OPINIóN
Columna

La Serpiente Cósmica (tercera parte)

Ciencia y shamanismo. Un reencuentro de la mentalidad científica con el compendio vivo de la sabiduría ancestral.

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Psychedelic | Andrew Martin / Pixabay

Si la experiencia de trascendencia está mediada por moléculas que fluyen tanto a través de nuestro cerebro como del mundo natural de las plantas y los hongos, entonces tal vez la naturaleza no es tan muda como la Ciencia nos ha dicho, y el "Espíritu", como sea que se lo defina, existe por ahí; es inmanente en la naturaleza, tal como innumerables culturas ancestrales han sostenido. Lo que para mi mente (espiritualmente empobrecida) parecía constituir un buen caso para el desencanto del mundo, se convierte en prueba irrefutable de su encantamiento fundamental en las mentes de los más psicodélicamente experimentados. “Carne de los dioses”, sin duda.

                                                                               Michael Pollan, Cómo cambiar tu mente

 

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Con esta cita maravillosa de Pollan volvemos a nuestra relación con las drogas psicodélicas (mejor llamadas “medicinas” por las culturas amerindias) y el potencial integrador que tiene el reencuentro de la mentalidad científica con el compendio vivo de la sabiduría ancestral iniciado en el capítulo primero de este libro. Y aquí, finalmente, arribamos a la relación de nuestro tren de pensamiento con el título de éste capítulo:

Considerando todas las cosas, la sabiduría requiere no sólo la investigación de muchos temas, sino la contemplación de lo misterioso.

                                                                                     Jeremy Narby, La Serpiente Cósmica

 

Jeremy Narby, reconocido antropólogo y psiconauta, en su libro “La serpiente cósmica” nos invita a proponer y fomentar esta integración entre la ciencia y el conocimiento shamánico (*) de todas las culturas, en todos los tiempos. Dicha integración es propuesta mediante la comparación entre la molécula helicoidal de ADN y la descripción mágico-metafórica de tantos pueblos que hablan –en sus diferentes versiones- de la “serpiente cósmica”, venerada como aquella que constituye y a la vez resguarda la escalera/soga/espiral estirada que conecta el cielo con la tierra, el mundo de los vivos con el de los espíritus, nuestro mundo físico con aquel que habita nuestra conciencia.

La Serpiente Cósmica

Según el recorrido intelectual que hace Narby a partir de lecturas especializadas, conversaciones con científicos, entrevistas a viejos sabios de pueblos originarios en América y Europa, largas caminatas reflexivas por los bosques suizos (su tierra natal) y su prolífico poder de asociación, cuando los mitos universales nos hablan de la “serpiente cósmica”, lo que están haciendo es aludir –sin saberlo, claro- a la molécula de ADN. Contemplada en su total magnificencia durante las experiencias psicotrópicas que resultan del consumo de drogas enteógenas, estas ubicuas entidades/moléculas nos transmiten su sabiduría por medios electroquímicos.

Existen obras plásticas que representan esta relación (**), pero la más clara simbología que tenemos a disposición, definitivamente milenaria (muy anterior al descubrimiento químico de la molécula por Watson y Krick en el siglo XX) es la doble serpiente espiralada que acompaña el cáliz en el Caduceo.

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Con respecto al mismo, Chevalier y Gheerbrandt (1982) escriben:

"La serpiente tiene un aspecto doblemente simbólico: uno es beneficioso, el otro es el mal, del cual el caduceo representa, por así decirlo, el antagonismo y el equilibrio; este equilibrio y polaridad son sobre todo los de las corrientes cósmicas, que se imaginan más generalmente por la doble espiral"; en el esoterismo budista, por ejemplo, "el bastón del caduceo corresponde al eje del mundo y a las serpientes de los Kundalini, la energía cósmica dentro de cada ser”.

Según Bayard (1987), las dos serpientes del caduceo, el yin-yang del T'ai Chi y la esvástica de los hindúes simbolizan "una fuerza cósmica, con direcciones opuestas de rotación".

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De acuerdo a esta teoría fascinante que termina elaborando Narby cual detective antropológico con delirios de bioquímico, el ADN sería fuente y receptor de bio-fotones a muy baja intensidad (pero constante, como un láser) el cual, estimulado por la ingesta de DMT o psilocibina (***) nos brinda una experiencia visionaria y trascendental. Dicha experiencia sería el resultado de nuestra capacidad de acceder a la dimensión biomolecular (poblada de fractales y espirales elípticas, entre otras estructuras universales), y los “espíritus” o entidades conscientes que uno suele encontrarse durante estos viajes, no serían otros que la manifestación de la inteligencia colectiva y sistémica de todo el ADN cubriendo el mundo, integrado en una red cuya comunicación se basa en el intercambio de esos mismos bio-fotones. De esta idea surge el concepto -o la metáfora- de que somos “seres de luz”, tan extendida en el imaginario popular.

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En los últimos años, un creciente cuerpo de pruebas demuestra que los fotones desempeñan un papel importante en el funcionamiento básico de las células: “En la actualidad hay suficiente evidencia científica que demuestra la comunicación celular a través de las radiaciones electromagnéticas, es decir, bioinformación electromagnética. Las células emiten luz de baja intensidad, biofotones, a ritmos específicos constantes. Dichas radiaciones fotónicas serían la base conductora de información biológicamente importante en todos los seres vivos.” (^)

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Lo que Narby propone, entonces, es una presencia ubicua y una participación universal de los fotones en los procesos sinápticos de los seres vivos con sistema neuronal, y en la consciencia del ser humano, fenómeno aún indefinido por la ciencia que trasciende la “maquinaría cerebral”. Dichos procesos usarían como campo de acción el ADN de cada núcleo celular.

El ADN es como una escalera, la doble hélice es su estructura base y si estiramos el ADN de un humano son 150millones de millas (podemos dar vuelta la tierra con nuestro ADN 5 millones de veces, o dar 70 vueltas entre Saturno y el Sol). Esta característica hace del ADN, de la “serpiente espiralada”, una serpiente cósmica.

 

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(*) Es bueno recordar, o enterarse, que el término “shaman” es mongol en su origen; los antropólogos occidentales hicieron, con el tiempo, uso de ese término para referirse a los “médicos brujos” de diferentes culturas en todo el globo.

(**) Ver obras de Pablo Amaringo o Alex Grey.

(***) Tanto el DMT como la psilocibina (además del mescal, la mariguana y el LSD, entre otras), son moléculas enteógenas, es decir, para las cuales nuestro sistema sináptico tiene receptores. En el caso de estas moléculas, son muy parecidas a la serotonina, un compuesto que nuestro cerebro produce naturalmente; es con sus receptores que estos compuestos se acoplan.

(^) Biofotones: una interpretación moderna del concepto tradicional “Qi” (Ishar Dalmau-Santamaria). Grupo de Investigación en Medicina Teórica, Unidad de Histología Médica, Facultad de Medicina, Universidad Autónoma de Barcelona, Barcelona, España: https://www.elsevier.es/es-revista-revista-internacional-acupuntura-279-articulo-biofotones-una-interpretacion-moderna-del-S188783691370088