Si algo confirma las enseñanzas negativas de la pandemia, es lo que estamos viviendo como humanidad: un conflicto con potencialidades de una escalada inimaginable en el desarrollo de la violencia entre Estados y pueblos. Una palabra se instala en el centro de la escena mundial: guerra.
Esto nos lleva a reflotar nuevos razonamientos y autores como Michael Howard en La guerra en la historia de Europa y el texto clásico de Cyril Falls The Art of War from the Age of Napoleon to the Present Day. Ambos se concentran en las dimensiones de la “institución de hacer la guerra” y marcan el carácter volitivo y decisional de este acto oscuro del ser humano que expresa su violencia desde “la guerra de los caballeros” a “la era nuclear”. Este último estadio es el que nos preocupa y lo antecede un excelente razonamiento de Rodrigo Lloret en “Invierno nuclear” en este mismo espacio editorial.
La argumentación del canciller ruso relacionada a una posible “tercera guerra mundial nuclear y devastadora” pareciera dejar de lado el concepto de disuasión nacido en los años 50 –analizado profundamente por Benoît Pelopida en Repenser les choix nucléaires. Esta dinámica del inicio de una escalada bélica se ratifica con las palabras del presidente de Rusia al considerar que las sanciones impuestas a su país son “similares a una declaración de guerra”.
¿Qué significa la dimensión nuclear de la guerra? Según afirma la Federation of American Scientists (FAS) en su informe “Status of World Nuclear Forces”, a comienzo del año 2022 nueve países poseen un total de 12.705 ojivas nucleares (Rusia 5.977, Estados Unidos 5.428, China 350, Francia 290, Reino Unido 225, Pakistán 165, India 160, Israel 90 y Corea del Norte 20). La clave es que EE.UU. y Rusia concentran el 90% de ellas, lo que genera una bipolaridad nuclear desmesurada y fuera del equilibrio del poder en otras dimensiones. Cada una de las potencias posee 4 mil ojivas nucleares de manera operativa en arsenales militares colocados en misiles, aviones, barcos y submarinos.
El histórico proceso de desnuclearización que se inicia en 1970 con el Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares tuvo el mayor éxito en la limitación formal del número de países que pueden acceder a ellas y en algunas reducciones. Pero una alarma se activó en enero de 2022, antes del inicio del conflicto, el 24 de febrero del mismo año.
El Science and Security Board Bulletin of the Atomic Scientists, que publica el “reloj del fin del mundo”, mantuvo su manecilla a 100 segundos antes de la medianoche. Este indicador simbólico mide la probabilidad de un apocalipsis nuclear planetario y nunca había estado tan cerca desde que fue creado, en el año 1947.
Recordemos que, sumadas a los efectos de la explosión nuclear en sí, al calor, a la radiación y a los impulsos electromagnéticos, las detonaciones generan nubes de polvo que se expandirían hasta cubrir la luz solar: esto provocaría la destrucción de las tierras sembradas para la alimentación. Al aire contaminado para respirar se le sumaría la falta de alimentos.
En este escenario tecnológico de la muerte planificada, entra en juego la política y los sistemas decisionales con la enigmática regla de los dos hombres (two-man rule/ règle des deux hommes). Esta consiste en que, una vez tomada la decisión en el nivel de la política, se requiere una validación instrumental de un funcionario que asegure la racionalidad y la legitimidad de la acción de encender la maquinaria nuclear. ¿Cómo funcionaría la cadena de mandos cívico-militar en este caso puntual?
La comunidad internacional debe estar atenta a un detalle muy complejo: la doctrina nuclear de Rusia ha cambiado desde 2020 y aprueba el uso de las armas nucleares, aun respondiendo a un ataque convencional “si estuviera amenazada la existencia misma del Estado”. Esperemos no estar jugando con “el delicado equilibrio del terror”, como teorizara el estratega nuclear norteamericano Albert Wohlstetter.
*Politólogo y doctor en Ciencias Sociales. Profesor e investigador de la Universidad de Buenos Aires.