En los últimos días, Cristina Kirchner volvió a hacer públicas sus incomodidades con el gobierno del presidente Alberto Fernández, que ayudó a crear y al que pertenece. Hace unos meses había manifestado su frustración con los “funcionarios que no funcionan”. En esta oportunidad sugirió que algunos deberían buscar otro “laburo”. Luego de unos primeros meses en los que parecía que efectivamente la vicepresidenta adoptaría un rol simbólico y discreto en el gobierno, su figura viene adquiriendo centralidad en la dinámica de la administración.
El problema no es que el diagnóstico esté equivocado. Es difícil no acordar con ella en que hay varios miembros del elenco que están por debajo del nivel esperado. Y está en su derecho a estar molesta: como ciudadana, se frustra ante un gobierno que no puede articular un discurso unificado y que no encuentra un eje que estructure su gestión.
El problema de fondo de la “interna a cielo abierto” que desnudan las advertencias de Cristina Kirchner a Alberto Fernández es que ella parece no reparar en que son parte del problema por dos razones.
En primer lugar, alienta las sospechas sobre quién realmente manda. Esto aumenta la incertidumbre sobre hacia dónde va el gobierno. Desde el comienzo de la gestión de Fernández (de Alberto, claro) surgieron las especulaciones sobre dónde realmente está ubicada la terminal de poder. Y las quejas públicas de Cristina no hacen más que generar más incertidumbre. Y esto también es un problema al interior del Frente de Todos, donde algunos sectores “tradicionales” del peronismo (como los gobernadores o el massismo) se sienten incómodos ante el protagonismo de la vicepresidenta.
Las quejas públicas de Cristina no hacen más que generar más incertidumbre
Pero hay un segundo problema, más severo. Las apariciones de Cristina pueden generar disfuncionalidades de gestión. Si continúan en el tiempo, las advertencias de Cristina y de su círculo duro generarán la duda entre los ministros de si poseen el aval para avanzar con sus agendas y actuar políticamente. Los ministros no saben si Alberto tiene la última palabra, y padecen la indefinición de la distribución de poder en el gabinete.
De este modo, se amplifica la parálisis de un equipo que viene dando señales de estar muy estático. A su vez genera un incentivo muy perverso entre el gabinete: el incentivo de los ministros es a radicalizar su posición para mejorar su sintonía con el Instituto Patria. Ante la duda de si Alberto tiene la última palabra y de si sus acciones recibirán una reprimenda vicepresidencial, la estrategia dominante de los ministros será a apoyarse en el sector más duro del gobierno. Ya ha habido señales en esa dirección: cuando Fernanda Vallejos deslizó que el Estado debería tener participación en el capital de las compañías que reciben ayuda pública, algunos ministros (Nicolás Trotta y Claudio Moroni) mostraron su apoyo al proyecto, para luego ser desautorizados por el Presidente Fernández. Por todo esto, no debería sorprender que muchos funcionarios decidan volar bajo: ante las dudas de cómo serán tomadas sus posiciones, los mismos prefieren no hacer declaraciones ni levantar el perfil.
Lo más probable es que la elección de 2021 se desarrolle en un escenario de polarización
Estos dos problemas se ven agravados por un nuevo rasgo del paisaje político argentino: la creación de dos polos políticos que estructuran la oferta política entre el peronismo y el no-peronismo. Esta dinámica hace cada vez más probable que ningún gobierno vuelva a tener las amplias mayorías parlamentarias como la que Cristina tuvo hasta 2013. Esta estructuración en dos polos hace necesaria la búsqueda de consensos para resolver los varios problemas estructurales argentinos (entre ellos, la incapacidad de crecer económicamente para salir de la situación de estancamiento en la que nos encontramos desde hace una década). Pero una radicalización tanto del gobierno como de la oposición en un escenario bipolar aleja cada vez más este escenario.
Así, la dinámica de radicalización al interior del gobierno y de la oposición plantea un escenario complicado para 2021. Ya se rompió el pacto de colaboración entre el gobierno y la oposición que caracterizó los primeros meses de la pandemia. Lo más probable es que la elección de 2021 se desarrolle en un escenario de polarización.
Las tareas por delante son enormes: la situación económica es delicada, la situación social y sanitaria también. La oposición y el gobierno (y esto incluye a la vicepresidenta) deben comprender que es necesario trabajar en la búsqueda de acuerdos. Los retos públicos de la vicepresidenta no ayudan.
*Profesor Universidad Nacional de San Martín y de la Universidad Torcuato di Tella.