Nuestro planeta ha sido hospitalario con la vida, con hermosísimas zonas donde alojar poblaciones, lagos, ríos, cascadas, bosques y una tierra donde cultivar, pero también ha sido implacable con los desastres naturales, sequías, terremotos, erupciones volcánicas, tsunamis, diluvios, inundaciones.
Las sociedades han creado límites, fronteras, leyes, para la seguridad de los habitantes, pero esas mismas creaciones evitan la libre movilidad del hombre. La política, la discriminación, la pobreza, la esclavitud, el hambre, las guerras y las pestes obligan a millones de personas a buscar un mejor destino.
Debemos tomar conciencia de que las migraciones han sido, desde el comienzo de la vida, algo común a todas las especies vivas: animales, humanos y vegetales. En busca de alimentos, reproducción, huyendo de tragedias y con esperanzas de una mejor vida, puertos, aeropuertos y caminos se llenan año a año de millones de emigrantes humanos.
En estos casos el adiós es un daño y el silencio, a veces, un resguardo.
Parten, arrancando raíces, dejando recuerdos, amores y alegrías, cargando con confianzas deshilachadas y brotes de esperanza.
Los nómades aparecen en este presente, de tecnologías que prometen mejor vida, multiplicándose con desesperanzas. Abandonando niños en las fronteras, perdiendo sus vidas en naves precarias, hundiendo sus perspectivas en mares que son sus sepulcros.
El desarraigo no es fácil.
Largas y dolorosas filas de niños, jóvenes y ancianos huyen de sus casas o regiones, simplemente para subsistir.
Las cifras son impresionantes. Cifras que no terminaríamos de enumerar si comenzáramos a hacerlo. Tristeza, dolor e historias terribles de cada ser humano aumentan los niveles de angustia en nuestra conciencia colectiva. Se van con las alas quebradas, llorando caminos, marchan y, lamentablemente, muchos no llegan a destino.
Pero en la actualidad, la libertad de transitar el planeta está controlada por los distintos países. Los seres humanos dependen de las condiciones legales existentes, en las regiones adonde arriben. Si no se tuvieran en cuenta estas circunstancias, leyes y decretos, la llegada de ellos sería legalmente una invasión. Las causas de emigrar son serias y graves. Necesitan urgentemente políticas internacionales que faciliten la ubicación y sus traslados con las seguridades necesarias para la supervivencia de esta población tan necesitada. De por sí, están sufriendo, no solamente desconsuelos, discriminaciones y tristezas sino que, mentalmente, necesitan contención social y sanitaria, con políticas flexibles de los países destinatarios.
La ignominia de los inocentes silenciosos
Hay informes del BBVA Research, de que la migración venezolana en Perú aumentó el PBI de este país receptor, generado por los trabajadores venezolanos. Existe una reciprocidad cuando el migrante envía remesas a los familiares que quedaron llorando sus ausencias.
Esto crea un sistema beneficioso de intercambio mutuo y no un problema para ambas regiones. El ejemplo más claro es entre México y Estados Unidos, pero hay muchos más en el mundo.
La emigración no es tema para hablar en blanco y negro. Tiene miles de matices, aristas y dimensiones. Provoca nuevas dinámicas e intercambios culturales, mestizaje, costumbres, tradiciones, enriquecimientos del idioma, la gastronomía y el arte.
Una tarea ineludible de los Estados es responsabilizarse de esta creciente población desprotegida, abastecer su consumo, el cuidado de su salud, crear y ofrecer puestos de empleos y facilitarles la integración educativa. Darles tierras para cultivar, edificar, comenzar pueblos, vecindarios y brindar oportunidades a quienes las necesitan. No debemos olvidar los derechos humanos (art. 13 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, derecho a la libre circulación) que, por sobre todo, está el deber de cuidar y proteger a cualquier persona necesitada, y que muchas historias de emigrantes terminan con éxitos. Hay lugares donde la devastación y el cataclismo se enfrentaron con la existencia y el milagro, ganando este último la partida.
* Escritora uruguaya residente en Argentina.