María Eugenia Vidal y un centenario –el de la Reforma Universitaria– abrieron o reabrieron un debate en la Argentina: ¿Cuál es el estado de la educación superior? ¿Cómo es el vínculo entre la calidad educativa y la cantidad de alumnos? ¿Tenemos universidades del siglo XX o del XXI?
El debate comenzó por la cuestión –no menor, por cierto– de las universidades del conurbano bonaerense. Pero siguió en toda la academia. Y la Universidad de Palermo lo llevó a una perspectiva continental y global. En el ámbito del encuentro Diálogos Sobre la Educación Superior en América Latina, Propuestas y Análisis de Políticas Públicas, del que participaron especialistas del tema, PERFIL consultó a algunos de los visitantes de distintas universidades del continente sobre el tema.
Debate. Del evento organizado por Liz Riesberg, investigadora del Boston College, participaron, entre otros, Francisco Marmolejo, coordinador del programa de educación superior del Banco Mundial; Simón Schwartzman, investigador en el Instituto de Estudios de Trabajo y Sociedad en Río de Janeiro; Salvador Malo, director general de Educación Superior Universitaria en la Secretaría de Educación Pública de México; Daniel Samoilovich, director de la Asociación Columbus en Francia; y los especialistas argentinos Ana Fanelli, Carlos Marquis, Mónica Marquina, Marcelo Rabossi, Dante Salto y Adolfo Stubrin.
Inflexión. El rector de la UP, Ricardo Popovsky, expresó que “estamos en un punto de inflexión de la historia humana”. Agregó que “es sabido que con internet, las redes sociales, la inteligencia artificial, la robótica y las tecnologías cognitivas el mundo del trabajo está cambiando, se crean nuevos bienes y servicios y surgen nuevas profesiones al tiempo que otras desaparecen”. Para él, “es hora de que la universidad adopte modelos más ágiles y flexibles que faciliten la incorporación de nuevos avances y los cambios requeridos en el empleo y las profesiones”.
Educación permanente. Simón Schwartzman, que trabaja y enseña en Brasil, cree que “con tanta gente ingresando en las universidades no hay un modelo único de universidad de calidad, sino que es aquella que está adecuada al público que recibe”.
Agrega que “la tendencia es que todas las personas sigan estudiando a lo largo de sus vidas. La educación superior en el futuro va a ser una combinación de instituciones muy distintas, con estudiantes presentes en el mismo ambiente, instituciones a distancia, combinadas, todas ellas utilizando nuevas tecnologías para estudiar, pero no se va a eliminar la necesidad de profesores capacitados para la relación pedagógica con los alumnos”.
Requisitos. Para Salvador Malo, uno de los líderes en materia de Educación Superior Universitaria en la Secretaría de Educación Pública de México, “una universidad de calidad es aquella que cumple por lo menos dos requisitos: 1) Produce lo que ofrece, es decir que da indicadores de que efectivamente está logrando ese propósito, y 2) No limita las capacidades de aprender del estudiante al focalizarlo en un solo tema y quitarle el interés, la capacidad para entrar a otros problemas y soluciones”.
Para él, “la educación superior en todo el mundo está cambiando a pasos enormes y se debe a la globalización, al uso de las tecnologías, a que comprendemos mejor cómo las personas aprenden”.
En cuanto al momento de aprender, “lo que se observa ahora no es tanto qué tanto saben los estudiantes, sino qué tanto saben aplicarlo, pueden seguir aprendiendo y son capaces de resolver problemas. Esto es un cambio significativo, porque estábamos acostumbrados a una enseñanza dirigida por el profesor hacia el estudiante, y ahora el estudiante tiene un papel mucho más activo y va a definir mejor su trayectoria. Esto está cambiando las estructuras de las universidades. El estudiante va a ser el gestor de su propio aprendizaje y va a escoger dónde aprende cada cosa. Esto quiere decir que en un futuro el estudiante podrá estudiar en muchas universidades simultáneamente y tendremos que ver cómo se les van a reconocer esos conocimientos. Las universidades tendrán que ver cómo reorganizarse para poder reconocer cuáles son los estudios que el estudiante logró y cómo certificarlos”.
