Martín Lousteau tuvo un breve paso como el primer ministro de Economía de la presidente Cristina Fernández de Kirchner. Su gestión comenzó el 10 de diciembre de 2007 y estuvo marcada por la célebre resolución 125 de aumento y movilidad de las retenciones a las exportaciones agropecuarias. Fue ese conflicto el que lo obligó a renunciar el 24 de abril de 2008.
En la entrevista que mantuvo con Jorge Fontevecchia, fundador del diario Perfil, el ex ministro habló de la decisión que marcó su paso por el Gobierno. Aquí punteamos algunas de sus declaraciones:
—Se cumple un año de las frustradas retenciones móviles. Con la perspectiva que permite el paso del tiempo, ¿qué haría hoy diferente?
—Varias cosas. Mientras estábamos revisando cuáles productos no debían tener retenciones y cuáles sí, se produjo una discusión por otros problemas. Ya se avizoraba lo que estaba pasando en el mundo, y como mínimo sabíamos que no sabíamos lo que iba a ocurrir y cómo íbamos a ir conteniendo ciertos problemas que se venían incubando desde el punto de vista fiscal, sobre todo con los subsidios. Hubo una pelea muy encarnizada por dos motivos: ideológico y manejo del poder. Querían subir las retenciones al 64 por ciento. Mi primer error fue enfrascarme en los parámetros de la discusión interna. Suponía que dentro de un gabinete en el que todos habían sido funcionarios de Kirchner, yo podía permitirme discrepar. Yo ya había corregido algunas cosas, por ejemplo con la leche, donde Moreno no estuvo presente. El segundo fue no medir bien el grado de hartazgo que había en el campo respecto de toda la cuestión agropecuaria. Cuando me fui del ministerio y levanté mis cosas, encontré una nota de un antecesor que mencionaba cuáles eran sus problemas: carne, leche, trigo, INDEC. Era algo que venía desde hacía mucho. El último error fue que en la implementación técnica la urgencia nos llevó a calibrarlo de determinada manera, y en la primera reunión con la Mesa de Enlace, hablé de los efectos no queridos de la ley, y que estaba dispuesto a modificarlos. De lo que no me voy a hacer cargo es de los modos de la discusión, porque en ningún momento del conflicto, por más que he recibido agravios, los he contestado, no participo generacional ni ideológicamente de cómo se abordó (el conflicto) y tuve muchas discusiones internas por ese tema. Eso generó muchas desavenencias y fui apartado de las negociaciones con el campo. Yo tuve una reunión, sacándome de encima la custodia, un día, a las once de la noche, con Federación Agraria y en pleno conflicto. Cuando, como ministro, fui a hablar en cadena nacional, la Sociedad Rural me pidió que mandara un mensaje de que estaba dispuesto a modificar ciertas cosas, y mandé el mensaje. Lo recibieron, pero después la negociación siguió otro rumbo.
—¿El error no fue la Resolución 125, sino haber aceptado el cargo de ministro?
—La 125 fue una respuesta de estilo mal menor ante otras posibilidades. Con respecto a aceptar ser ministro, lo he pensado mucho si fue un error o no. Tiene un costo importante hacerlo con la incertidumbre de que uno no conoce bien el contexto. Desde el banco había sido crítico de las inconsistencias que se acumularon en el último año de Kirchner. Pensaba, y lo dije antes de que me ofrecieran cualquier cosa, que todo el gobierno de Kirchner había sido un inmenso hospital de guerra, y que ahora se iba a un hospital de mediana o alta complejidad. Cuando hablaba con gente que conocía a Cristina de antes, reforzaba esta visión. También era el proyecto de varias personas que estaban dentro del Gabinete esta suerte de modernización. Eso lo creí como, creo, buena parte de la población. Más allá de la ansiedad por contribuir, a uno lo engañan dos cosas siempre en estas cuestiones. Una es la vanidad, porque uno piensa sí puedo, y otra es la omnipotencia: pude hacer todas estas cosas, probablemente pueda modificar estas otras. Estas dos cosas son un error de la misma manera que haber pensado que había ciertas personas dentro del Gabinete o un proyecto que era una modernización de lo que venía de antes.
—Hoy no aceptaría ser ministro en aquellas circunstancias.
