PERIODISMO PURO
Entrevista

Miguel Acevedo: "Le digo al Gobierno que es cierto que hay reactivación, pero aún es muy pobre"

Dice que su buena relación con Alberto Fernández le valió el trato frío de muchos amigos. Pero está convencido de que su rol es dialogar, estar cerca del poder, buscar consensos. Desde ese lugar de privilegio es optimista, aunque reconoce que hay profesionales que no están de acuerdo con ese diagnóstico.

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La gestión anterior. “Macri pensó que bastaba con hablar en inglés con gente de afuera para que llovieran inversiones”. “Tuvo una visión muy naif sobre lo que pasaba en la industria”. | Pablo Cuarterolo

—Se cuenta que en una reunión en 2018, mientras Mauricio Macri narraba algunos brotes verdes, le dijiste que vendrían tiempos muy duros. En septiembre de 2019 dijiste: “Nos va a costar diez años recomponer la industria”. Hay un antecedente en Córdoba: te retiraste antes de que diera un discurso. ¿Por qué fracasó Macri?

—Me impresiona cuántos datos tenés. Sí, es una lástima que haya fracasado. Había mucha gente que tenía muchas expectativas con el gobierno de Macri. Fue muy naïf en su mirada sobre la industria. No solo él: también el equipo que lo rodeaba. Para ellos, la industria no era importante, había otros sectores prioritarios. Pero todo es cadena de valor. No se puede hablar de un sector en especial. Tampoco en cuanto a la industria, que es un elemento fundamental.

—¿Y a qué atribuís esa mirada?

—Tenía una mirada muy centrista e ingenua del mundo que lo rodeaba, basada en la posibilidad de exportar productos agrícolas. Es fantástico exportar alimentos, pero deberían ser alimentos con valor agregado. Y, mucho más, con marca. Es un proceso. Es bueno exportar soja o carne; pero mucho mejor es exportar esa soja como aceite o como biocombustible, y muchísimo mejor es exportar la carne envuelta con una marca específica, que Argentina tiene la posibilidad de conseguir.

“Me preocupa que el Gobierno se enamore de los controles y los mantenga indefinidamente.”

—Uno puede decir que quizás un académico como Federico Sturzenegger podía tener una mirada más teórica, ¿pero Mauricio Macri, que había sido CEO de Sevel?

—Sí, es incomprensible. Era una persona que sabía, Había trabajado en empresas como Sevel, que tenían valor agregado. Muchas veces se piensa como algo normal que el país se podía mover exclusivamente con granos o con inteligencia artificial. O con sistemas, al estilo de Mercado Libre.

—¿Fue frívolo o estuvo cooptado por quienes venden crédito, por el mundo financiero, que necesitaba colocar deuda a tasas altas y le prometieron una lluvia de dólares que nunca existió?

—Se le fue dando. No creo que haya buscado la bicicleta financiera. Esperaba algo más. Me parece muy bien buscar al inversor extranjero, pero primero tiene que estar el inversor local. Ningún inversor extranjero va a ir a un país si no ve que los locales tienen un retorno de sus inversiones. Es lo que le achacábamos. Ante un contexto de no retorno de inversiones, no bastaba con salir y hablar en inglés con gente de otros países. No era lógico pensar que eso alcanzaba. Cualquiera que invierte hace un análisis de la situación del país, cómo son las tasas de interés, cómo es el retorno de la inversión o la cuestión de los impuestos. Era obvio que se trataba de posiciones más financieras que productivas. Tenemos este tipo de crisis recurrentes. Hace diez años que no estamos creciendo. Al contrario, nos estamos quedando en todo sentido. Perdemos incluso en la comparación con nuestros vecinos. Ya no solo con Europa y otros países.

—Es fácil caer en la tentación del canto de sirenas. Sos presidente, vienen representantes de inversores internacionales y te cuentan que haciendo tal cosa vos vas a ser querido, votado y aplaudido. En realidad, se trata de financistas con liquidez que necesitan colocar deuda. Algo recurrente en Argentina.

