Le dicen Troti. Y, nobleza obliga, Matías Fernández ha escrito en PERFIL. Pero eso no quita su talento, sea para las letras (publica su primer libro el año que viene por Tusquets) o, más sorpresivamente, para el flow, para el freestyle. De 22 años, acaba de lanzar ¿Quién es ese niño?, su primer single, y desde su letra y su estética, Matías Fernández, cuentahistorias distinto, le lanza en la cara al mundo su enfermedad, la condición que lo hace dueño de un aspecto que tan solo menos de un centenar de personas comparten en todo el mundo.
Todo queda claro cuando él cuenta cómo nació su tema, y su video, poderoso como nada que se haya creado en 2020 en este país y punk como pocas cosas recientes, haciendo “fuck you”, literalmente a tagline de noticiero torpe (como si hubiera uno inteligente) de “ejemplo de vida, de superación”. Fernández: “No sé si ese día me crucé a un pibito o una vieja en la calle, que justo me preguntaron: ‘Che, ¿qué te pasó ahí?’. Yo ya venía con esa idea, y justo estaba yendo a grabar, al estudio de un amigo. ‘¿Quién es ese niño? ¡Flow!’ Ahí empecé a escribir más letras, pensar más en conceptos y estructuras. Yo me apropié de esta contradicción de no encajar en los cánones de belleza y tampoco encajar en lo que es el trap, que es presumir de drogas y joyas”. Y suma: “De ser un poco perfectitos, del tengo cadenas, tengo este auto caro, estoy viajando a Miami, pienso en ganar un Grammy. Yo como estoy todo roto y soy deforme y ... está todo bien, papá. Estamos acá soltando flow, soltando poderes, y dejando todo en cada frase y en cada palabra. No sé si soy el antitrap, pero soy como todo lo contrario”.
—¿Dónde nace tu pasión por este formato musical como medio de expresión?
—Nace en esta fusión entre el periodismo, la literatura, la palabra y la música. Nace a través de mi hermano que es músico, que toca la guitarra, el piano, es compositor. Yo hago freestyle desde la secundaria, desde el último año de la secundaria que empecé a improvisar y después de escuchar música, de juntarme con mis amigos, de escribir crónicas. Y de decir “¡qué zarpado esto del freestyle!, de poder decir ochenta mil ideas que se te vienen a la cabeza en un solo segundo, y saber cómo recortar y elegir qué ideas soltar de manera espontánea.
—Es algo que sorprende cómo mostrás la forma en el mundo te juzga al andar en la calle y le devolves eso mismo. ¿Por qué te interesaba eso?
—Me interesa jugar mucho con el humor negro, si bien esta canción es la presentación, los otros temas que se vienen son más crudos. Me interesaba ocupar este lugar de la contradicción. De jugar con eso. De aprovechar. De jugar el estar en este cuerpo, que no es genérico. Es lo que me tocó y está todo bien. Hay amor para todos y todas. Jugando el humor negro y tratando de romper con los estereotipos de belleza estética, sin que eso sea lo que sí o sí se busca, sino que está ahí.
—¿Cómo vivís los cruces entre escritura y freestyle?
—Son dos mundos totalmente compatibles y, de todas maneras, yo siento como que hay muchos raperos que no se esfuerzan por no escribir mal. No piensan tanto en la escritura y sí piensan en el low, o si trabajan el rapeo.