CULTURA
TERROR ARGENTinO

El viejo espanto nuevo

Las producciones literarias actuales, impulsadas por cierto sentimiento de época, encuentran posibilidades narrativas inesperadas en un género poco cultivado entre los escritores locales.

| Joaquin Temes

Narradores y editores coinciden en que el género de la literatura de terror está aún poco desarrollado en la Argentina. Los lectores suelen hojear antologías que presentan los mismos nombres, si no se da el caso de que, en un intento honorable por establecer una genealogía del relato de terror local, algunas editoriales repitan los mismos cuentos de Eduardo Holmberg, Leopoldo Lugones y Horacio Quiroga. Por supuesto, el pasado no puede cambiarse, aunque tal vez sí las maneras de leerlo; sin embargo, las producciones literarias actuales, impulsadas por cierto sentimiento de época que asocia más claramente el terror con otras series sociales, como la política, la tecnología, el culto religioso y el entretenimiento, encuentran posibilidades narrativas inesperadas en un género poco cultivado entre los escritores argentinos, apasionados por el realismo de denuncia o de impronta subjetiva.
“Sospecho que no interesa como género –dice Nicolás Correa, autor de Súcubo e Incubo, dos novelas publicadas por Wu Wei que integran la trilogía La trinidad de la antigua serpiente, que fusiona el satanismo con anécdotas de presos y punteros políticos del Conurbano–. Las aproximaciones que pude leer son más bien tímidas y aburridas. De repente, Mariana Enríquez tiene momentos donde adscribe al género de una manera magistral, lo mismo que Juan José Burzi, pero realmente pasan otras cosas en esas propuestas. Hay otros elementos que nada tienen que ver con el género. Sospecho que los clásicos del terror argentino no se han escrito, o se están escribiendo en este momento. Hay una gran inocencia a la hora de retomar los modelos del género, es decir, no se piensa más que en reproducirlos. Lo más importante del género se está escribiendo ahora”.
Terror criollo. Mariana Enríquez, además de difusora del género con sus crónicas literarias y cinematográficas, es una de las pocas autoras, junto con Correa y Elvio Gandolfo, que adscribe al terror sin reticencias. La autora de Los peligros de fumar en la cama, Bajar es lo peor y el libro sobre sus visitas a cementerios Alguien camina sobre tu tumba coincide con Correa cuando apunta que por el momento sólo se producen textos aislados en el circuito editorial convencional. “Está Muerde Muertos, el sello de los hermanos Marcos; está Patricio Chaija, Diego Arandojo y después escritores que incursionan con algunos relatos o incluso novelas, de Burzi a Gandolfo o Gustavo Nielsen, pero yo no los consideraría de terror solamente. Como no me considero a mí misma una escritora exclusiva de terror –advierte–, aunque no tengo prejuicio alguno con que se me llame así. Mis escritores favoritos hacen terror y gótico. Yo lo acriollo pero solamente porque no me queda otra: desde Stephen King, Straub, Patrick McGrath, Shirley Jackson, el terror ya no es un género codificado y se adapta a las realidades o estados mentales de los autores, en cualquier latitud o neurosis. Es muy maleable, porque apenas necesita el miedo como elemento; las temáticas sobrenaturales o el gore dependen del autor”. Autores como Esteban Castromán (Brujería), Leonardo Oyola (Santería) y Samanta Schweblin (Distancia de rescate), entre otros, utilizan con diferentes fines recursos del terror en sus ficciones.
Las esferas invisibles, el libro de Diego Muzzio publicado por Entropía hace pocos meses, causó sorpresa por el cuidado equilibrio entre una escritura tersa y unas historias bien logradas, todas ellas ambientadas en Buenos Aires durante la epidemia de fiebre amarilla en el siglo XIX. Las tres nouvelles de Las esferas invisibles poseen un crescendo que el autor logra por el manejo de fuerzas oscuras, apenas insinuadas en los acontecimientos (sin contar la conciencia perturbada de los protagonistas). “No me considero un escritor abocado al género de terror. También escribo poesía y libros para chicos, y mis libros para adultos no se centran exclusivamente en el género. Pero sí es verdad que el tema siempre me interesó y que he leído con mucho placer literatura de terror y gótica. De hecho, unas de mis primeras lecturas fueron los cuentos de Poe y Lovecraft. Pero resulta difícil encontrar buena literatura de terror; quiero decir, escritores más interesados en sugerir que en mostrar lo que normalmente se considera algo terrorífico. En Las esferas invisibles está presente el temor al demonio, a los fantasmas y a la muerte, pero también el miedo a la inmortalidad. Esos son los temores que se desarrollan en cada una de las nouvelles que componen el libro. Son temas clásicos dentro del género”.

