Entre los muchos golpeados de la industria del entretenimiento, pocos han visto saboteado su modo de vida como las convenciones de cultura pop, conocidas mundialmente como Comic-Con. Este tipo de evento, que naciera salvaje y en sótanos, se ha convertido con la mutación de Hollywood en el hogar de las franquicias (ejemplo: Marvel y su invencible dominio de la agenda) en lo más similar a un Mundial de fútbol que pueden vivir los diversos países, cada uno, claro, con su millaje en cultura pop. Sin ir más lejos, la Comic Con Experience le saca miles de años luz a cualquier atisbo local y de la región a la hora de masividad y profesionalismo. Porque, claro, Comic-Con se pone cualquiera, pero reales Comic-Con, reales eventos que hablan al mismo tiempo las cientos de lenguas que permite el universo geek industrial o de culto son pocos.
La New York Comic-Con, la más importante de su costa, es crucial. Y hoy lo es más que nunca. San Diego, el epicentro a la hora de novedades y agenda mundial, perdió terreno frente a la pandemia: marcas como Netflix o DC generaron sus propios eventos online, gigantes, en lugar de decidir estar bajo el paraguas de la Comic-Con más famosa del mundo. Entonces, ahora y pronto, resta entender si eso fue aprovechar los modos virtuales que taclearon a las convenciones (que no por casualidad llegaron a sus números de asistentes cuando se cuenta el total de visualizaciones de las charlas en algunos casos) para despegarse y generar, de una y lógica vez por todas, sus propios eventos. Al fin y al cabo ¿qué le debe Netflix a las convenciones? De hecho, una semana después de esta New York Comic-Con que hoy finaliza, DC tendrá su DC Fandome, un evento virtual repleto nuevamente de mega estrellas. Pero la New York Comic-Con tiene un as en la manga, aunque, eso sí: tiene muchas mesas donde jugar.
Las heridas. La alegría es mucha, por supuesto. Los fans no creían que podrían pasear otra vez por Times Square disfrazados después de salir del Javits Center, la nave nodriza de la NYCC (que hasta hace poco fuera un centro de vacunación). Es más, considerando que múltiples eventos masivos se suspendieron, atrasaron o hasta cancelaron (por ejemplo, la Book-Con) hubo terror por el destino de la NYCC. Pero aquí estamos, y lo cierto es que se convirtió en un evento de fiesta para los fans. Eso demuestra dos cosas: que digan lo que digan los gigantes (sea Capcom, o sea Marvel, o sea HBO o sea Netflix), los fans siempre supieron cuidarse. ¿Qué quiere decir esto? Que en un instante donde las corporaciones pop han dado poco y nada a sus fans, salvo videos largos de anuncios publicitarios, ver a la gente reunida, festejando, cerca (pero con distancia) entiendo lo que nunca va a entender un departamento de marketing es un instante poderoso, casi emocionante. Lo que ha dejado en evidencia esta edición con la caída de grandes empresas en la feria que se puede recorrer (de Funko hasta el sello Dark Horse o comiquerías famosas: todos decidieron esquivar el evento), es la raya que divide a quienes entienden que puede saludarse al fan sin riesgo de salud (los cuidados han sido extremos y los barbijos arriba todo el tiempo) y quienes se mueren por ser hashtag pero que no son capaces de saludar a la audiencia que cuido por años aquello que hoy le quieren vender al planeta entero. Es por eso que está New York Comic-Con es vital: es la prueba que aunque lo griten, las empresas siguen siendo un accesorio en algo que vivió antes que ellas y que seguirá allí cuando la moda de las franquicias, de las propiedades intelectuales, termine.
Podrán haber faltado los gigantes. Pero este universo esta hecho de muchas cosas, y la última de ellas son pop-up físicos de empresas que quieren ser hashtageados en Instagram.
Lo nuevo, viejo. Hubo una mezcla de sensaciones: por un lado, la felicidad de la reunión, de aplaudir de pie a William Shatner, el mítico Capitán Kirk de Star Trek, y entender que todos en esa habitación celebraban mucho más que el mero guiño al nexo geek que los une. Era vitorear por volver a la comunidad. Ese escenario se vio en muchos, pero muchos, instantes: desde las lágrimas que tuvieron lugar después de la apertura inicial de las puertas a las familias que se paseaban disfrazadas de sus personajes favoritos. La clave de la novedad fue, claro, la distancia, pero también la sensación de agradecimiento: lejos de la desesperación que suele reinar (por llegar a tal panel, por no perderse tal evento, por ver a tal celebridad), la clave estaba en disfrutar y recorrer. Admirar piezas originales de artistas clásicos del cómic, ver revistas de antaños, comprar libros nuevos: todo estuvo más cerca al viejo espíritu donde la creación personal, de papel, era la que reinaba. También el coleccionable, claro. Y si bien suena rancio, había cierta resistencia en esos modos. Eso por supuesto no quitar que un show con más de 100 mil visitantes, no entienda de que esta hecha la cultura pop en este momento.
Los jugadores. La variante obligada en esta versión 2021, la primera que abre las puertas después de la pandemia, tiene, por supuesto, una versión virtual. No solo eso: la compañía productora del evento, ReedPop S.A., ha logrado generar The Haul, una especie de megaportal de compra de objetos de la cultura pop, que va de Marvel a Game of Thrones, de Pokemon a la franquicia que se les ocurra. ReedPop, más rápido que otro jugadores, ha entendido la importancia de tejer puentes entre ambos lugares, entre lo virtual y lo físico, y generar un acceso tanto público como privado a su contenido. Mientras que otros eventos parecieran usar ortopedicamente la virtualidad, ReedPop avanza generando un mercado no nuevo, pero que empieza a desestimar a otro jugadores más relevantes de la venta online. El futuro llegó, y todavía no. Esa es la clave de una nueva edición del Comic Con de Nueva York, que todavía oscila entre ser una declaración de principios y un negocio. O ambas cosas: al fin y al cabo, de eso esta hecha la cultura popular cuando es masiva y global.
Harvey awards: el premio que celebra al comic mundial
Los premios Harvey, junto con los premios Eisner, los más respetados del mundo de la historieta norteamericana. Son no solo una proeza: son el saludo a lo mejor del medio en una variante que implica respetar antes que nada su variedad editorial. Este año fueron entregados virtualmente, pero eso no les resta importancia: los premios a la historieta van mucho más allá del mero saludo, del chocar los cinco, si no que permiten entender un legado y un futuro. Por ejemplo ¿cuántos premios conocen en Argentina? Se puede hablar de los Trillo, claro, que son importantes y gestionados por la mejor convención del país, Crack Bang Boom. O los recientes Cinder, aunque la falta de diversidad en este premio anula las buenas intenciones. En el caso de los Harvey, donde se premian libros internacional, autores locales, autores de Young Adult, libro del año, libro digital del año, y más lo que prevalece es entender la variedad de un mercado. Y, como se decía, entender que Harvey Kurtzman, el artista que inspira el nombre, es más una forma de entender el presente que otra cosa. En esencia, son premios importantes: definen la génesis de los Comic-Con (el talento humano antes que corporativo), y celebran la forma de arte más escurridiza, poderosa y siempre secreta: las historietas. Son un ejemplo de como hacer un festival gigante, un evento masivo, y al mismo tiempo cuidar a sus principales nervios creativos: la historieta.