A fines de marzo, el Banco Mundial distribuyó un informe en el que señalaba que 1600 millones de niñas, niños y jóvenes de 161 países se encontraban privados de escuela.
La preocupación de los gobiernos, las autoridades educativas y las familias es desde entonces mayúscula. A fines de agosto, cuando el verano en el hemisferio norte comenzaba a tocar a su fin, las autoridades empezaron a diseñar planes de regreso a la escuela, en el entendido de que no era posible continuar con la interrupción de los cursos. Así también en países en los que el número de contagios aumentó de un nuevo, sostenido y preocupante como Gran Bretaña, Francia o España, los estudiantes han regresado, están regresando a las clases. En nuestro país eso no ocurre. Recién hoy, luego de mucho tire y afloje incomprensible, el Gobierno Nacional autorizó al Gobierno de la ciudad para que 6500 alumnos que por su situación familiar y social se encuentran absolutamente privados de conectividad, es decir, de contacto con la institución escolar, puedan regresar a clases presenciales.
Vuelta a clases: polémica entre Nación y Ciudad por las aulas al aire libre
Un grupo de padres circuló la semana pasada una carta pública en la que llamaba la atención de las autoridades y sugería que se reiniciaron las clases en espacios abiertos, clubes, plazas, parques, terrazas y patios, sitios en los que la evidencia demuestra que no hay probabilidades de contagio significativo. El ministro de Educación de la Nación sigue rechazando esta posibilidad. Él sostiene, según lo hizo en un tuit este fin de semana, que se debe priorizar el cuidado de la salud de niñas, niños, adolescentes, docentes, auxiliares y educativos. Se debe tener la certeza de no exponer a nuestra comunidad a un riesgo innecesario. No queda claro qué es lo innecesario y cuál es la certeza. De qué modo es posible tenerla si no es con una vacuna que llegará con suerte dentro de seis meses.
En nuestro país, según parece, son tareas esenciales atender en las cajas de los supermercados, en los casinos, trabajar en las curtiembres y en los aserraderos o practicar automovilismo deportivo. Educar y ser educado no aparece en la larga lista de actividades que el Gobierno considera esenciales. No es posible saber si se trata de la presión de los gremios o de una preferencia intelectual. Sí es posible concluir que a la larga lista de catástrofes que nos espera, la catástrofe económica, social y quizás también política, se le sume la catástrofe educativa. Es hora de hacer todo lo posible para evitarla.