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Votar no es jugar a los dados

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Urna. Lo que está en cuestión no es solo el interés personal, sino también el devenir colectivo. | NA

El derecho romano prohibía a los generales, en el siglo I, antes de Cristo, cruzar el río Rubicón con sus tropas en armas. Quien lo hacía invadía Italia y declaraba la guerra. Julio César, gobernador de las Galias, llegó el 11 de febrero del año 49 a.C. a la ribera de ese río con su ejército y se enfrentó a un dramático dilema. ¿Cruzar o no cruzar? Hacerlo significaba convertirse en enemigo de la República e iniciar la contienda. En la noche de ese día decidió cruzarlo. Una vez al otro lado gritó ante sus hombres, según cuenta la leyenda, la célebre frase en latín: ¡Alea iacta est!, sobre cuya traducción hay varias teorías. Según una de ellas se trata de “La suerte está echada”. Según otra “Los dados han sido tirados” (el juego de dados hechos de hueso era muy popular en la Roma de entonces). En todos los casos significaba (significa aún) que no había vuelta atrás.

La docilidad del miedo

Todo empezó cuando, tras conquistar las Galias, César fue citado a Roma por el Senado a instancias de Pompeyo, su antiguo aliado, que ahora temía verlo como un próximo tirano aceptado como tal por las masas a raíz de sus victorias militares. La orden lo instaba a que se presentara solo, sin su ejército. César la desobedeció porque sospechaba que se lo convocaba para quitarle el mando y la posibilidad de ser cónsul. Los cónsules eran los más altos magistrados, había dos y se renovaban anualmente. Al cruzar el Rubicón (río de escasa profundidad) y marchar hacia Roma inició una larga guerra civil que solo terminó cuando Pompeyo, que se había refugiado en Egipto, fue capturado y decapitado. César recibió con llanto la cabeza de su examigo, mientras se hacía del poder e iniciaba una serie de reformas para terminar con la ya debilitada República y darle vía libre a su sueño de absolutismo. Convertido en dictador (título así aceptado), se le atribuye haber dicho: “La República no es nada, es sólo un nombre sin cuerpo ni figura”. Eso, y su manejo discrecional del poder, aceleraron la conjura republicana en su contra liderada por Casio, Bruto y Casca, que culminó cuando fue citado al Senado el 15 de marzo de 44 (a.C.) para discutir la guerra contra los partos (gobernantes de la antigua Persia). Allí fue apuñalado por Bruto, hijo de una de sus amantes a quien él trataba como propio. Recibió veintitrés puñaladas. En una reunión de urgencia, dos días después, el Senado cedió el poder a Marco Antonio, hasta entonces cónsul junto a César. Marco Antonio abolió la dictadura, pero no restauró la República, sino que, en los hechos, actuó como dictador. Se suicidó catorce años después, creyendo erróneamente que lo mismo había hecho Cleopatra (su legendaria amante). Para entonces el poder ya había pasado a manos de Octaviano, quien, con el nombre de César Augusto, sería el primer emperador oficial de Roma. Moría la República.

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Un dilema trágico

Una vez que se cruza el Rubicón y se echan los dados, no hay retorno. Cada persona, cada ciudadano, se encuentra con más de un Rubicón por cruzar y con más de una carta por echar a lo largo de su vida personal e íntima y de su vida ciudadana y pública. Millones de argentinos se encuentran ahora como Julio César en aquella noche del 11 de febrero de 49 (a.C.). Como él tomarán una decisión irreversible y, como él, tras depositar el sobre en la urna podrán decir ¡Alea iacta est! Pero, así como Albert Einstein afirmó que Dios no juega a los dados, en este caso tampoco se trata de un juego de azar.

Cuando se tiran dados el azar es protagonista central y puede inclinarse en favor o en contra del jugador. Cuando se deposita un voto la responsabilidad reemplaza al azar. No es un juego, y lo que está en cuestión no es solo el interés personal, sino también el devenir colectivo. Demasiado, como para que lo decida el miedo. Se puede elegir al próximo César (la historia no deja de ofrecer nuevas versiones de aquel dictador original, capaz de enamorar a las masas que luego sojuzgaría) o se puede repasar y sostener los fundamentos republicanos que permitan convivir en una sociedad imperfecta, pero dotada del sistema inmunológico que le impida caer en manos de quien sueña con un poder absoluto. No es suerte, no son dados.

*Periodista y escritor.