“En tiempos donde nadie escucha a nadie. En tiempos donde todos contra todos”.
Parece ser esa la musiquita de nuestra época, aunque Rodolfo Páez lo escribió hace más de veinte años cuando el país todavía no había volado en mil pedazos.
Acá estamos. Desunidos y polarizados. Cavando trincheras cada vez más profundas donde solo entran el grito, la mentira y el golpe bajo.
Ya ni siquiera se pega arriba del cinturón. La cosa es pegar donde duela, y que te aplaudan en prime time. Hablemos de eso: de pegar, de chocar, de romper coaliciones, de generar colisiones.
Elija el significado de “colisión” que más le guste. O mezcle las dos definiciones que ofrece la RAE y verá que el resultado se parece bastante a la atmósfera que se respira en el oficialismo. A ese aire espeso que circula desde hace meses tanto en Olivos como en Balcarce 50.
Primera acepción del término “colisión”. Encuentro violento de dos o más cuerpos, de los cuales al menos uno está en movimiento.
Segunda acepción. Enfrentamiento entre ideas, intereses o sentimientos opuestos, o entre las personas que los representan.
Así estamos, en colisión permanente. Una coalición que colisiona. Un Presidente que no lidera. Una Vice que tensiona. Un gobierno que choca aunque no se mueva. Una sociedad hastiada que busca respuestas y sólo encuentra cada vez más preguntas. Una oposición que husmea en el estiércol y ya empieza a contarle los diez segundos al que muerde el protector bucal en el rincón.
Pero el de la lona todavía respira.
Todavía tendrá que hacer el bien y hacer el daño.
Chispazos internos, fuego amigo, diálogo cortado, desconfianzas mutuas, lealtades rotas.
Funcionarios que no funcionan. Líderes que no lideran. Gobiernos que no gobiernan. Coaliciones que no coalicionan.
Se acabó lo que se daba. Fue la pandemia, fue la improvisación, fue mezclar lo imposible. Fueron las expectativas.
O fue todo eso junto.
Pero la realidad es que en dos años y medio las acciones del Frente de Todos se desplomaron del 48% al 30%. Pasamos de aquella potente coalición electoral cargada de esperanza a esta colisión agujereada (que choca y no avanza, que posterga y no lidera, que administra y no gobierna) que pareciera conformarse con entregar el poder en diciembre del 2023 con la inflación en menos de tres dígitos.
Hay problemas de arrastre no solucionados, sí. Hay problemas auto generados, también. No hay un espacio institucional representativo de la coalición donde se diriman las diferencias y se tomen decisiones, también es cierto.
Pero, sobre todo, hay un enorme problema de liderazgo. Hay una vacancia de poder. Y ese déficit estructural lo explica casi todo.
Es la inédita renuncia por parte de un Presidente a (intentar) liderar aunque sea una fracción del poder que conserva. Y tratándose del peronismo esto no sólo es inentendible sino que es imperdonable. Un peronismo que carece de conductor es lo más parecido a un caballo desbocado que no tiene rumbo ni jinete pero cree tener razón.
Y en ese grito en el desierto todo se confunde y hasta algunos sueñan con una reelección.
No se puede estar en la misa y en la procesión, dicen los que saben. Pero sí que se puede, parece responder él. Y completa: se puede, incluso, ser al mismo tiempo Presidente, vocero, jefe de gabinete… y, si me apurás, hasta se puede ser peronista y socialdemócrata a la vez.
Pero se puede discursivamente, claro. Luego vienen los hechos que son tozudos y ahí es realmente difícil poner el guiño hacia un lado y doblar para el otro. Eso es un don reservado sólo para grandes conductores. Pero… si no sos Fangio ni Perón, ¿a dónde vas, campeón?
Por ahora, no va a ningún lado. Y ese inmovilismo lo condena: no dobla porque no sabe a dónde ir. Entonces hace como que arranca, pero en realidad está quieto. Varado al lado del camino, con las balizas puestas pidiendo ayuda.
El tiempo a él lo puso en otro lado. Por miedo a que lo llamen obsecuente o traidor, ya no pertenece a ningún ismo.
Ahora está vivo y enterrado.
Quizás tendrá que declararse incompetente en todas las materias del mercado.
*Consultor en comunicación política. Director del Posgrado en Literatura y Discurso Político de FLACSO.