Los recuerdos de mi infancia, son como ráfagas del pasado que se hacen presentes en un aquí y ahora. Así llega la imagen vívida de un niño en una pintura. Tiene el pelo desordenado, los ojos color miel de mirada triste, sus ropas harapientas y sus pies, sus pequeños pies, desnudos. ¿Por qué está descalzo? Una pregunta que, como el eco en las montañas, repiquetea a través del tiempo. La respuesta: la desnudez de sus pies es sinécdoque de su pobreza.
El niño es Juanito Laguna, su creador el pintor argentino Antonio Berni, quien se inspiró en residentes de barrios pobres, periféricos del Buenos Aires de la década del cincuenta.
Hoy, ya no en barrios, tampoco necesariamente periféricos, los Juanitos habitan las calles de la city porteña. Niños, niñas y adultos pobres hacen de la calle su hogar. Y la sociedad que los circunda interactúa de manera aporofóbica.
Aporofobia, es el título del libro escrito por Adela Cortina, filósofa española, miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. Cortina es la creadora de este neologismo, a partir de los términos del griego áporos (sin recursos) y fobos (temor, pánico). Según la autora, se trata del “rechazo, aversión, temor y desprecio hacia el pobre, hacia el desamparado que, al menos en apariencia no puede devolver nada a cambio”.
La aporofobia representa el rechazo, aversión, temor y desprecio hacia el pobre.
La dialéctica entre hijos y entenados, se refuerza por el hecho de que viven en la calle: son los sinhogarismo, vocablo utilizado como traducción equivalente a homeless. Para Cortina, el sinhogarismo “supone una ruptura relacional, laboral, cultural y económica con la sociedad […] es en sí misma un resultado de la aporofobia”.
Mientras que para Pedro José Cabrera, doctor en Sociología por la Universidad Autónoma de Madrid y María José Rubio, investigadora en exclusión social extrema, este fenómeno representa “el fracaso colectivo de las redes de pertenencia”, tal como lo calificaron en el ensayo Las personas sin hogar hoy.
Dos caras de la misma moneda, la aporofobia expresa interrelaciones sociales, el sinhogarismo revela la vulnerabilidad y el crecimiento de esta población, que desde la perspectiva de Cabrera y Rubio, reflejan una responsabilidad de índole colectiva que, leída en clave de aporofobia, deja de ser colectiva para pasar a ser individual, porque la sociedad se deslinda de esa responsabilidad y pasa a ser del otro, del individuo.
En la meritocracia de ser pobre, la pobreza, no es el corolario de condiciones estructurales sino un error individual, porque es mérito del pobre ser pobre. Pero Juanito, que bien podría ser símbolo del binomio aporofobia/sinhogarismo, es para Berni “un arquetipo, no es una persona, es un personaje de la Ciudad de Buenos Aires como de cualquier ciudad de Latinoamérica”.
El crecimiento del sinhogarismo, característico de las grandes metrópolis, se refleja en estadísticas: el relevamiento de 2021 del Gobierno porteño indicó un aumento del 108% comparado con 2019. En el lapso de dos años, pandemia mediante, se duplicó la población con este tipo de vulnerabilidad.
Es un flagelo que también crece en la región: el Registro Social de Hogares 2021 de Chile denota un incremento del 14% comparado con datos del Ministerio de Desarrollo Social del 2019; en Brasil, los indicadores mostraron un acrecentamiento del 53% respecto al 2015 en San Pablo; y los registros publicados por el censo de la Secretaría de Desarrollo Social de México en 2017, previos a la pandemia, indican un incremento del 145% en comparación al 2008 en la Ciudad de México.
Latinoamericanos atravesados por un escenario común que recuerdan a Juanito. Para Berni fue una excusa narrativa de crítica y reivindicación social. El maestro construyó el mundo que rodeaba a su personaje a partir de la técnica collage, una superposición de latas, papeles, chapitas, cartones, todo aquello que la ciudad descarta y los de la calle recogen.
En definitiva, materiales descartables. Es que descartar e invisibilizar, según describe Cortina, es la síntesis de la aporofobia, que representa “el peor castigo, la negación de la existencia del otro”.
Los sinhogarismo crecen en América Latina mientras son descartados y escondidos.
Quien también refiere a esta condición es el Papa. “El principal problema ético de este capitalismo es la creación de descarte para después tratar de ocultarlo. Una grave forma de pobreza de una civilización es no lograr ver más a sus pobres, que primero son descartados y luego escondidos”, sostuvo Francisco en su discurso del Congreso Internacional sobre Economía de Comunión en 2017.
De lo dicho por el Sumo Pontífice y del concepto de aporofobia, se puede pensar que el principal problema ético del capitalismo, más que su creación de descarte, es su incapacidad de crear una civilización ética, o una Sociedad Ética, hegeliamente hablando.
Para Hegel, el filósofo del Idealismo alemán, una Sociedad Ética, es aquella en la que cada individuo se reconoce como parte de la misma y al mismo tiempo se produce un reconocimiento, en un espacio intersubjetivo, entendido como lugar de interacción entre individuos.
Pero lo que ocurre es que los descartados construyen una autopercepción de desacople con respecto a la sociedad, razón por la cual no se sienten parte de ella.
En cuanto a la interacción para el reconocimiento es inexistente, además de carecer de, parafraseando a su Santidad, tierra, techo y trabajo, tampoco gozan de la mirada de los transeúntes y permanecen reducidos a mero paisaje urbano. La ciudad internaliza y normaliza la exclusión y la sociedad cristaliza su aporofobia, quedando configuradas en una dialéctica de inclusión excluyente.
De todos modos, los comportamientos sociales pueden ajustarse con normas jurídicas, por ejemplo, el Congreso de España en 2021, modificó el artículo 504 del Código Penal para introducir la aporofobia como agravante de los delitos de odio. Un informe del Ministerio del Interior del 2021, mostró un aumento del 41,6% de delitos de odio, comparado al 2016 en España.
La normativa puede ser un paso para la sociedad, pero hegelianamente, no es un salto para la humanidad: para Hegel, no basta con prescribir lo que debe ser, la eticidad trata de una ética incorporada también a la vida personal de una sociedad.
Lejos de quedar abrumados, debemos levantar la bandera de Berni, que de su creación manifestaba: “Juanito es un chico pobre pero no un pobre chico. No es un vencido por las circunstancias sino un ser lleno de vida y esperanza, que supera su miseria circunstancial porque intuye vivir en un mundo cargado de porvenir”.
* Estudiante avanzada de la Carrera de Ciencia Política. Artículo elaborado en el marco del Seminario "Análisis Político Opinión en Medios de Comunicación". Cátedra Lloret. Facultad de Ciencias Sociales. Universidad de Buenos Aires (UBA)