OPINIóN
Después de Netanyahu

La izquierda israelí parece haberse despertado

El nuevo gobierno está presidido por un nacionalista religioso, pero el apoyo principal de su coalición es de las antípodas ideológicas, parte de una larga tradición en el país.

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Líderes. Lapid y Bennett. El primero armó todo el gobierno, el segundo quedó al frente, pero sin apoyos propios. | AFP

Benjamin “Bibi” Netanyahu mantuvo el lunes último una reunión de apenas veinticinco minutos con Naftali Bennett para concretar formalmente la transición y entregarle las llaves de la oficina del primer ministro de Israel.

Cuando salió de la incómoda entrevista con Bennett, Netanyahu se juntó con los legisladores de su bloque, ahora en la oposición, y gruñó: “este gobierno fraudulento caerá rápidamente porque está unido únicamente por el odio, la exclusión y la codicia”.

Los hombres del Likud, el partido de “Bibi”, se miraron a los ojos y se prometieron hacer todo lo posible para derribar el nuevo gobierno lo antes posible y convocar a elecciones.

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Responsables. Es entendible el enojo de Netanyahu, en especial porque Bennett, el hombre que lo sacó del poder donde estaba estacionado desde hace doce años, solía ser uno de sus protegidos y actuó como ministro en varios de sus gabinetes.

Pero no hay que olvidar que el verdadero responsable de la salida del ahora ex “rey Bibi” no es Bennett -cuyo partido, Yamina, apenas logró siete bancas en la Knesset, el parlamento israelí, en las elecciones de marzo de este año y antes, en las del 2020, casi se queda afuera- sino el ex presentador televisivo Yair Lapid.

Cuando ya parecía que el encargo del presidente, Reuven Rivlin, para que forme gobierno estaba por expirar, abriendo la puerta a nuevos comicios legislativos, Lapid -que tiene diecisiete bancas con su centrista Yesh Atid- hizo un poco de magia y formó el “bloque del cambio” para sacar a Netanyahu acomodando piezas que parecían incompatibles.

Se trata de un bloque que junta desde un nacionalista millonario para primer ministro (Bennett) a un pragmático legislador árabe musulmán sin tapujos para unirse a sus compatriotas judíos en el gobierno (Mansour Abbas, del partido Ra’am), pasando por un ambicioso ex Likud (Gideon Sa’ar) y el perenne Avigdor Lieberman, un furioso crítico de los privilegios de los ultra-religiosos y que vive del voto de los inmigrantes de la ex Unión Soviética.

Centro e Izquierda. “La coalición fue negociada por Lapid y contará con una mayoría de ministros de centro e izquierda”, puso negro sobre blanco el analista Yair Rosenberg en una columna en la revista Tablet. Y se trata de un gobierno que “dependerá de los votos de un partido árabe para mantener su existencia”, agregó.

Lapid, siguió Rosenberg, “vistió a Bennett con una camisa de fuerza de oro, dándole los adornos del poder sin la capacidad de ejercerlo por completo”. Bennett, afirmó el columnista, “es un nacionalista religioso declarado que aboga por la anexión de Cisjordania, pero no puede avanzar su propio programa en este gobierno”.

“Este no es un gobierno de izquierda, pero es un giro a la izquierda”, arriesgó el comentarista.

En efecto, todos estos elementos de “izquierda” en el proyecto de Lapid están haciendo suspirar a más de uno en Israel.

Es que, allá a lo lejos, en tiempos que casi nadie recuerda, Israel era un país de pioneros de izquierda, gobierno de izquierda y próceres de izquierda.

¿Será un espejismo ver a la líder feminista dura del histórico Partido Laborista (Avodá), Merav Michaeli, como ministra de Transporte y una de las caras más visibles del nuevo gobierno? ¿O, más aún, a Nitzan Horowitz, el jefe abiertamente gay de Meretz, el partido que recoge los restos del socialismo israelí, ocupando la cartera de Salud?

Meretz, heredero del partido marxista-sionista Mapam, se había convertido después de los ‘90, cuando alcanzó un pico de doce bancas en la Knesset, en un paria de la política israelí a nivel nacional, pero ahora tiene tres ministros en el gabinete encabezado por Bennett. Junto con Horowitz, al nuevo elenco de gobierno entró, como ministra de Protección Ambiental, la ecologista Tamar Zandberg, una feminista que durante su tiempo como concejala en Tel Aviv luchó -sin suerte- para que se levante la prohibición del transporte público en el Shabat y, con más fortuna, por el cierre de los locales de strip tease de la ciudad.

El trío de Meretz se completa con Issawi Frej, un israelí árabe que quedó al frente del ministerio de Cooperación Regional.

Historia. Puede ser que se trate realmente de un espejismo, pero este regreso de Avodá y Meretz al centro de la escena política israelí -o más bien al costadito del centro del escenario, como un coro- representa una buena oportunidad para revisar el pasado izquierdista de este país del Medio Oriente, una región donde casi nada es lo que parece.

El propio padre de la patria, David Ben-Gurion, venía de una formación marxista, Poalei Zion (Trabajadores de Sión), en la que militaba cuando todavía vivía en Polonia, antes de salir para la Palestina bajo control otomano en 1906. Ben-Gurion fue siempre un socialista y estuvo involucrado en el desarrollo de las primitivas granjas que luego se convertirían en kibutzim (plural de kibutz), las célebres colonias agrícolas colectivas que todavía sobreviven, en formas muy diferentes, en Israel.