Una literatura aterradora. Ana María Shua acaba de publicar en el sello español Páginas de Espuma su libro Temporada de fantasmas, un conjunto de microrrelatos protagonizados por seres similares a “medusas de sentido”, entre los que se cuelan el miedo, el horror y el humor. Shua ha escrito varias obras de terror para niños, entre ellas best-sellers como El show de los muertos vivos y La fábrica del terror. “El terror como género, hoy, en la Argentina, interesa sobre todo a los chicos ­−dice−. Mis cuentos de terror para chicos juegan con historias y seres sobrenaturales tomados de los más diversos pueblos. Algunos son adaptaciones, otros son de mi propia invención, pero todos se apoyan en creencias preexistentes, es decir, parten de un trabajo de investigación.  Como género, el cuento de terror es limitado. La literatura aterradora, en cambio, no tiene límites. Muchos encuentran terroríficos algunos de mis cuentos o de mis microrrelatos, pero creo  que desbordan los límites del género. ¡Al menos, eso espero!”
Uno de los pocos sellos locales que publican literatura de terror es Muerde Muertos, de los hermanos Carlos y José María Marcos. La editorial nació con el objetivo de difundir a autores que se dedican al terror, el erotismo, lo fantástico y obras afines. Esa mirada ambivalente confluye en el nombre de la editorial: “Muerde” (por lo erótico) y “Muertos” (por el terror), en una manera de renombrar las relaciones que se dan entre el miedo y el deseo, entre la vida y la muerte, entre las luces y las sombras. “Junto con mi hermano Carlos, escribimos una novela que se llama Muerde muertos (de 2012), con la que buscábamos poner en escena esta visión –comenta José María Marcos–. Nuestra idea no sólo es promover a los autores que editamos, sino también reivindicar a escritores que tengan una mirada afín y convocarlos a compartir actividades. En otras palabras, la editorial nació para editar libros y para generar un espacio desde donde promover el valor de esta narrativa, que podría resumirse en dos cuestiones, aun cuando haya más: las buenas obras de horror generan lectores y, además, el género brinda una libertad creativa para revisar lo convencional, lo establecido, los tabúes, y se transforma en un campo propicio para volver a pensar la realidad”. Consultados por su experiencia en un fenómeno creciente, comentan: “Participamos en muchas ferias (Buenos Aires, Viedma, Virrey del Pino, Chaco, Mar del Plata, etcétera) y festivales (Azabache, BAN!, Córdoba Mata, Feria del Libro Heavy, Buenos Aires Rojo Sangre), donde hemos ido descubriendo el interés por lo que nos apasiona. Igualmente, es justo decir que en la literatura argentina existe una larga tradición en este campo y, de hecho, la mayoría de nuestros grandes autores incursionaron en el género. Quizá la diferencia notoria es que hoy existe una recuperación del terror como otra posibilidad de leer la realidad, de construir fantasías que expliquen y traten de denominar a esos fantasmas, a esos hilos irracionales que, escondidos detrás de la razón, condicionan las relaciones humanas. Muchos lectores y escritores están descubriendo un campo que antes ni siquiera consideraban. Hasta no hace tanto, y eso lo reconocen muchos que provienen de tradiciones más conservadoras, Stephen King era leído a escondidas”. Entre los autores publicados por Muerde Muertos, en antologías y obras, figuran Enríquez, Gustavo Nielsen, Walter Iannelli (fallecido en 2014) o Alberto Ramponelli. Este último posee una trilogía gótica compuesta por las novelas El último fuego, Viene con la noche y Apuntes para una biografía, que merece un lugar destacado en la literatura contemporánea. También publicaron textos de Alejandra Zina, Patricio Chaija (compilador de Osario común. Summa de fantasía y horror, de 2013), Lucas Berruezo (Los hombres malos usan sombrero, de 2015), Marisa Vicentini (autora de El fantasma del rosario, 2014), Jorge Baradit, Sebastián Chilano, Fabio Ferreras, Pablo Schuff, Pablo Tolosa, Claudia Cortalezzi, Ignacio Román González, Gerardo Quiroga, Ricardo Giorno, César Cruz Ortega, Emiliano Vuela, Fernando Figueras, Pablo Gaiano, Pablo Martínez Burkett y Marcelo Guerrieri.
Otros indicios de esa pasión son varias actividades extraliterarias, como la participación de escritores y lectores en las dos primeras ediciones del Encuentro Internacional de Literatura Fantástica, organizado por la Biblioteca Nacional y la UBA, o el festival de cine Buenos Aires Rojo Sangre (BARS), que abrió un ciclo de charlas sobre literatura, e incluso la Jornada sobre Zombis y Fantasmas en la Literatura Argentina organizada por el Proyecto Ubacyt “Figuraciones del miedo: cuerpos y fantasmas de la literatura argentina”, que dirigen Pablo Ansolabehere y Sandra Gasparini. A ellas se suma la circulación de revistas y fanzines como Quinta Dimensión y Cinefanía Macabra, que acercan ensayos, reseñas y ficciones nacionales y extranjeras.