—No. Porque además ahora conozco muchas más cosas del funcionamiento interno. A pesar del entusiasmo, no sólo en la discusión, sino también en el discurso de asunción y la inauguración de sesiones, yo podía ver inmediatamente que era un gobierno con problemas de funcionamiento interno porque no delega, porque no consulta, porque no genera consensos. Y me parece que eso que podía ver desde adentro, lo que me llevó a renunciar, ahora es mucho más evidente: hubo renovación del jefe de Gabinete, renovación de algunos ministros... pero tampoco pueden cambiar mucho. Cuando uno ve que el Gobierno sigue funcionando así, se hacen más manifiestas desde la urgencia hasta la falta de rigurosidad con la que se toman ciertas decisiones. No volvería jamás a ese ámbito.
—¿Cómo creyeron que iban a cambiar (los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner) si se trataba de un matrimonio?
—El principal error de diagnóstico no es si es natural que exista una suerte de consulta o doble comando porque, como son un matrimonio, tiene que haber algún grado de consulta nocturna. Si además uno de los cónyuges ya tuvo el cargo y fue partícipe no menor de que el otro accediera al cargo, tiene un elemento adicional. Pero lo más grave, desde el punto de vista del funcionamiento, me parece que es que la gente subestima en ese sentido la dificultad de algunos miembros del Gabinete. Todos, primeras o segundas líneas, han sido en algún momento funcionarios muy importantes de él. Esto significa que le levantan el teléfono y le responden como le responde uno a un ex jefe, y si además se reafirma que no sólo es ex jefe sino también cojefe, cualquier idea nueva es inmediatamente obstruida. La señal más importante no es si ella es su mujer, sino la confirmación casi automática del Gabinete, quizá con algún cambio posicional. Y ahí tendríamos que haber tenido otro tipo de alerta quienes pensamos que entendemos procesos.
—¿Le quedaron secuelas de estrés postraumático?
—Apenas me fui, recolocando a la gente que se había ido conmigo. Después me tomé casi tres semanas de vacaciones porque no había tenido en bastante tiempo. Luego estuve un tiempo no sólo elaborando un proyecto personal nuevo, la consultora LCG, sino procesando duelos, que en general tienen vida propia. Tuve el paso del ministerio más el fallecimiento de mi madre, un amigo muy importante que se enfermó de manera muy grave. En el ministerio las condiciones no objetivas, sino las subjetivas, eran complejas.
—¿Cuál es su opinión sobre el blanqueo?
—Es transgredir un límite del cual es muy difícil volver, y dadas las políticas anteriores y algunas del pasado y el propio diseño, me parece muy difícil que el capital que vuelva vaya a ser el virtuoso. Le está diciendo a la gente que traiga su dinero de afuera, pero acaba de nacionalizar todos los fondos… Si lo traen al país y lo ponen en el Banco Nación y lo movilizan, es 6 en lugar de 8. La verdad es que un 2 por ciento de incentivo para traerlo en el contexto argentino no me parece atractivo. La tercera alternativa es comprar títulos argentinos, entonces en lugar de 6 es 3. Entre el 8 y el 3 hay un 5 por ciento, que es la volatilidad semanal de los títulos, así que no me parece atractivo para que alguien deje dos años de títulos en la Argentina. Lo único que me parece atractivo es el 1 por ciento para invertir en el sector real, pero me parece que todo el dinero que está en negro, pero bien habido, ve la situación argentina y no tiene tanto interés. Me parece que este es un atracón de dinero que no es de buen origen.
—¿Va a venir poco dinero, o mucho, pero mal habido?
—Va a venir poco, por la desconfianza, y ni las políticas anteriores, ni el contexto local ni global generan avidez en el dinero bien habido para venir a la Argentina.
—¿Por qué dice que Kirchner fue el mejor presidente y es el peor ex presidente?
—Fue el mejor presidente de la democracia porque le tocó lidiar con una situación extremadamente difícil, si bien ha tenido elementos externos de ayuda. Pudo reconstruir y nos puso en el umbral de una oportunidad muy importante. Es el peor ex presidente de la democracia porque no aspira a dar consejos, sino a tener injerencia directa; no aspira a mejorar las cosas, sino a perpetuar su propia cuota de poder. Es paradójico, pero es el mejor presidente y el peor ex presidente de la democracia.
—Ud. dijo que a Néstor Kirchner le gustaba vivir en crisis, y si no existía la crisis la generaba.
—Se enamoró de los modos como se toman las decisiones en crisis, porque cuando uno está en crisis toma las decisiones con más urgencia y a partir de la opinión de unos pocos: no se puede reunir tanta información.
