Mientras que allí hay una guerra de vacunas o, dicho de otro modo, de laboratorios que, según un informe que circuló ayer, van a facturar con las patentes de la covid una cifra superior a la suma de todas las vacunas anteriores. En la industria farmacéutica hay opacidad y en los gobiernos, pánico, con lo que nadie explica, por ejemplo, por qué una dosis de Sinovac cuesta 60 dólares y la de Astrazenca solo 3. Allí no es una cuestión que preocupa demasiado en tanto siguen confinadas Londres, París, Roma, por citar algunas capitales europeas como en casi todas las ciudades se vuelve a ver ascender la curva de contagios. Nadie lo dice abiertamente, pero todos los temen una cuarta ola. Mientras todo esto continúa en bucle me encierro para volver a ver Amor, la película de Michael Haneke, una historia de una pareja de viejos que se enfrentan a la enfermedad con un antidoto básico.
Cuando el estrenaron en España, el mejor reseña no es el crítico sino un escritor y periodista político, Gregorio Morán. No resulta del todo extraño porque, como se sabe, la crítica cinematográfica ha sido desterrada para ser sustituida por textos publicitarios y quedar, excepto excepciones, aislada en medios marginales. Nevera Morán en su artículo de La Vanguardia que Amor plantea la aceptación de servir hasta el último momento a la persona que amas, ya que no cabe cabe en la cabeza poder vivir sin compartir su música, la de Schubert en el caso de la protagonista de la película. Pero Morán se refiere también a la música existencial del otro, esa que necesitamos escuchar para sentirnos habitanos un espacio moral. Y esto, está claro, el amor es política. Pregunta Morán en su artículo: "¿Qué es lo que se hace cuando amas la persona que amas las contemplaciones en su deterioro absoluto y cruzas esa barrera humana, muy humana, de pensar si merece la pena seguir viviendo para sufrir, o dejar de sufrir para seguir viviendo en tu memoria?" La respuesta, sin duda, es política. Porque la política es el compromiso con una idea con el cual se organiza el mundo, y el amor es el compromiso con el otro con el cual se organiza la vida de ambos.
El argumento de Amor es muy simple. Los protagonistas hijo una pareja de ancianos en París que interpretan Emmanuelle Riva y Jean-Louis Trintignant. Ella, maestra de piano, entrenadora de grandes talentos; el jubilado de alguna profesión liberal. Ella sufre un ataque y queda hemipléjica. Aquello que parecía simple se complica y comienza un deterioro irreversible. La mujer le pide al hombre, después de una experiencia traumática en el hospital, que, pase lo que pase, no permita que la vuelvan a llevar allí. Cumple la palabra rajatabla. Asistimos entonces a la expresión alta del amor en la relación de esos dos personajes, mientras que el deterioro de ella avanza. Pero como Michael Haneke no plantea una película inocente sino una con alta carga política, aparece la única hija del matrimonio. En su primera incursión habla con el padre y la cuenta que su marido va y viene como siempre, se enamora de alguien, se aburre y vuelve. "Con los años me acostumbré", dice. El padre le pregunta, "¿Le quieres?". Silencio. Al fin le responde: "Sí, creo que si". En otro momento, siempre en diálogo con su padre, le confiasa: "Tal vez te moleste que te diga pero al entrar, recordé que de pequeña os escuchaba hacer el amor. Me tranquilizé: sentí que los "siempre estarían juntos". Es la expresión viva de un paraíso perdido. Se fabrica un mito con aquello que no se alcanza
Porque la política es el compromiso con una idea con el cual se organiza el mundo, y el amor es el compromiso con el otro con el cual se organiza la vida de ambos.
Cada intervención de este personaje, el de la hija, es el contrapunto al tema de la película, el amor. Se torna extremo cuando ante su madre, postrada en la cama, inmóvil, ida, improvisa un largo monoólogo en el que explica la forma de hacer más rentable el dinero y las virtudes de la inversión inmobiliaria frente a la bursátil. De repente, la madre despierta del letargo y la interrumpe balbuceando inconexas palabras: casa, deuda, abuela, dinero, vendedor. Como el discurso de Benjy, el hermano enajenado de El ruido y la furia de William Faulkner, la anciana irrumpe para dar sentido desde la aparente ausencia de razón.
El amor susitó tanto fervor como indiferente. Esto último es entendible ya que, en el contexto real, es visto como un documental acerca de una experiencia vital lejana en el tiempo o bien distante, de poco interés. Pasa lo mismo si hablamos de la revolución: frente al poder hegemónico y planetario de la posteconomía, resulta naíf. Como ponernos a pensar en el precio de las vacunas o las nuevas colas del hambre en las grandes capitales que también producen el virus.
* Miguel Roig