—Normalmente el ser humano aprende de sus errores. Pero en nuestro país los hemos repetido. Uno necesita vivir con el capital propio junto al ajeno para poder crecer y competir con los demás. Pero debe hacerlo a tasas bajas, no ruinosas. Cuando una empresa, al igual que un país, empieza a tomar capitales para el gasto corriente, se está en un problema. Más allá de los cantos de sirena, la responsabilidad será de uno.

“En un momento tan grave como este, los empresarios reales ven las oportunidades para invertir.”

—¿Se puede comparar los 90 y la finalización de la convertibilidad, que terminó en default, con la situación de los últimos cuatro años y la duplicación de la deuda?

—En los 90 nosotros tuvimos una posibilidad muy importante. Con las privatizaciones logramos anclar el dólar. Con la convertibilidad detuvimos la inflación. Fue una oportunidad. Fue una época de enorme inversión. Hubo mucha inversión extranjera, especialmente al principio. Veníamos de una situación de mucho atraso. No teníamos buena telefonía, por ejemplo. Nos equiparamos al mundo. El valor de las empresas en ese momento aumentó muchísimo. Venían a comprar empresas, y más las que eran marcas. A nosotros mismos nos quisieron comprar. Era un país que estaba creciendo. Después se enamoraron de esa convertibilidad. El último tramo lo veo muy parecido a lo que fue la época de Sturzenegger. Alta tasa de interés en un país con dólar regalado. Es un problema de Argentina. El dólar debe tener un tipo de cambio de equilibrio. Es una variable, que debe ir de acuerdo a la inflación y la tasa de interés. Si no, se empieza a gastar lo que no hemos ganado.

—En julio de 2019 dijiste: “Cuando se plancha el dólar, llega un momento que explota”. ¿Estamos en un contexto similar?

—La diferencia es la pandemia. Todavía no arrancó el programa del Gobierno. Me preocupa que nos enamoremos de los controles. Tanto del dólar como de precios. Son mecanismos para hacer por un tiempo determinado, mientras se atacan las causas del problema. Si no, lo que hace es frenar los efectos. Pero en algún momento, se tornará en algo incontrolable. Hay que saber usar las herramientas.

—¿Cómo es el plan que la Unión Industrial le presentó a Alberto Fernández?

—Es un plan muy discutido, elaborado y federal. Se trabajó con todas las provincias, con todas las regiones. No soy economista, tengo un grupo de economistas brillantes; soy empresario y desde esa perspectiva puedo aportar ideas. No nos cabe hacer un plan integral, porque hay que sumar todas las cadenas de valor. Tenemos un ministro de Producción que conoce bien la industria, que tiene una mentalidad industrialista.

—Matías Kulfas.

—También el presidente Alberto Fernández tiene una mirada productivista.

—¿Macri no la tenía? ¿Habría que interpretar su mirada sobre los empresarios desde el psicoanálisis, considerando a su padre?

—No soy psicólogo, pero me parece que sí. Hay más que un problema psicológico. Quizá tenía una visión del empresario prebendario. Pero el industrial no es así.

Miguel Acevedo, en la entrevista con Jorge Fontevecchia.
Ahora. “Matías Kulfas es un ministro que conoce bien a la industria, que tiene una mentalidad industrialista. Alberto Fernández, también”. (Foto: Pablo Cuarterolo)

—¿Con los empresarios más grandes tenía más problemas?

—Se rodeó de jóvenes, eso está muy bien. En la UIA estamos haciendo ese recambio. Pero recambio no quiere decir rodearse de jóvenes y tirar a los viejos, sino justamente ir de a poco cambiando la generación. Es algo que se debe hacer equilibradamente. Si no, se pierde lo que aporta la experiencia.

—El año pasado, el economista Guillermo Calvo dijo que era mejor que ganase el peronismo porque iba a poder hacer las modificaciones que Macri no habría podido. La UIA coincidió de alguna manera, más después de las PASO.