—¿Puede haber una bomba de tiempo que se esté gestando y que termine explotando en las manos del próximo presidente en 2011?
—El año 2009 y el 2010 van a ser los peores años. No hay bomba de tiempo, salvo el frente financiero, es decir, la deuda, en un contexto global en el cual creo que va a haber muchos default soberanos y corporativos grandes. El principal problema es que la discrecionalidad y la falta de rigurosidad con la que se han tomado decisiones en muchos ámbitos hacen que se vaya a tener que reconstruir muchas cosas de cero.
—Entre los defaults soberanos, ¿incluye a la Argentina?
—Si cambia sus políticas económicas, se relaciona con el mundo de otra manera y soluciona los problemas de falta de confianza que está teniendo, no debería enfrentar un gran problema. Pero, si sigue en la senda que está transitando, tiene un desafío lo suficientemente complicado más adelante del 2009.
—El día del acto en Plaza de Mayo hubo una imagen de Moreno hablando con usted que se transformó en todo un símbolo. ¿Qué fue ese diálogo? Y le pido que lo cuente en detalle para históricamente dejarlo concluido.
—Ese día yo estaba reunido antes del acto con los sectores industriales que transforman proteína vegetal en proteína animal, e iba a sacar un comunicado repudiando los cortes de ruta, diciendo que no se estaban pudiendo hacer los abastecimientos y se estaban poniendo en juego cientos de miles de puestos de trabajo. Y uno de ellos recibe un llamado en el que le decían que le estaban bajando en la ruta contenedores de carne de exportación. Directamente, una orden. Entonces, llamé a la Presidenta, y me dijo que ya estaba al tanto y que iba a pensar. Yo le expliqué que era carne de exportación, que era de vacas viejas, y que no me parecía que fuera la decisión adecuada porque era la industria, que no tenía nada que ver con el consumo. Pero el que había dado la orden, obviamente, era Moreno. Cuando llegamos a Plaza de Mayo, le dije, con un tono elevado, que estaba loco y que estaba perjudicando a la industria, sabiendo que el paro se levantaba al día siguiente. Y él me contestó, también con un tono bastante vehemente, que habían trazado una raya, que de un lado estaban ellos y que del otro estaban todos los demás, y que les iban a cortar las cabezas. No era consciente de que estaba saliendo en todos lados, pero cuando lo vuelvo a ver… Me parece que un funcionario que hace ese gesto en el medio de una situación como la que se estaba dando, tiene que estar fuera del Gobierno. No me gusta hacer foco en Moreno porque es como hablar del carcelero en lugar del sistema carcelario. Creo que un gobierno democrático no puede tener un funcionario con los modos de Moreno, y un gobierno inteligente no puede tener un funcionario con la ineficacia que tiene Moreno.
—¿Moreno tiene influencia sobre Kirchner?
—La consideración que tiene Moreno dentro del círculo del ex presidente y la Presidenta es porque cumple con cualquier obra. El problema es que un gobierno que no tiene una estructura de delegación adecuada también está sujeto a que desde adentro sea muy fácil que las ideas recorran el camino inverso. Si yo tengo 15 minutos, el argumento más maniqueo y simplista me va a dar la posibilidad de llevar adelante una idea. Y Moreno logra hacer eso. Hay muchas cosas en las que Moreno actúa por orden, pero, lamentablemente, hay muchas otras que son iniciativa de él. Y las puede llevar a cabo porque utiliza un argumento muy pueril. Pero el problema es que va rompiendo las cosas sistemáticamente.
—¿Tiene un poder que trasciende al dado por Kirchner?
—Sí. Y, por un tema ideológico, tiene una suerte de deseo de controlar. ¿Cuál es el problema con las ideas de Moreno? Que están equivocadas. Es una persona que tiene un desprecio por los últimos 200 años de historia de Occidente. Entonces, me parece muy complicado resolver un tema desde el punto de vista racional.
—Si se volviera a encontrar con Cristina, ¿qué le diría?
—Lo mismo que le dije cuando estaba adentro, que la Argentina todavía tiene una oportunidad muy importante, siempre y cuando se corrijan algunas cosas muy rápido. Una es que necesita recuperar la confianza, y para eso tiene que cambiar cuanto antes la imagen que la gente tiene de su gobierno, tanto interna como externamente.
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