Pero también era un pragmático y, cuando llegó el momento de impulsar la creación del estado de Israel y contar con un frente unificado ante el resto del mundo, no dudó en sumar a la causa a los representantes de los ultra-ortodoxos de la época.

A cambio, el prócer les ofreció una serie de concesiones que se mantienen hasta ahora, como el respeto del Shabat (con cierre de los comercios y de los transportes), la exigencia de reglamentación kosher en muchísimos restaurantes e instituciones y la palabra final en la celebración de matrimonios y divorcios.

Tal era la voluntad de compromiso de Ben-Gurion que, después de las elecciones para la primera Knesset, en 1949, dejó de lado al pro-soviético Mapam y formó gobierno con una variopinta coalición de sionistas religiosos, ultra-ortodoxos, sefaradíes y árabes. No muy distinta a la que armó Lapid hace unas semanas.

Mapam había sumado diecinueve escaños para el parlamento. Pero Ben-Gurion, que alcanzó cuarenta y seis bancas, quiso mantener un perfil pro-occidental y le escapó a una alianza con los marxistas israelíes. En el “bloque del cambio” diseñado por Lapid, los herederos del Mapai de Ben-Gurión (el Partido Laborista), y los de Mapam (el actual Meretz) consiguieron varios ministerios y una bocanada de aire que los puede volver a poner en el mapa político del país.

Comunistas. Aunque a muchos les cueste creerlo, en Israel -al igual que en Estados Unidos, por ejemplo- existe un partido comunista. Con raíces en las formaciones comunistas judías de los tiempos de la Palestina bajo el mandato británico, el partido Maki era marxista y más o menos sionista, y uno de sus principales dirigentes, Meir Vilner, aparece entre los firmantes de la declaración de independencia de 1948.

Todo eso sucedió mientras la Unión Soviética apoyaba la partición de Palestina para la creación de un estado judío y otro árabe. Pero cuando Moscú cambió de parecer, apostó por el mundo árabe y se enemistó con Israel, en la década del ‘50, Maki (la sigla de HaMiflagá HaKomunistit HaIsraelit) abandonó el sionismo.

Muerto Stalin en 1953, el partido se dividió entre marxistas que querían mantener sus pies dentro del proyecto israelí y otros -entre ellos Vilner- que se radicalizaron en favor de un país socialista con libre determinación para los ciudadanos árabes. El primer bloque se terminó disolviendo. El segundo se hizo popular entre los votantes árabes y pasó a llamarse Rakah, luego volvió a llamarse Maki, y finalmente lo rebautizaron con el nombre Hadash, agrupación que entra y sale de la alianza Lista Conjunta, predominantemente islámica y que en las elecciones del año pasado logró quince bancas en la Knesset.

Panteras negras. Para seguir asombrándose, Israel tuvo, en los ‘70, una organización de Panteras Negras. Se trató de un grupo de jóvenes de origen sefaradí o mizrahi, hijos de inmigrantes llegados desde países árabes del Medio Oriente o el Norte de África, familias en general pobres y con poco acceso a la educación o la movilidad social en un país dominado por una élite ashkenazi “blanca”.

Emulando a la organización afroestadounidense, los Panterim HaShjorim buscaron darle resonancia nacional al descuido y desprecio que sufrían estos inmigrantes, desde siempre los “cabecitas negras” de Israel.

El grupo estaba logrando cierta resonancia cuando estalló la Guerra de Iom Kipur, en octubre de 1973, y debieron volver al asiento de atrás de la política israelí. En el entretiempo quedó un enfrentamiento con la entonces primera ministra, Golda Meir, quien -recuerdan algunos historiadores- no podía sacarse de encima su chip ashkenazi y, también ella, una madre de la patria, miraba por encima del hombro a los mizrahim.

Hubo incluso una reunión de líderes de los Panterim y la primera ministro, de la cual quedó un célebre (presunto) comentario de Meir: esos chicos revoltosos y oscuritos “no eran agradables”.

Cuenta otra leyenda que, en marzo de 1972, los Panteras Negras israelíes llevaron a cabo un ingenioso y -visto a la distancia- inocente acto de protesta: miembros del grupo robaron leche que los repartidores dejaron en umbrales de familias ashkenazíes ricas y distribuyeron las botellas entre los habitantes de barrios pobres mizrahim.

“O la torta será compartida por todos o no habrá torta”, dijo en aquella ocasión uno de los principales líderes de la agrupación, Saadia Marciano.

Irónicamente, el despertar político que los Panteras Negras ayudaron a generar entre los mizrahim también colaboró con el histórico triunfo del derechista Likud en 1977, que llevó a Menahem Begin a convertirse en primer ministro.

Begin supo tocar la cuerda del desencanto entre los “morochitos” llegados desde los países árabes y sus hijos, quienes vieron en el líder del Likud la chance de desalojar del poder a los “blanquitos” del Laborismo de Meir, Itzjak Rabin y Shimon Peres.

¿Será Lapid la puerta que permita el regreso de una izquierda sólida y representativa a Israel? Quién sabe. Quizás Netanyahu cumple con su promesa de derribar la endeble coalición que sostiene a Bennett y todo vuelve a la “normalidad” populista en Israel.

*Periodista especializado en temas de la realidad israelí.