OPINIóN
Columna de la UB

Cómo hacer valer los derechos de la niñez en busca de un ambiente sano

Es fundamental garantizar una vida sana, con acceso a la educación y el bienestar, así como la defensa de sus derechos, para todos los niños, niñas y adolescentes. También, prevenir la enfermedad y construir sociedades más resistentes, pacíficas y sustentables.

Derechos de los niños
Los derechos de los niños afectados por la crisis ambiental. | Pixabay

Varios son los cambios de paradigma que debemos considerar en la actualidad para erradicar y combatir la violación de los derechos humanos fundamentales y, en especial, los derechos de niños, niñas y adolescentes en medio de la crisis climática, alimentaria y ambiental que estamos atravesando y que, de no mediar importantes cambios a escala global, se acrecentarán en los próximos años. Máxime, si tenemos en cuenta las zoonosis -entre ellas, el COVID-19- que estamos atravesando y que serán una constante en el futuro, debido al mal acercamiento o la invasión de los hábitats naturales de los animales por parte del hombre. 

Los problemas ambientales que enfrenta la niñez

Como primera fuente a tener en cuenta para el cambio de paradigma que se necesita, en busca de un desarrollo humano fundamental en la infancia, debemos contemplar que la Corte Interamericana de Derechos Humanos generó amplia jurisprudencia en defensa del derecho al medio ambiente sano y el desarrollo sostenible -derechos al ambiente sano y convivencia entre seres vivos- y, con ello, contribuyó al logro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Así lo expresó el Tribunal en la opinión consultiva 23, y en consonancia con ello se encuentra también la sentencia “Lhaka Honhat vs. Argentina”, del 6 de febrero de 2020.

También debe tenerse en cuenta la campaña de UNICEF que remarca que los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) fueron aprobados por todos los Estados Miembros de las Naciones Unidas en 2015, con el fin de eliminar la pobreza, reducir la desigualdad y lograr sociedades más pacíficas y prósperas para 2030. Los ODS, conocidos también como los Objetivos Mundiales, constituyen un llamamiento a la acción para crear un mundo en el que nadie se quede atrás. No se pueden alcanzar si no se respetan los derechos de los niños y los adolescentes de todo el mundo, que están reivindicando sus derechos a la salud, la educación y a un planeta limpio, entre otros. Como líderes del mañana, la capacidad de los niños para proteger nuestro futuro dependerá de lo que hagamos hoy por garantizar sus derechos.

Sobre la crisis ambiental argentina

 

Entre los ODS, se destacan, para el caso: “1) fin de la pobreza; 2) hambre cero; 3) salud y bienestar; 4) educación de calidad; 5) igualdad de género; 6) agua limpia y saneamiento; 7) energía asequible y no contaminante (…); 10) reducción de las desigualdades; 11) ciudades y comunidades sostenibles; 12) producción y consumo responsables; 13) acción por el clima; 14) vida submarina; 15) vida de ecosistemas terrestres; 16) paz, justicia e instituciones sólidas, y 17) fortalecer los medios de ejecución y revitalizar la alianza mundial para el desarrollo sostenible.

Ello, con el objeto de poner fin a la violación de los derechos humanos, a la pobreza y el hambre en todas sus formas en todo el mundo, que privan a la niñez de los derechos fundamentales a la nutrición, el agua, la educación, la protección y la vivienda. Se resalta la importancia de la educación ambiental y el acceso a la justicia, que garantiza el Acuerdo de Escazú, el amor por la naturaleza y nuestra “casa común”, y el acceso a un estándar de desarrollo laboral y económico, entre otros. La vulneración de los derechos de los niños reduce su capacidad de construir un futuro mejor para sí mismos y para las generaciones futuras. Si no hay una pronta decisión a escala mundial, lo más probable es que la pobreza infantil agrave la desigualdad social y prive a los niños y niñas más vulnerables de los servicios que necesitan para sobrevivir y prosperar en un mundo cada vez más difícil y desigual, gobernado por las crisis políticas, sociales y económicas, y rodeado de pandemias y consecuencias nefastas para la vida humana y de los animales no humanos en nuestro planeta, como producto de la crisis ambiental y climática.

Por ello, es fundamental garantizar una vida sana, con acceso a la educación y el bienestar, así como la defensa de sus derechos, para todos los niños, niñas y adolescentes. También, prevenir la enfermedad y construir sociedades más resistentes, pacíficas y sustentables.