—Esa percepción quizá fue por mi culpa, porque conocí a Alberto después de las PASO. Iríamos a Tucumán por los 40 años de la Unión Industrial Tucumana, habría una comida y coincidiríamos. El peronismo tomó ese festejo e hizo una reunión en Tucumán mucho más grande. Teníamos la comida, pero empezó con el gobernador de Tucumán, Juan Manzur, y la CGT a la mañana. Nosotros sí estuvimos a la noche. Allí, el futuro presidente, que aún era candidato, dijo que si llegaba a la presidencia iba a hacer un acuerdo nacional. Que sería con dos de esas patas, la Confederación General del Trabajo y la Unión Industrial Argentina.

“Propongo un bono solidario en vez del impuesto a la riqueza porque hay excesiva cantidad de impuestos.”

—¿Te sedujo?

—Tuve muy buenas charlas con él en ese momento. No es que me haya seducido o no. La UIA quedó como parte de ese acuerdo en un momento político. Fue algo usado en la campaña tanto por el peronismo como por el gobierno en ese momento. Intento que no nos identifiquen con la política partidaria. Las industrias son muy heterogéneas. Tengo un comité ejecutivo de 25 personas, heterogéneo. Hay todo tipo de pensamientos. La riqueza es poder trabajar y consensuar.

—¿La UIA se había llevado mejor con el kirchnerismo, por lo menos hasta la Resolución 125, que con el macrismo?

—Sí, es verdad. Hubo veces que la UIA tuvo mucha intervención. Pero el plan económico es responsabilidad de los gobiernos, no de los empresarios. En algún momento se pensaba distinto. Son cuestiones que evolucionan.

—Fuiste presidente de la UIA interino en 2011 con Cristina Kirchner.

—Sí, estuve tres meses como presidente, pero era interino. Es distinto a ser electo y contar con unanimidad, como sucedió en mi elección y en la reelección.

“Con el estancamiento de Argentina, nos están pasando incluso nuestros vecinos. No solo Europa.”

—Se dijo que Aceitera General Deheza tuvo una estrecha relación con Néstor Kirchner. Las versiones afirmaban que había financiado la campaña.

—No. Es la historia de la política y las empresas. La empresa es apolítica. Puede ser que algunos de los integrantes de la familia o de las empresas tengan una posición o incluso hagan política.

—En los 90 te casaste con una de las hijas de la familia Urquía, Adriana. Sos parte de la familia.

—Por supuesto. Pero en la familia tenemos discusiones. No es la empresa la que hace política, sino sus integrantes. Dentro de esa familia hay algunos que pueden estar de acuerdo y otros que no. Mi cuñado fue senador por Córdoba, Roberto.

“Puede que los economistas no lo sean, pero los empresarios debemos ser optimistas.”

—Había sido intendente de General Cabrera.

—Es la tradición. El padre también había sido intendente del pueblo. Es parte de lo que son las industrias y las familias. La Argentina tiene un entramado industrial muy federal. Hay que mantenerlo. Lo aprendí de mi familia. Vi cómo el crecimiento de los pueblos se ata al crecimiento de las empresas y cómo hay una simbiosis con las sociedades de pueblos de 10 mil habitantes. Mi mujer iba al colegio, al secundario o la escuela técnica con los hijos de los empleados o funcionarios. Es lo más normal. Se conocen todos. Es diferente de lo que sucede en una ciudad como Buenos Aires. No se sabe cómo viven los empresarios y de qué manera.

—Más allá de los resultados, lo que contás es comparable a la situación de Vicentin en Avellaneda, Santa Fe.

—Absolutamente.

—¿Cómo viviste lo que pasó allí?

—Son empresas distintas Es muy difícil opinar sobre estas cosas, porque se habla de competencias y cosas por el estilo. El crecimiento industrial sí es comparable. O sea, pasó también con Oleaginosa Moreno, con muchas familias que llevaron a empresas a un crecimiento muy grande. Es muy similar a lo que pasó con Vicentin. La diferencia está en algunos resultados. Hay algo que se ve en cómo se hacen las sucesiones. Muchas de estas familias argentinas empiezan con una generación, en la segunda empieza la discusión de cómo se hace el traspaso a la tercera generación. Ahí se tiene que profesionalizar la empresa, pero también se debe dar la posibilidad a los integrantes de la familia de entrar. Hay que hacerlo con mucha profesionalidad. Hay algunos que entran por el solo hecho de pertenecer a la familia. Es un problema típico. Nosotros estamos en un proceso análogo y tenemos particular cuidado de no caer en una situación como la de Vincentin.

