OPINIóN
EL ADIÓS A ALBERTO FONTEVECCHIA

Alberto Fontevecchia tenía calle y mundo

Decir que alguien “tiene calle” parece irreverente, propio del lunfardo. En cambio, que “tiene mundo” alude a quien cruzó fronteras, a quien se animó a trascender. Alberto Fontevecchia juntó las dos cosas.

Alberto Fontevecchia
Alberto Fontevecchia | Juan Obregón

Decir que alguien “tiene calle” parece irreverente, propio del lunfardo. En cambio, que “tiene mundo” alude a quien cruzó fronteras, a quien se animó a trascender. Alberto Fontevecchia juntó las dos cosas. Es indudable que su altísima capacidad de trabajo -que mantuvo hasta el final- fue su principal pilar. Su inicio laboral fue muy temprano, ya trabaja en la editorial del colegio jesuita en el que cursó el secundario. Es más, a pesar de su corta edad, por un motivo fortuito se tuvo que hacer cargo repentinamente de esa editorial. Sí, “tenía calle” y eso le aportó la picardía, la sensibilidad y la intuición para relacionarse con el resto de las personas. Pero también desarrolló la capacidad para forjar su camino empresarial, que lo llevó a poder manejarse en forma suelta e inteligente, propia de los que “tienen mundo”.

Mientras que Perfil seguía incorporado lo más moderno en software para la edición de medios periodísticos, Alberto seguía usando palabras propias de la linotipia, como cuando se acercaba a la pantalla de la computadora en la que se estaba cerrando la tapa de la próxima edición. “Dale una pica más” le decía al diagramador, pero todos entendíamos a qué se refería. No era el jefe por ser, en ese entonces, el presidente de la empresa. Alberto era el jefe porque sabía y del que podíamos aprender.

Alberto Fontevecchia
Alberto Fontevecchia.

El primero de abril de 1998 me recibió en Perfil. No lo esperaba. No era con él con quien, supuestamente, había arreglado mi pase desde el diario en el que había trabajado hasta ese momento. Aunque ahí comencé a entender que la realidad era otra. Su mano había estado atrás y fue la primera que estreché ese día. Hasta ese momento nunca nos habíamos encontrado. Tras una hora y media hablando, nos dimos cuenta de que le habíamos invadido la oficina a quien yo pensaba que me había ofrecido la posibilidad de trabajar en la Editorial Perfil.

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Al otro día, Virginia, la secretaria de Alberto que siempre vamos a recordar los “perfilianos”, me transmitió el primero de los innumerables mensajes que me llegarían a lo largo de los años siguientes: “El señor Alberto lo invita a participar de una reunión, el tema es Mundo Lácteo, comienza a las 18 horas…”. Fue en las viejas oficinas de Sarmiento. En esos días la editorial estaba en plena mudanza a Chacabuco, en las que ya me había instalado.

El adiós a Alberto Fontevecchia

Me sorprendí. Era una reunión de plana mayor y las decisiones que había que tomar ese día también eran mayores. Uno de los temas era nada menos que definir el estilo de campaña con la que se difundiría esa exposición. Los creativos de la agencia traían dos opciones que expusieron ante el reducido grupo de asistentes.

 Alberto pidió que cada uno diese su opinión. Todos coincidieron en la misma alternativa. Yo era el último en votar. Lo dudé, pero me animé: “La verdad es que a mi me gusta más la otra” y di las razones.

Alberto guardó silencio unos segundos y entonces comentó: “Venía coincidiendo con ustedes, pero la verdad es que ahora que lo vuelvo a pensar…., avancemos con la segunda”.

Alberto Fontevecchia
Alberto Fontevecchia.

El encuentro terminó ahí y todos comenzamos a salir. Entonces me preguntó si podía quedarme un momento. A solas me dijo: “No me gusta que siempre me den la razón, prefiero que, como vos lo hiciste recién, las personas que me rodean me den sus verdaderas opiniones”.

Durante mucho tiempo pensé, vanidosamente, lo acertada que había sido mi actitud. Lo fue, pero después de unos años de ocupar el solitario lugar del Director me di cuenta que jamás había recibido una lección de tal envergadura sobre cómo afianzar a un nuevo colaborador.

"Un grande con mayúsculas": último adiós a Alberto Fontevecchia, fundador de Editorial Perfil

Alberto me confió a una de sus hijas más preciadas. Muchas publicaciones salieron de su cabeza y pasaron por sus manos. Pero SuperCampo y Weekend fueron parte de su familia, dos revistas que salieron de sus entrañas, de sus afectos, de su estilo de divertirse trabajando.

Esa confianza recibida es la que genera la pertenencia a un producto editorial del que se puede no seguir estando en el día a día, pero con el que se queda marcado para todos los días. 

Daniel A. Valerio, ex Director de SuperCAMPO