan al hombre esposado y torturado que ruega por su vida, ni se explica por qué había que tenerlo más de seis minutos en esa posición.

Por estos días, el Crew Dragon diseñado por Elon Musk llegó a la Estación Espacial. Elon creció en Sudáfrica durante el Apartheid sudafricano, y en su biografía podemos leer que su privilegio no fue gratuito: su padre solía castigarlo brutalmente. Elon tuvo una infancia triste a manos de la disciplina cruel de su padre; en la actualidad, no le permite ver a sus siete nietos. Su abuela piloteaba aviones y su abuelo los construía; Elon se siente tan parte del linaje biológico de la técnica que bautizó a su hijo “XÆ A12”. X es la variable desconocida, explicó Grimes, la mamá; A12 es un avión de Lockheed, eje del complejo industrial militar. Grimes describe a este avión, su hijo: “Sin armas, sin defensas, pura velocidad. Genial en la batalla, sin violencia”. Elon se siente tan uno con la máquina que da a luz a un avión.

Elon pudo sacarse de encima la rodilla de su padre, pero sufrió secuelas. Aprendió a abstraerse, sugiere la biografía, durante esos castigos, “cosas habituales de hombres de esa época”. Pero George Floyd, o cualquier persona negra, sabe que cualquier blanco con poder se cree con derecho a ponerle una rodilla encima, y que dependa de su voluntad si vive o no. Ese racismo sistémico ha terminado por organizar la campaña de Trump para su reelección. Mientras el Crew Dragon subía por los cielos, Donald Trump descendía a un búnker. El golfista se sienta y espera. La falta de condena a los asesinos desata una ola de caos, donde Trump vuelve uno con su tuit: ¡Ley y Orden! Como señaló Borges, en Estados Unidos los policiales funcionan porque el lector norteamericano se identifica con el Estado y la policía, siempre; Trump lo sabe.

Elon pudo sobrevivir a su hombre blanco; después de todo, era solo uno. En Estados Unidos la batalla de la diversidad y la inclusión no atacó el problema de base: la marginalidad y falta de contención social en las comunidades “de color”. En la Argentina, la muerte de Luis Espinoza a manos de la policía de Tucumán en cuarentena encuentra mutismo en el Gobierno y sus aliados. “No puedo respirar”, “me duele todo”, “van a matarme” fueron las últimas frases de Floyd; no conocemos las de Luis. Los antiguos militantes por el pálido Santiago Maldonado callan el crimen del tucumano; solo Nora Cortiñas invocó a los derechos humanos.