Otra de las urgencias es lograr la igualdad entre los géneros y empoderar a todas las mujeres y las niñas, y asimismo lograr la inclusión y el reconocimiento de los derechos de los más vulnerables.

En cuanto a lo específicamente ambiental, es necesario promover el uso de energía asequible, limpia y no contaminante, así como evitar la migración ambiental y la impunidad de los ecocidios internacionales.

Una luz de esperanza

Existe una luz de esperanza si se analiza todo el conjunto de tratados, convenciones y leyes que permitieron un gran avance en el reconocimiento de los derechos de los niños, niñas y adolescentes. Pero el avance debe incrementarse de manera urgente, ya que, al igual que en lo referente a la crisis ambiental y climática, estas cuestiones no pueden esperar más tiempo. Es ahora o nunca el momento para producir grandes cambios y accionar globalmente contra estos grandes flagelos de la niñez. 

Se resalta la importancia de la acción por el clima, con el fin de adoptar medidas urgentes para combatir el cambio climático y sus efectos: el cambio climático constituye una amenaza directa a la capacidad para sobrevivir de los niños y de toda vida de este planeta.

El desafío de abordar la alimentación desde una perspectiva ambiental

En este sentido, en septiembre del 2021, la Asamblea General de las Naciones Unidas reunió a los países en un momento crucial para organizar la acción colectiva con el propósito de hacer frente a la crisis medioambiental mundial. La salud ya se está deteriorando debido a los aumentos de temperatura y a la destrucción del mundo natural, una situación que los profesionales de la salud han venido anticipando desde hace varios decenios. Los datos de la ciencia son inequívocos: un aumento mundial de 1,5 ºC por encima del promedio preindustrial y la pérdida continua de la diversidad biológica representan un riesgo de daño catastrófico para la salud que será imposible revertir.

A pesar de la preocupación inevitable en todo el mundo causada por la COVID-19, no podemos esperar a que pase la pandemia para reducir rápidamente las emisiones.

Los daños afectan desproporcionadamente a los más vulnerables, como los niños, los adultos mayores, las minorías étnicas, las comunidades más pobres y quienes tienen problemas de salud subyacentes. El calentamiento en todo el mundo es, además, uno de los factores responsables de la disminución del rendimiento potencial de los principales cultivos a escala mundial; esto, junto con los efectos del clima externo y el agotamiento de los suelos, obstaculiza las iniciativas para reducir la desnutrición.

La salud humana requiere ecosistemas que prosperen. La destrucción generalizada de la naturaleza, que abarca los hábitats y las especies, erosionó la seguridad del agua y de los alimentos y aumentó las probabilidades de que ocurran pandemias. Las consecuencias de las crisis ambientales recaen de manera desproporcionada en los países y las comunidades cuya contribución al problema es mínima y cuya capacidad para mitigar los daños resulta mucho menor. Sin embargo, ningún país, por muy rico que sea, podrá estar a salvo de estas repercusiones. Si se permite que las consecuencias recaigan en forma desproporcionada sobre los más vulnerables, aumentarán los conflictos, la inseguridad alimentaria, los desplazamientos forzados y las zoonosis, con consecuencias graves para todos los países y comunidades. Del mismo modo que sucede con la pandemia de COVID-19, a escala mundial somos tan fuertes como nuestro miembro más débil. 

Argentina llegó a su límite y ya destruye más de lo que genera

Muchos gobiernos hicieron frente a la amenaza de la pandemia de COVID-19 con un financiamiento nunca visto. La crisis medioambiental exige una respuesta similar. En particular, los países que contribuyeron de manera desproporcionada a la crisis medioambiental deben trabajar más, a fin de apoyar a los países de ingresos más bajos y medianos en la creación de sociedades más limpias, sanas y resilientes.

Para culminar de un modo optimista, destacamos la función de la juventud y de las ONG, que se convirtieron en los últimos años en los mayores activistas en la protección de los derechos a un ambiente sano. Aportan ideas originales y estimulantes para producir una cambio rápido y efectivo en el planeta y son los que, de a poco, empiezan a despertar a los gobiernos del mundo, con el fin de que entiendan la necesidad de cambios para vivir en un mundo más justo, con paz, protección de los derechos humanos y del ambiente en sentido amplio, lo que no es otra que la “casa común”, en palabras del papa Francisco.

*Por Miguel Ángel Asturias, profesor de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de Belgrano.