—Otra empresa de una pequeña o mediana localidad es Arcor.

—Absolutamente. Pero hay muchas. El 2 de septiembre estuvimos en Sinteplast. Quisimos mostrar esa empresa, que ocupa la vicepresidencia pyme de la Unión Industrial a través de Miguel Ángel Rodríguez. También es la tercera generación de una familia que vino de España. Además, hay algunos integrantes de esta familia en la UIA joven. Pasa exactamente lo mismo y es una fábrica de pinturas. Pero es un ejemplo, porque es una empresa tremendamente profesionalizada.

“La Argentina tiene un problema: se transa habitualmente en pesos, pero se ahorra en dólares.”

—En otro de los reportajes de esta serie, frente al dilema que plantea el futuro de Vicentin, escuché voces que decían que es preferible que quiebre a que haya una intervención (https://bit.ly/2FRDSX4). ¿Cuál es tu opinión?

—Es una pregunta difícil. Las empresas pueden fallar por muchas cosas. En la Argentina fallan hasta por incertidumbre. La vida es una incertidumbre. Los países intentan bajar esa incertidumbre. Los empresarios tenemos el riesgo de quebrar y lo asumimos. Los proveedores y los bancos que prestan o que dan o los clientes que trabajan también están asumiendo el riesgo de una quiebra. Cuando sucede algo así, de acuerdo a cómo sea la quiebra, hay que buscar la mejor solución. Pero si tiene que quebrar, debe hacerlo. No hay otra forma. Tampoco el Estado puede salir a salvar a las empresas porque habría riesgo. Lo que pasa es que el sector donde trabaja Vicentin es sumamente competitivo. Da la sensación de que sobrefinanció muchas de las obras o inversiones que hizo.

—Lo mismo que Macri. Tomó más deuda de la que podía.

—Claro. Es parecido. Se entró en una rueda imposible de parar. Y también cambiaron otras situaciones. En este sector se actúa mucho como un banco en el que se recibe lo que mandan los productores. Después hay que pagarlo. En algún momento les costó poder mantener la cadena. En esto fue una empresa diferente.

—¿Qué sucede cuando la política se mezcla con la empresa?

—Las empresas no hacen política. Son los integrantes quienes hacen política. Respeto mucho eso. Quien entra en política desea cambiar las cosas o hacerlas bien. Después, las situaciones producen que sean mirados de una manera u otra. Argentina es muy exigente. Es un país de directores técnicos.

—¿Generó críticas de tu familia o de tus amigos tu mirada crítica sobre Macri y favorable sobre Fernández?

—Sí, absolutamente. Cuando mi cuñado fue senador, dije que no había que meterse en política. Pensaba que ser dirigente empresarial implica no hacer política. Ahora descubro que la gente piensa que uno está haciendo política siempre. Uno trata de devolverle algo a la sociedad. Mi idea es unir a las empresas. Hay formas distintas que meterse en la política.

—¿Te dijeron que te hiciste peronista?

—Viví muchas de esas cosas. Mis críticas eran específicas por el tema industria o economía, y no generales. No lo institucional. Me pasó, sí, entrar a reuniones de gente muy amiga y darme cuenta de la frialdad del entorno. Eso pasa, pero uno no puede agradar a todos. Se debe estar convencido de lo que se hace. Me hubiera gustado equivocarme, pero en el caso de Macri se confirmó que tenía razón.

—¿Te dan la razón los que te criticaban antes?

—Ahí aparece el tema de la grieta. Hay gente que está muy encerrada dentro de esa grieta. Los dirigentes deben tener la cabeza fría para evitar entrar. Por eso, debemos ser cuidadosos. Quizá, yo tenía más información que otros. Por estar con los ministros, con el presidente.

—Inside information.

