OPINIóN
8 de marzo

Día internacional de las mujeres trabajadoras, tiempo de lucha fecunda

Para honrar el compromiso de ser contemporáneas a nuestra época y de aportar a la construcción de un mundo vivible, amable, diverso y justo, las mujeres, marchamos y paramos.

Marcha mujeres
Marcha mujeres | CEDOC

Hace años, décadas ya, que soy docente en la Universidad de Buenos Aires. Allí, en el marco de una clase llamada “Cuestiones de género para estudiantes de medicina”, funcionaba una pequeña encuesta despertadora de conciencia cuando en la clase pedía a les estudiantes que levantaran la mano aquelles cuyas mamás trabajaban. Algunes sí, otres no. Hace tres o cuatro años que la
encuesta no funciona. Alguna voz joven interrumpe el gesto de sus compañeres señalando que todas sus madres trabajan dentro de sus casas cuidando, limpiando, curando, cocinando. Sosteniendo la vida.

Hay que cuestionar y deconstruir concepciones e ideas muy arraigadas


Esa breve escena en la universidad señala que estamos en un tiempo nuevo. Tiempo de revueltas necesarias, de cambio cultural, de lucha fecunda. Muestra la desnaturalización de una organización desigual y violenta que ha ordenado nuestras vidas de modo binario, excluyente y productor de dolor y de muerte. El reconocimiento desde los Estados de las tareas de cuidado como un trabajo es un reclamo del movimiento feminista desde sus inicios. Eso que llaman amor es trabajo no pago, decimos desde que leímos a Silvia Federici. Esas tareas tantas veces amorosas, por qué no, han limitado la vida de las mujeres sometiéndolas a dobles jornadas de trabajo y a empleos peor remunerados. Han puesto en duda sus capacidades y sus talentos cada vez que se alejan de ese modelo binario reproductor de desigualdades que reserva a la mujer el mundo de lo doméstico y al varón el de la vida social, profesional y política. La escena doméstica idealizada durante la ya antigua modernidad en la que las mujeres “se realizaban" siendo madres, cocinando,
limpiando y atendiendo a otros sabemos hoy que encierra y oculta la injusticia, la violencia y el riesgo para la vida de las mujeres.
Por eso, y no solo por eso, las mujeres marchamos y paramos.

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La deuda es con las trabajadoras


Hace apenas unos años que acompañando a mujeres víctimas de terrorismo de Estado durante la última dictadura en su búsqueda de justicia, pude ver de cerca cómo aquellas mujeres que habían sufrido el terror estatal por medios sexuales reconocían dolorosamente que necesitaban inscribir estos hechos en el proceso de memoria verdad y justicia. Y de qué manera sus voces hacían posible que el sistema de administración de justicia reconociera estos hechos como delitos diferenciados del de tortura y a la vez como delitos que ofenden a la humanidad. La violencia del Estado en la última dictadura se desplegó de un modo particular sobre las mujeres.

Esta experiencia de construcción y de reconocimiento de lo padecido en tiempos del terror desplegará su potencia cuando podamos abordar de modo diferencial y específico las graves violaciones a los derechos humanos en democracia que las mujeres y las disidencias sufren por la acción de los aparatos represivos del Estado.

"Capacitarse es empoderarse": actividad por el Día de la Mujer en el barrio Rodrigo Bueno

Las mujeres en prisión por ocupar lugares bajos en la cadena de comercialización de sustancias prohibidas dan cuenta de la selectividad penal que las encierra sin afectar en nada a las organizaciones criminales. Las niñas abusadas, las adolescentes y las mujeres siguen siendo obligadas a abortar en la clandestinidad o a llevar adelante embarazos que hacen peligrar su vida y su salud y destrozan sus proyectos de vida, violentadas por un Estado que tolera un sistema sanitario que viola derechos. La letalidad de la violencia institucional que afecta a los varones jóvenes de sectores populares impide ver aún con claridad cómo afecta en esos mismos territorios
la violencia estatal a las mujeres. La lista de lo pendiente, de lo que aún espera, de lo que requiere urgente intervención parece no tener fin.
Las mujeres marchamos y paramos. El mundo se detiene y hacemos oír nuestras voces que traen la memoria de tanto dolor y tanta lucha.
Las personas humanas somos construidas por la época que nos toca transcurrir y que define qué es lo bueno y lo malo, lo deseable, lo valioso y lo posible. Somos moldeadas y a la vez producimos desde nuestros territorios y nuestro tiempo modos de nombrar que construyen lo que como especialistas del campo de la salud mental llamamos subjetividad.

La desigualdad oculta que se empieza a ver

Las y los psiquiatras trabajamos, cuando somos fieles a la etimología de la palabra psiquiatría, de curar el alma. Y sabemos del sufrimiento que la desigualdad, las estructuras jerárquicas y su violencia inherente causan. A esas variables, junto con otras, les llamamos determinantes sociales de la salud. Que no son un accesorio o un detalle que puede ser pasado por alto en el diseño y la
implementación de las políticas sanitarias, sino las variables que determinan los modos de padecer de las personas con y para quienes trabajamos. También sabemos de la necesidad de los lazos solidarios, del amor en sus múltiples versiones, de la igualdad, de la justicia, del cumplimiento de las responsabilidades del Estado, de la atención que posibilite la equidad de quienes han sido
históricamente vulneradas para el desarrollo de vidas dignas, valiosas y felices.
Entonces, para honrar el compromiso de ser contemporáneas a nuestra época y de aportar a la construcción de un mundo vivible, amable, diverso y justo, las mujeres, marchamos y paramos.