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Ahora o tal vez nunca más

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Estamos ante un hecho inédito en la historia nacional. Tal vez no se vuelva a repetir el ver la corrupción tan de cerca. Casi al alcance de la mano, escrita en cuadernos como un guión dramático que incluye acciones y protagonistas con nombre y apellido. En una primera escena transcurren más de 70 años con diferentes épocas y gobiernos donde hubo temor y complicidad. La hipocresía de hacer como si se luchara contra semejante flagelo que nos persigue como un fantasma de alguna obra de Shakespeare. Fue el éxito del disimulo.
Irrumpe una segunda escena a imagen y semejanza de lo que ha ocurrido en Brasil. Efecto contagio de un virus de transparencia inoculado por un juez como Sergio Moro y un fiscal como Deltan Dallagnol. Alentadas desde el Ministerio de Justicia dirigido por el eficiente Germán Garavano.
Finalmente la última de estas escenas imaginarias es la más real. Diríamos casi rozando un exceso de realidad que algunos escépticos, o interesados, creerían casi de ficción, policial en este caso. Un chofer que durante una década con la paciencia de Penélope cada noche volcaba a un papel los pasos que daba durante cada día. Más que pasos, grandes recorridos. Grandes no por las distancias sino por el contenido de sus encomiendas. Pasar a buscar, acompañar, cargar bolsos, entregarlos a destinatarios que se ocupó en describir hasta el más mínimo detalle. Hablamos de personajes del más alto nivel político del gobierno kirchnerista, su ministro preferido, y de conspicuos miembros del club de la obra pública.
Hasta aquí el guión, la anécdota o la historia. Tres escenas para un drama nacional. Se cierra el telón, pero lejos del teatro se inicia la verdadera acción.
Se abre otra puerta, la de la oportunidad de depurar de una vez y para siempre la vida en sociedad, en su dimensión política, económica y hasta de algunas malas costumbres demasiado arraigadas. El exceso de presidencialismo en política, en la economía las faltas de políticas a largo plazo y el típico pendularismo, y en lo cultural la anomia. Es la hora de corregir, de enderezar el rumbo. Dejar de lado querer estar mejor, pero sin ser mejor. De seguir pretendiendo separar nuestras acciones de sus consecuencias. Que el fracaso que implica para la sociedad la corrupción nos sirva de aprendizaje porque si no se aprende tampoco se puede cambiar.
Es cuestión de hombres y valores. Actitudes valientes y equilibradas. Imaginación y coraje. La política necesita de independencia de poderes y un auténtico federalismo. La economía de políticas de Estado. La cultura de una nueva institucionalidad, tan simple como la de respetar las reglas. En síntesis un gran acuerdo fruto de una mesa de diálogo.
El eje central pasa por la Justicia. Aquí se necesitarán la creación de nuevos juzgados federales, de insistir y ampliar la Auditoría que lleva adelante el Consejo de la Magistratura, perfeccionar la Ley del Arrepentido y sancionar una imprescindible Ley de Extinción de Dominio. Agilizar los procedimientos. Enfrentar a las mafias con todo el peso de la ley, sin distracciones ni complicidades. Superando las corporaciones estatales y también las del sector privado. Todo funcionario o empresario deberá rendir cuentas. Impunidad para nadie. Caiga quien caiga.
Finalmente encarar una Conadep de la Corrupción con tres objetivos sustanciales. Detectar la mala praxis administrativa. Recuperar lo robado. Denunciar ante la Justicia a los culpables.
Esta acción llevada a fondo de manera sistémica, gradual e integral, permitirá devolverle a la Argentina la fe en sí misma y a los argentinos la confianza entre todos. Propuesta y desafío. Ahora o tal vez nunca más.

*Abogados. Colaboradores del Programa Nacional de Justicia 2020.

 

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