—Quizá no sea información, pero sí la percepción de cómo es la gente o cómo actúa o lo que intenta hacer. Mi rol como dirigente es otro. Digo que no hago política, porque no es que sea oficialista o no. Un dirigente debe estar en contacto con el oficialismo, porque así recibe un feedback de lo que sucede. Mi rol es decirle a Matías Kulfas que es cierto que hay reactivación, pero aún es muy pobre. Debo estar en contacto.

“Los empresarios no causan inflación al aumentar los precios, los aumentan porque hay inflación.”

—Tener diálogo.

—Pero mi opinión no es partidista. Lo mismo haría con Macri. Está en el interlocutor la posibilidad de escuchar o no. Por eso, no hay que ser partidario: si es así, se termina diciendo lo que el poder quiere escuchar.

—Les dicen que está todo bien.

—Nadie los alerta ni les dice cuidado. Es lo de los romanos: “Recuerda que sos mortal”, el memento mori. Siempre debe haber alguien que se los recuerde.

—Dijiste que “la renegociación de la deuda es el mejor acuerdo que ha tenido la Argentina porque se llega con el consenso del 100% de los acreedores, algo que en 2001 no tuvimos”. ¿Sos optimista?

—Sí. Los economistas puede que no, pero los empresarios tienen que ser optimistas.

Miguel Acevedo, en la entrevista con Jorge Fontevecchia.
Federalismo. “En el interior es distinta la relación entre las familias empresarias y la sociedad que en ciudad de Buenos Aires”. (Foto: Pablo Cuarterolo)

—Winston Churchill decía que ser optimista es útil.

—Es nuestro rol ser optimistas, porque tenemos los fondos. En momentos como este, quien es realmente empresario empieza a ver las oportunidades. Ahora, en esto soy claro. La gran diferencia con 2001 es que en ese momento había rechazo. La dirigencia política rechazaba la deuda. No se puede rechazar. Es como en las empresas. Los presidentes pueden estar de acuerdo o no; pueden ser oposición y llegar al gobierno, pero no pueden negar lo anterior. Fue un presidente y un gobierno quien tomó deuda. En este caso, se veía algo distinto. Había una dirigencia que quería llegar a un acuerdo. Hubo una dura negociación. Necesitábamos ese acuerdo para empezar a crecer, como también necesitamos financiamiento. Al principio hablábamos de fijar precios o tarifas, se puede hacer por 180 días, un poco más, un poco menos, ahora en la pandemia. Pero eso se hace para poder atacar las causas. Con estos cuatro años es exactamente lo mismo. Es bueno lo que hizo el Gobierno, pero tenemos que aprovechar estos cuatro años.

—¿Qué pasará cuando las empresas no tengan ATPs?

—Estamos entrando en una nueva normalidad. Estoy muy orgulloso de que la industria nunca paró. Siguieron funcionando alimentos y todo lo que es sanidad y laboratorios. Necesitaban seguir y se fueron articulando. Ahí se hicieron los primeros protocolos. Luego entraron otros, como textiles. Y hoy es un modelo de lo que había que hacer. No hubo infecciones dentro de las fábricas.

—Siguen produciendo, pero no les compran.

—Todavía no tenemos un mercado. Hay mucha gente guardada. Hay muchos ejemplos, como el de quien hace café. Les vende a los supermercados normalmente, pero no están los hoteles, los restaurantes, los bares. Hay sectores que están en un 50%, otros más hasta llegar al 90%. Incluso hay algunos sectores textiles que ya están arriba de lo que era antes de marzo. Volvieron a trabajar sin tener la demanda a pleno. Lo que no va a volver rápido son las industrias del entretenimiento y el turismo. Luego está el tema de la vacuna. Hablé con Hugo Sigman en su momento. Ellos ven la vacuna para marzo o abril del año que viene.

—Dijiste que “la economía cayó por la pandemia, no por la cuarentena”.

—Pudimos tener una cuarentena más fuerte o menos, pero en todo el mundo se vio el efecto de la pandemia. Nos espera un mercado depredador.

—Afirmaste que “la pandemia dejará una enorme mortandad de empresas”. ¿Cómo será el año próximo?

