EDUCACIóN
Agenda Académica

Martín Baña: “Vladimir Putin recupera un legado que no es soviético, sino que es imperial”

El historiador especializado en Rusia advierte que Putin es solo la cara visible de un sistema de elites que se instauró tras la caída de la URSS. La Guerra en Ucrania y el control territorial. El error de parte de la izquierda argentina de apoyar a un líder nacionalista y conservador.

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Martín Baña sostiene que hay continuidades entre el zarismo, el comunismo y la etapa actual. | Marcelo Dubini

Doctor en Historia, investigador del Conicet y docente de la cátedra de “Historia de Rusia” en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y en la Licenciatura en Historia de la Escuela de Humanidades de la Universidad Nacional de San Martín, Martín Baña se especializa en historia rusa y participó esta semana de la “Agenda Académica” de Perfil Educación. “Vladimir Putin recupera un legado que no es soviético, sino que es imperial. La idea de que Rusia, a diferencia de otros imperios, como podrían haber sido el francés o el inglés, es un imperio terrestre que no se expandió más allá del océano. Putin entiende que su país tiene una determinada área de influencia sobre la cual solamente puede intervenir Rusia. Y esa área de influencia sirve para reforzar una lógica imperial de domino sobre un territorio. En este contexto, Ucrania pasa a ser una suerte de línea roja”, sostuvo Baña.

Autor de Quien no extraña al comunismo no tiene corazón. De la disolución de la Unión Soviética a la Rusia de Putin (Crítica, 2021), Una intelligentsia musical. Modernidad, política e historia de Rusia en las óperas de Musorgsky y Rimsky-Korsakov (Gourmet Musical, 2017), coautor de Todo lo que necesitás saber sobre la Revolución Rusa (Paidós, 2017), y coeditor de Octubre Rojo (Libros del Rojas, 2008), Baña cuestiona a un sector de la izquierda y del progresismo argentino que muestra su apoyo a la figura de Putin. “Como tiene este discurso antioccidental y antiestadounidense, entonces no importa lo que venga atrás. Si se enfrenta a Estados Unidos, nos encolumnamos con Putin. Y eso es una torpeza, porque lleva a desconocer por qué Putin está en contra de Estados Unidos, porque quizá no es por los mismos motivos por los cuales cierto progresismo puede estar en contra de Estados Unidos. Y eso tampoco deja ver qué hay detrás de Putin. Hablamos de una persecución a opositores, a periodistas o a homosexuales, en un régimen conservador que niega derechos y libertades”, advirtió.

—Su libro Quien no extraña al comunismo no tiene corazón, refiera a una famosa frase de Putin: “Quien no extraña a la Unión Soviética no tiene corazón, quien quiere restaurarla no tiene cerebro”. ¿Qué añora y que rechaza Putin de la Unión Soviética?

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—Es una pregunta muy interesante. Claramente, Putin añora todo lo que tiene que ver con la grandeza o lo que ayude a reforzar la grandeza de Rusia. Hay varios elementos que son recuperados por parte de Putin. Hay uno que es central: la efeméride de la derrota del nazismo. El 9 de mayo es, quizá, la efeméride más importante que hay en Rusia. Y eso se celebra con desfiles, con presentaciones oficiales. El Estado incorporó algo que empezó de manera informal que es el “Regimiento inmortal”, cuando los ciudadanos desfilan con fotos de sus antepasados, abuelos o padres que estuvieron en la guerra. El propio Putin participa de ese “Regimiento inmortal” y eso forma parte del legado de la Unión Soviética. Porque la Unión Soviética es el mayor responsable de haber derrotado al nazismo. Hay también otros elementos como, por ejemplo, la carrera espacial. No es casualidad que haya nombrado a la vacuna contra el Covid como Sputnik, que remite al primer satélite enviado por la Unión Soviética al espacio, convirtiéndose en el primer país que envió un satélite al espacio. Y otros elementos que tienen que ver con la industrialización del país. Por el contrario, lo que rechaza es todo aquello que haya impugnado o que haya sido un obstáculo para la construcción de esa grandeza. Y acá hay un elemento que es central, que el acontecimiento de la Revolución de 1917. Porque la Revolución significó la interrupción de la continuidad estatal. En el discurso de Putin hay una idea de que Rusia fue fuerte y tuvo un peso importante en el mundo cuando tuvo un Estado centralizado. De lo contrario, hubo guerras civiles o invasiones extranjeras. El año 1917 es el momento en el cual se interrumpe esa continuidad estatal y eso permitió, entre otras cosas, que se creara Ucrania y se desintegrara el territorio, como suele decir Putin. Además, los valores que encarna la Revolución Rusa, por ejemplo, ampliación de derechos, ampliación de libertades, porque legalizó el aborto, el divorcio, despenalizó la homesexualidad no están en sintonía con el actual gobierno ruso. La ampliación de derechos y libertades hoy no entran dentro del discurso de Putin. De ese legado, lo que rechaza con más fuerza es el momento de la Revolución.