Para él, hay algo en crisis en lo que antiguamente se llamaba profesiones liberales: “América Latina está rezagada en educación superior respecto de otras partes del mundo –dice–. Está centrada en profesiones y en la mayor parte del mundo se fue por un camino diferente, en que se prepara al joven para tener capacidad para decidir qué tipo de actividad va a hacer. Se le enseña un conjunto de horizontes diferentes, de áreas que no se le enseñarían en la formación tradicional. Entonces, la educación universitaria del mundo está cambiando para no estar tan verticalmente dirigida sino multiasistida y que el joven pueda tomar educación en muy distintos lugares y que se le reconozcan sus competencias y sus habilidades”.
Pensar el entorno. Investigadora en el Boston College, Liz Riesberg sostiene que “una universidad de calidad es la que tiene impacto en su entorno, en la comunidad en la que está ubicada. No se trata solamente de dar materias y otorgar un título, sino formar personas que pueden contribuir a su país”.
La especialista considera que el futuro será: “Universidades sin campus y trabajando en línea es una posibilidad. Además, nuevos modelos para impulsar otros procesos de aprendizaje. Por ejemplo, tenemos una universidad fuera de Boston que no tiene ningún plan de estudios definido y trabaja sobre la base de proyectos”.
Para la vida. La opinión de Francisco Marmolejo, coordinador global de educación superior en el Banco Mundial, es interesante, porque aporta otra mirada. Ve a las universidades desde cerca y con perspectiva al mismo tiempo. Para él “la universidad es una institución que está en constante movimiento. Es difícil definir una buena universidad, pero en el contexto actual es aquella que tenga una mejor capacidad de respuesta a las cambiantes condiciones del entorno. Ya no podemos pensar en una universidad tradicional para los retos y las circunstancias del pasado, sino una que sepa adelantarse a los acontecimientos, con capacidad de respuesta rápida y que no olvide que, al final de cuentas, su esencia es la formación de ciudadanos responsables, de seres comprometidos con su comunidad”.
Concluye que “para el futuro las universidades deben entender que no están formando para la profesión sino para la vida. Esto quiere decir que los estudiantes se convertirán en los propios actores de su proceso de aprendizaje y que la universidad será la que facilite esta experiencia”.
Desde el ámbito público. En la misma línea, Mónica Marquina, directora del Programa de Calidad Universitaria de la Secretaría de Políticas Universitarias del Ministerio de Educación de la Nación, piensa la universidad del futuro ligada a las demandas del conjunto. Sostiene que “una universidad de calidad es la que está pensando en el lugar donde está, al servicio de la sociedad y del desarrollo. Que forma a ciudadanos en sus distintas vertientes, como futuros profesionales, como participantes activos de la vida de un país, con compromiso social con todos sus semejantes. Además, una universidad cuyos planes de estudio están permanentemente actualizados y que forma en actitudes, habilidades, competencias, saberes, que se necesitan para ejercitar esa ciudadanía en sentido amplio y, por otro lado, que esa calidad sea igual para todos”.
La funcionaria cree que “la universidad del futuro debe ser inclusiva, que no sólo reciba a nuevos sectores, sino que además garantice su graduación. Y que los prepare a todos, sin importar su condición social, para el ejercicio de la ciudadanía en esa profesión y en todos los roles que los distintos sujetos van a desempeñar en un futuro. Además, que favorezca una formación permanente a lo largo de toda la vida. La universidad del futuro no debería formar en una profesión en particular porque justamente lo que está cambiando es ese mundo, sino que hay que pensar en una profesión multidimensional, adaptativa a todas las necesidades pero a la vez con pensamiento crítico”.
Valoración. Carlos Marquis, sociólogo e investigador del Conicet, dice que “naturalmente las instituciones se proponen metas muy ambiciosas en cuanto a la graduación, investigación, producción de conocimiento. Entonces, sin más exigencias que su propia postulación es donde se puede valorar si mejoró o no. En general las universidades se han propuesto más de lo que logran, entonces esta sensación de esfuerzo es lo que me permite distinguir en una universidad que va en búsqueda de la excelencia. Asociado, no a lo que se da en llamar el isomorfismo, no todas son iguales ni deben serlo. Por el contrario, me gusta la idea de complejidad de instituciones y dentro de ellas. A cada uno de los actores se le debe pedir el mejor desempeño de su función. En definitiva, hay diversas maneras de ser una buena universidad.