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Aclaración urgente

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Quienes vieron o creyeron ver en Néstor Kirchner a un Mario Roberto Santucho y en Cristina Fernández a una Norma Arrostito acaban de recibir una oportuna aclaración de parte de Federico Storani, consabido dirigente del radicalismo. El pudo conocerlos bien en aquellos agitados años de militancia estudiantil en la ciudad de La Plata; fue testigo y ahora certifica: la vanguardia revolucionaria no los contaba en sus filas, faltaron en el monte tucumano, Monte Chingolo ni pisaron. “Apenas sonó la primera cebita”, especificó Storani, “se fueron a Santa Cruz a hacer plata”.

Que salgan entonces de su error los que pensaban lo contrario (pero ¿quiénes podían ser los que pensaban lo contrario? Acaso los que dejan mensajitos rabiosos y disparatados en el programa de radio de Diego Capusotto). Que sepan la verdad: los Kirchner no pasan de la adhesión friendly, y eso siempre en retrospectiva. Lo dice este hombre de Alem y de Yrigoyen, y hoy en día de Cobos o de Ricardito Alfonsín. Puede que pese a todo admita que recuperar el predio de la ESMA, así sea para abrir con eso un debate al respecto, pueda ser mejor que pasarse años sin hacer nada. O que pueda ser preferible impulsar la reapertura de los juicios a los terroristas de Estado antes que dictar leyes de Punto Final o de Obediencia Debida. Pero en cualquier caso corresponde alertar a la sociedad argentina que un Karl Liebknecht habría hecho mucho más, y mucho más habría hecho una Rosa Luxemburgo.

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Porque el día luminoso y justo de la revolución llegará y tronará el escarmientos de los ricos. Y entonces esos vastos campos patagónicos se desalambrarán y se expropiarán y serán de quien los trabaje. Y en los lujosos hoteles con vista al hielo o a la montaña se creará el Hospital de Niños de Calafate. Y sobre el diáfano cielo de la patria ondeará la bandera roja del socialismo, si es que no mejor la roja y blanca de la Unión Cívica Radical.

No escuchaba la palabra cebita desde los días de mi remota infancia, a mediados de los años 70. Yo tenía un revólver a cebita y me pasaba tardes enteras disparando y disparando. Lo hacía sin preocupación, porque sabía que no lastimaba a nadie.