Vladimir Putin 20220412
Putin refuerza la idea de que Rusia debe recuperar su estatus de potencia y tener control sobre un área de influencia.

—En diciembre se cumplieron treinta años de la disolución de la URSS. ¿Qué representa ese legado en la Rusia actual, teniendo en cuenta que Putin rechaza el comunismo?

—En 2017, cuando se celebró el centenario de la Revolución Rusa, prácticamente, no hubo conmoraciones oficiales, paso casi desapercibido. Y lo que dijeron desde el Estado fue: “Eso es algo de los historiadores, que se dediquen a buscar la verdad y nosotros no tenemos mucho que ver con eso”. El comunismo es visto por Putin como un periodo más dentro de la gran historia rusa. Porque hay un problema, que es cómo se vincula un país capitalista como es Rusia desde hace treinta años, con un pasado comunista, o que se decía comunista. La solución que encontró Putin fue que Rusia tiene una larga historia milenaria, que hubo distintos periodos en esa historia, un periodo imperial-zarista, un periodo comunista y un periodo capitalista. Entonces, el comunismo es un periodo más dentro de esa larga historia. Y lo que importa es mantener la continuidad de ese Estado y la presencia territorial.

—Es interesante pensar en ese sentido. De hecho, los autores que se especializan en Rusia coinciden en señalar las continuidades de gobiernos tan disimiles como el imperio zarista, el comunismo bolchevique y la actual democracia fallida, con la particularidad de que todos esos regímenes comparten la necesidad de tener un Estado fuerte para garantizar la supervivencia rusa en un territorio tan extenso. ¿Ese componente de territorialidad-nacionalidad puede explicar la obsesión de Putin por Ucrania?

—En parte sí, porque Putin recupera un legado que no es soviético, sino que es imperial. La idea de que Rusia, a diferencia de otros imperios, como podrían haber sido el francés o el inglés, es un imperio terrestre que no se expandió más allá del océano. Putin entiende que su país tiene una determinada área de influencia sobre la cual solamente puede intervenir Rusia. Y esa área de influencia sirve para reforzar una lógica imperial de domino sobre un territorio. En este contexto, Ucrania pasa a ser una suerte de línea roja: hasta acá pueden avanzar la OTAN y la Unión Europea, más allá no, porque esto me pertenece. Lo mismo pasó en la Segunda Guerra Mundial, cuando se firmó el famoso pacto Ribbentrop-Molotov. De acuerdo a lo que muestran documentos sobre los que trabajó el historiador israelí Gabriel Gorodetsky, Stalin creyó que Hitler no lo iba a atacar y el pacto habría sido creado para defender las fronteras norte y sur soviéticas. Y también iba a haber un nuevo tratado para defender la frontera sur, lo que le permitiría a la URSS una salida al Danubio. Pero la Operación Barbarroja lo impidió. Hay una continuidad de ciertas políticas soviéticas sobre el territorio que recupera Putin. Aunque es una construcción eso de que Ucrania perteneció a Rusia, porque en los mil años de historia, en menos de doscientos años Ucrania perteneció a Rusia. No obstante, está presente esta idea de que Ucrania pertenece a Rusia y que si Rusia no lo controla puede permitir el ingreso de Estados Unidos o de la OTAN y eso es una amenaza para la seguridad integral.