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

Historia del miedo. Pablo Ansolabehere, en un estudio ya clásico de 2012 (Formas del terror en la literatura argentina), distinguió tres momentos en el desarrollo de la literatura de terror nacional. Uno, a mediados del siglo XIX, dominado por la figura de Rosas, fue simultáneo al apogeo de escritores notables del hemisferio norte como Mary Shelley, E.T.A. Hoffmann y Edgar Allan Poe. En esos años en la Argentina, afirma Ansolabehere, “el relato de terror sólo aflora a través de algunos de sus rasgos, formando parte de otro tipo de géneros, donde el eje es la política, ya sea un ensayo biográfico (Facundo), una novela (Amalia), un cuento (El matadero). Pero si hay que buscar en el Río de la Plata un género donde la tradición gótica está presente de manera más directa, ese género es la poesía, como puede verificarse en Avellaneda (1849), de Echeverría, o en una parte considerable de la obra poética de José Rivera Indarte, el autor de Tablas de sangre”. El segundo momento corresponde a las dos últimas décadas del siglo XIX, período de consolidación del Estado nacional y de creciente presencia de la cultura científica. En las ficciones de Holmberg o en las crónicas de viajeros y expedicionarios durante la conquista del desierto (entre ellos, Alfred Ebelot, Lucio Mansilla, Ramón Lista) colisionan espiritualismo, tecnología y materialismo. “Aparecidos, muertes inexplicables, sombras de indios, ánimas del desierto, desertores fantasmatizados, presagios de los soldados, temor a lo desconocido y al abismo del paisaje en el que se internaban las expediciones militares compilan un anecdotario del terror que la narrativa captura y muestra en sus costados más crudos y al mismo tiempo trata de racionalizar a través del disciplinamiento y la profesionalización de las milicias”, señala el autor. Esa línea narrativa aparecerá parodiada años después en obras de César Aira y Sergio Bizzio (que le añade extraterrestres). El tercer momento se vincula con la última dictadura militar argentina (1976-1983). “De las múltiples posibilidades de abordar el terror en relación con la dictadura, nos interesa la indagación de los vínculos entre distintos géneros y formas de representación del terror de Estado”, señalan los autores y citan textos de Martín Kohan y Luis Gusmán. Para seguir de manera improvisada una historia del género local, si se añade un cuarto momento coronado por las obras de Alberto Laiseca y Charlie Feiling, se podría arriesgar que el quinto momento del género de terror en la Argentina, el actual, consiste en una apropiación del formato como tal, sin sesgos políticos o sociales que lo determinen o justifiquen y nutrido por una tradición apuntalada por relecturas, series televisivas, películas y otros consumos culturales. Liberado de restricciones y de la cadena de préstamos entre un género minoritario y otros consagrados, el terror local promete más y mejores sustos.