—Hay muchas empresas, que trabajaron una parte y se reacondicionaron otra. Pero va a haber empresas que no van a poder mantener este ritmo, aunque tengamos ATPs. Las ATP quedarán para el turismo y otros sectores con problemas. Pero también veo oportunidades, como en el período de privatizaciones de los 90. Si le damos posibilidades, el empresario argentino tiene muchas formas de salir

—¿Cuáles son esas oportunidades, concretamente?

—Los últimos diez años de la Argentina fueron de estancamiento y retroceso. Hay muchos lugares donde se puede empezar a invertir. No solo está el reservorio de Vaca Muerta.

—Otra de tus frases es: “Los empresarios tenemos que invertir en la Argentina”.

—Es que somos argentinos. Entiendo al que se jubiló o al que vive de un capital y que dice que no quiere pagar esos impuestos. Tengo cinco hijos y once nietos, todos en la Argentina, todos trabajando acá. No pienso irme de mi país. Y voy a seguir trabajando o en la UIA. Apostando a crecer.

—¿Hay un contrasentido entre trabajar y tener la familia en Argentina pero el dinero en el exterior?

—Es un tema para encarar. Hay que volver a tener moneda en la Argentina. No se soluciona solo con un decreto que diga que no hay más convertibilidad y que de ahora en más nos manejamos solo con el peso. La Argentina tiene el problema de que se transa en pesos, pero se ahorra en dólares. No solo los empresarios. Se ve ahora con la brecha. Aparece un tema de expectativas que trasciende lo real. Tenemos que volver a tener una moneda.

—¿Deberían invertir en la Argentina los empresarios que tienen su dinero en el exterior?

—No habían pasado cien días de gobierno, y sobrevino la pandemia. Le dije al Presidente más de una vez que tiene que escuchar a los empresarios reales, los que invierten. Son importantes las reuniones con empresarios argentinos, y también con las empresas extranjeras.

—¿El Presidente escucha a los empresarios?

—El Presidente, cuando ha hablado con los empresarios, ha tenido conexión.

—¿Antes Macri no los escuchaba?

—Macri ignoraba al empresario local. Estaba convencido de que las inversiones vendrían de afuera.

—¿Cómo ves los acuerdos internacionales, del Mercosur con la Unión Europea y con Corea del Sur?

—Nos enfrenta a otro de los preconceptos que se tienen sobre la UIA. Más de uno se llevaría una sorpresa al hablar con los sesenta miembros de la Junta Ejecutiva de la UIA. A muchos, incluso textiles, les parece perfecto no solamente trabajar para un mercado interno de 50 millones, sino ir hacia una comunidad como la europea o estar en Brasil con 250 millones de personas. Llegar a ese mercado nos conviene más que a la Unión Europea. El problema es que tenemos que utilizar estos diez años o menos que nos quedan para trabajar en sus estándares. Es lo que decíamos respecto del dólar o del control de precios.

—¿Te referís a los diez años de empalme?

—Exacto.

—¿Cuáles son los problemas de competitividad de Argentina?

—El empresario no sube los precios, y por eso hay inflación. Es al revés: hay inflación y suben los precios. Tenemos que buscar las causas. Volviendo a la comunidad europea: no podemos tener un 50% de inflación si vamos a llegar con nuestros productos y competir vis a vis con la comunidad europea o abrirnos a ella. Primero tenemos que ser más Mercosur para llegar como Mercosur a Europa.

“Hay empresas textiles que están trabajando más que en marzo, antes de la pandemia”.

—Hablabas de empresarios prebendarios. En Brasil hubo una revolución a partir del Lava Jato: decenas de empresarios contratistas del Estado o de negocios regulados con el Estado terminaron en la cárcel. ¿Es parte del problema de competitividad la existencia de empresarios que lo único que hacían era encontrar resquicios para conseguir favores del Estado?

—Sí. Eso sucede porque hay una sociedad que lo permite. Por eso hay que tener los poderes separados e independientes. Cuando fue lo del Lava Jato en Brasil y el tema de los cuadernos acá, tuvimos la oportunidad de hacer una reforma democrática y de la Justicia.

—¿Es un problema que afecta a la competitividad?

