En alguna parte Henri Bergson dice algo que siempre me pareció extraordinario, útil para pensar en diferentes contextos: “Si existe una oscilación alrededor de una posición media, una suerte de movimiento pendular, el péndulo, en lo que atañe a la sociedad, está dotado de memoria y el fenómeno ya no es el mismo a la vuelta que a la ida”. No sé por qué, pero creo que se puede asociar esa frase con otra, crucial, de Silvia Schwarzböck en Los monstruos más fríos: “Lo que queda sin responder, en la segunda mitad del siglo XX, es qué es lo que las masas guardan, después de la experiencia fascista, como su secreto”. La sociedad va de una manera, vuelve de otra, pero con el recuerdo de lo que fue. Algo de eso se está jugando, en una dirección o en otra, en la Argentina de estos días.
Pensaba también en Héctor Libertella, en cómo sus textos pasan de la ruptura a la resistencia: cada uno de esos polos contiene la memoria de su antagonista, de su contrario. El método en Libertella es el del doble vínculo, la ausencia de síntesis. En la fricción entre hermetismo y comunicación, entre autonomía y mercado, entre vanguardia y posvanguardia. Pero no debe entenderse esa fricción como una forma de convivencia (incluso en tensión) entre esos dos extremos, sino al contrario, como la imposibilidad de esa convivencia dentro del texto, la imposibilidad de esa simultaneidad, de esa doble existencia. Ninguna de las metáforas a las que nos tiene acostumbrados la sociología funcionan en Libertella: estos dos polos no se articulan, no se estructuran, no se posicionan; no se aloja allí ninguna dialéctica. La escritura de Libertella lleva al extremo esa doble imposibilidad, la imposibilidad de la memoria y la de la vanguardia. La suya es la escritura de esa imposibilidad.
Todo ocurre como si Libertella conociera la frase de Bergson y, por lo tanto, escribir es siempre tomar en cuenta la estrategia potencial, la próxima jugada, la respuesta del rival. La literatura va y viene, y viene con la memoria de lo que fue. Ese movimiento se lleva a cabo bajo el modo de la sospecha; sospecha de ese nuevo movimiento, de sus efectos, del paso siguiente. Quiero decir: en el instante en que Libertella señala lo nuevo, en el momento mismo en que designa la novedad, se prepara también para desafiar el carácter instituyente de ese gesto.
Me temo que estoy siendo críptico. ¿Será la influencia de Libertella? Esto es un diario y los lectores tienen que entender lo que los columnistas escribimos. ¿Es así? Yo leí uno a uno, durante estos cuatro años, todos los editoriales de los columnistas políticos de Clarín y nunca entendí si hablaban en serio o en broma. Era el chiste que no hacía reír a nadie. La broma mortuoria sobre todos nosotros. La broma consistía en reírse en nuestras caras. ¿Y ahora? Se está terminando la larga risa de todos estos años. La frase obviamente no es mía, es de Fogwill. Ahora que me acuerdo, él me habló de la frase de Bergson. ¿Dónde la habrá leído? Imposible saberlo. Cierta vez un escritor dijo que Fogwill había escrito uno o dos de los mejores cuentos de la literatura argentina. A Fogwill le disgustó el comentario: le pareció poco. Y probablemente tenía razón. Con Fogwill y con Libertella era imposible hablar de un tema, de un solo tema. Se hablaba de temas diversos, que iban y venían, con la memoria de lo que fue.