—Analizando el poderío militar que tiene Rusia y la capacidad de defensa de Ucrania, ¿le sorprendió el desenlace que se observa sobre el devenir de esta guerra?

—Al principio había coincidencia en que esa diferencia entre los ejércitos demostraba que solo en cuestión de días Rusia iba a controlar Ucrania y quedaría un gobierno títere o prorruso. Pero eso no sucedió y no sabíamos si era porque Putin estaba buscando una salida diplomática, ya que sorprendió cuando Putin llamó a las fuerzas armadas ucranianas para que tomen el poder y así negociar. Era un momento ambiguo, no quedaba claro si quería negociar o estaba encontrando dificultades. Hoy parece indicar que tuvo más dificultades de las que pensó para tomar Kiev. Quizá la solución se encamine por afianzar el reconocimiento de Crimea y tomar las repúblicas separatistas del Dombás. Pero es muy difícil saber qué pueda pasar. Porque siempre han sido ambiguos los movimientos de Putin.

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Baña es autor de ensayos que analizan la historia de Rusia, desde la creación de la Unión soviética hasta la actualidad.

—En sus estudios usted hace mención a la opinión pública rusa. ¿Es posible darle crédito a las encuestas hechas en Rusia, y si eso es factible, qué se sabe de lo que la sociedad civil rusa opina sobre Ucrania?

—Hoy algunos sociólogos y analistas dan cuenta de la dificultad que tienen las propias encuestadoras que trabajan para el gobierno, porque quienes responden no están seguros de que eso les vaya a traer represalias. Son encuestas que hay que tomar con pinzas. Pero hay un elemento que empezó a jugar a favor del putinismo, que son las sanciones económicas o diplomáticas de Occidente porque sirven para propagar esta idea de la propaganda rusa de que Estados Unidos y Europa no quiere a Rusia y los rusos tienen que defenderse. Eso, que podía quedar en el plano discursivo, se refuerza con las sanciones. El gobierno puede decir que está liberando a Ucrania del nazismo, defendiendo a los rusos de una matanza en Ucrania y, a cambio, Occidente impulsa sanciones. Los mayores de cuarenta años en Rusia, que son los que consumen esa propaganda, hoy están a favor de Putin. Es muy difícil informarse en Rusia con canales alternativos, toda la prensa rusa fue censurada y donde solo se puede informar es en las redes sociales, pero eso queda solo reservado a los jóvenes. Hay 15 mil detenidos en Rusia porque protestaron contra la guerra y la mayoría no supera los 25 años. Es muy difícil hoy emitir una voz discordante respecto a la guerra porque puede ser penalizado con multas y hasta 25 años de prisión. En el conflicto bélico, cualquier crítica es asociada a la traición. Y una traición en guerra es el peor de los delitos que se pueda cometer.

—Siempre es difícil arriesgar una mirada sobre el futuro, pero teniendo en cuenta estos antecedentes, ¿qué imagina que pueda pasar con Putin cuando termine la guerra?

—Creo que es interesante mirar más allá de Putin y entender a Rusia sin Putin, como decía el historiador estadounidense Tony Wood. Entender que hay un sistema, que podríamos denominar putinismo basado en una serie de elites de las cuales Putin es solo la cara visible. El sistema funciona más allá de Putin. Y en la medida que Putin pueda garantizarle a esa elite cierta libertad para que puedan hacer sus negocios, podrá mantenerse en el poder. Fue lo que pasó en la pandemia, porque el objetivo central de Putin fue mantener unida a esa elite. En Rusia no se cuidó ni a la gente ni a la economía durante la pandemia, se cuidó a la elite. Si Putin garantiza estas condiciones, puede haber Putin para rato. De hecho, está habilitado constitucionalmente a ser elegido hasta 2036. En 2024 hay nuevas elecciones y Putin cumplirá su segundo mandato, pero como en 2020 se reformó la Constitución, todos los mandatos pasaron a cero y cada mandato es de seis años. Y Putin tiene edad para seguir, porque está entrando en los setenta años. Hay que ver cómo sale de esta contienda, pero puede durar mucho más. Además, hay una idea en Rusia de que el mundo occidental está en decadencia, con el avance del feminismo o los derechos para el colectivo LGTB. Todo eso es visto como un abandono de ciertos valores que Rusia tiene que defender. En Rusia hay una ley que penaliza lo que allá denominan la propaganda de relaciones no tradicionales, un eufemismo para hablar de homosexualidad, y al hacer referencia a la tradición se da cuenta de que hay algo nuevo y foráneo, una influencia nociva de Occidente que hay que combatir. Y Putin representa esos valores más nacionalistas o conservadores.