—Así como hay que tener una policía en la que se pueda confiar, necesitamos una Justicia confiable. Pero hacerlo con un enorme consenso. No lo puede hacer solo un partido político o un gobierno de turno. Así no se consigue credibilidad a corto plazo. La certidumbre se da con consensos. Si es solo un eslogan, la gente tendrá la percepción de que no sirve.

—Sé que militás también la antigrieta. Que un presidente de la UIA como Juan Carlos Lascurain esté procesado por corrupción es algo de lo cual hay que avergonzarse y pedirle disculpas a la sociedad. ¿Hay alguna autocrítica que deben hacerse los empresarios?

—No sé si específicamente en el caso de Lascurain o no. En mis cuatro años como presidente de la UIA, y no solamente desde la UIA, también en mis conversaciones con empresarios muchas veces me han dicho que se debía cambiar la visión del empresario. Es una de las cosas en las que más trabajo. Por supuesto que hay que hacer una autocrítica, pero también es el sistema que hace que los empresarios quizá no tengan alternativas. Cuando era chico, estaba el policía en una garita dirigiendo el tráfico. Uno podía acercarse y decirle si pasaba algo. Hay que volver a eso: tener Justicia independiente, en la que se sabe que se puede ir al juez y que lo que se diga no quede en agua de borrajas. Pasa lo mismo con los empresarios. Debemos tener claridad al respecto. Por ejemplo, la alimentación, que trabaja directamente con privados, tiene una dinámica que no tienen las industrias que trabajan con el Estado. Es en donde hay que poner la lupa. Se necesita ser prístinos. Es lo que pasa con los impuestos, cuando uno ve que casi el 40% de las negociaciones o de las empresas trabaja de manera informal. Hay que atacar la causa de los problemas.

—En Brasil se dice que Bolsonaro llegó al poder en una alianza del agro y en menor proporción la industria. Por eso quiere avanzar con el acuerdo del Mercosur. Si es así, la Fiesp (Federación Industrial del Estado de San Pablo) perdería poder. ¿Se puede comparar aquella organización con la tuya?

—Nosotros nos deberíamos comparar más bien con la CNI (Confederación Nacional de la Industria de Brasil). La Fiesp es solo la de San Pablo.

“Seguramente, el año que viene, las ATP quedarán para el turismo y sectores con problemas.”

—San Pablo es tan grande como la Argentina.

—Claro. Es grande como la Argentina y es muy industrial. Hemos logrado una muy buena relación con los empresarios brasileños y más en un momento en que los gobiernos no tienen tanta identidad.

—¿El Lava Jato mejoró a los empresarios brasileños? ¿Los hizo más competitivos?

—No sé si están más competitivos o no. Pero también puede deberse a cómo es Brasil respecto a los empresarios. Cosas como el Lava Jato ayudan. Ayuda cuando se hace un blanqueo de situaciones no correctas, a pesar de que produce un enorme desprestigio y una caída. Me acuerdo que estaba en Córdoba cuando se empezó a hablar de los cuadernos argentinos. Lo primero que pensé es que sobrevendría una recesión. Parar la obra pública en la Argentina es parar muchísimo. Veía que era algo que podía pasar y que también ocurrió en Brasil. Pero cuando se cometen este tipo de corrupciones, lo mejor es que salga a la luz, a pesar de lo que esto significa, y que se pueda corregir.

—¿Por qué proponías un bono solidario en lugar de impuesto a la riqueza?

—No me gustan los impuestos. Nadie duda de que el rico es el que tiene que pagar más. Pero hay 165 impuestos en la Argentina, Me da temor, porque la mayoría de esos impuestos fueron por única vez o por dos años. El ejemplo sería el del impuesto al cheque. A mí me parece que es mucho mejor un bono contribución. Que los empresarios o las personas de cierta riqueza puedan contar con un bono que después se aplique a Ganancias. Hay que buscar que no sea un impuesto, que luego cuente con un beneficio para las próximas inversiones o para descontar algo si hay inversiones. Realmente se pagan impuestos fuertes de bienes personales y todo lo demás. Hay que evitar que sea una duplicación. Y evitar que alguno afirme que es inconstitucional. Un bono para dentro de tres años sería mucho mejor.