El confinamiento extremo de la infancia es gravísimo. Abruptamente fueron aislados, arrancados de sus rutinas, dejaron de ver a sus amigos, a sus abuelos, incluso muchos de ellos -en el caso de padres separados- dejaron de ver a sus mamás o sus papás.
Muchos, muchísimos, no ven la luz del sol desde hace un mes, no juegan, no corren, no respiran aire puro, lloran, no entienden (son nenes).
Nadie los aplaude, nadie reclama por ellos y sus derechos, sus opiniones no influyen, no son escuchadas, no son tenidas en cuenta, es que no están organizados bajo ninguna Cámara con poder de lobby.
El esfuerzo de los niños y niñas es descomunal, se les exige una actitud heroica y pocos reparan en las consecuencias sobre su salud física y emocional. Es perturbador jurídicamente que la única vara para medir la vulnerabilidad sea el Covid-19.
El esfuerzo de los niños y niñas es descomunal, se les exige una actitud heroica y pocos reparan en las consecuencias sobre su salud física y emocional
Hace unos días el Comité de los Derechos del Niño, órgano que se encarga de supervisar la Convención de los Derechos del Niño, que vale recordar, tiene rango y jerarquía constitucional en nuestro sistema jurídico-político, (art 75, inc 22) formuló a los Estados miembro una serie de recomendaciones y a su vez les advirtió sobre el “grave impacto físico, emocional y psicológico” que provoca el confinamiento obligatorio en los niños.
El Comité, específica y expresamente, reclamó a los Estados miembro que adopten “soluciones creativas y alternativas”.
Señaló que deben garantizar que las respuestas a la pandemia, incluida las restricciones, deben respetar el principio del interés superior del niño.
Además - como adelanté párrafos atrás- en el marco de la emergencia sanitaria y la cuarentena obligatoria, el Comité recomendó que los Estados deben promover soluciones “alternativas y creativas para que los niños disfruten de sus derechos de descanso, ocio, recreación” y que deben incluir: “actividades supervisadas al aire libre al menos una vez al día” respetando protocolos de “distancia física y otras normas de higiene”. Muchos países lo están instrumentando.
Infancia en cuarentena: rutina, aprendizajes y contención emocional
La sociedad adulta, más allá de emergencia y cataclismos, tiene el deber moral de proteger a los niños, pues insisto: la única vara de vulnerabilidad no es el Covid-19, incluso la vulnerabilidad de la niñez se incrementa aún más por las múltiples consecuencias de la pandemia en sus propias vidas, tal vez los infectologos, epidemiólogos y abogados penalistas que han monopolizado el discurso público deban ceder un poco de espacio a algún pediatra, psicólogo infantil y especialista en derechos de la infancia. La pluralidad de voces y enfoques siempre ayuda a sensibilizar y tomar conciencia.
Pero además, no es solo lo establecido por la Convención de los Derechos del Niño, también el art. 75, inc 23 del texto constitucional impone al Estado el “deber de promover medidas de acción positivas que garanticen (...) la igualdad real de trato y el pleno goce y ejercicio de los derechos reconocidos por esta Constitución y por los tratados internacionales vigentes sobre derechos humanos, en particular respecto de los niños...”