—Si representa lo que podemos entender como un claro liderazgo de derecha, ¿por qué cree que Putin tiene tanta aceptación en gran parte de la izquierda en Argentina?

—No sé si es gran parte de la izquierda, creo que es parte de una izquierda o de ciertos sectores progresistas. Porque buena parte de la izquierda salió a condenar a Putin por este evento. Yo creo que funciona ahí cierta mirada estrecha y una ecuación que no siempre tiene los mejores resultados, aquella que propone que el enemigo de mi enemigo es, automáticamente, mi amigo. Y como Putin tiene este discurso antioccidental y antiestadounidense, entonces no importa lo que venga atrás: si se enfrenta a Estados Unidos, nos encolumnamos con Putin. Y eso es una torpeza, porque lleva a desconocer por qué Putin está en contra de Estados Unidos porque quizá no es por los mismos motivos por los cuales cierto progresismo puede estar en contra de Estados Unidos. Y eso tampoco deja ver qué hay detrás de Putin. Hablamos de una persecución a opositores, a periodistas o a homosexuales, en un régimen conservador que niega derechos y libertades. ¿Vale la pena sacrificar todo eso porque es alguien que se opone a Estados Unidos? Así, Putin termina convirtiéndose en una suerte de caja vacía que uno llena de acuerdo al lugar político en el que se posiciona. Por eso, Putin fue definido como un líder antiimperialista, un zar, un líder comunista y como un nuevo Hitler. Es la misma persona pero depende quién lo define. Y eso no es hacer un esfuerzo por ver qué es Putin.

—¿Y qué es Putin?

Es un político inteligente, hábil y pragmático. Desde su ingreso al poder en 2000, está muy interesado en dos grandes cuestiones: reforzar el poder del Estado, que según él fue dejado de lado en los noventa y aparecieron las mafias y, vinculado a esto, el reposicionamiento global de Rusia. Para Putin los noventa fueron una década de humillación y lo que busca Putin es hacer olvidar esa humillación reposicionando a Rusia como lo estuvo en el siglo XVIII o en el siglo XX. Putin es el emergente de una serie de valores que busca revertir esa humillación para que Rusia sea tratada como una potencia.

entrevista a martin baña 20220412
El especialista en la historia de Rusia advierte que la tradición política, cultural y artística rusa es fascinante e inabarcable.

—Esta sección se llama “Agenda Académica”, porque propone darle espacio en los medios masivos de comunicación a investigadores y docentes universitarios que se especializan en distintos temas. La última pregunta tiene que ver, precisamente, con ese objeto de estudio. ¿Por qué decidió dedicarse a la historia de Rusia?

—Yo tenía intereses políticos vinculados a la idea de transformación radical del mundo y eso me llevó a estudiar Historia. Y cuando yo era estudiante había en la UBA una cátedra titulada “Historia de Rusia”, quizá la única en ese momento en el país y en la región. Y ahí descubrí lo que fue el primer intento de transformar radicalmente el mundo, que fue la Revolución Rusa. Y entonces sentí que era eso lo que me interesaba. Pero la Revolución de 1917 puede ser la puerta de entrada no solo a entender cómo cambiar el mundo, sino también descubrir a la tradición rusa, que es un mundo fascinante, desde lo político, lo cultural, lo artístico. Algo inabarcable y maravilloso, que hasta el día de hoy sigo tratando de aprender y de comprender. Porque es una de las tradiciones más importantes del mundo. Eso me gratifica mucho y me da mucha alegría, porque sé que todavía tengo mucho más para trabajar.