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Campeones morales

Casi paralelamente a que el comandante Hugo Chávez anunciaba el inicio del socialismo latinoamericano del siglo XXI con las anunciadas reformas económicas en Venezuela, los presidentes de la región se dieron cita en dos eventos muy diferenciados.

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Tristan Rodriguez Loredo |

Casi paralelamente a que el comandante Hugo Chávez anunciaba el inicio del socialismo latinoamericano del siglo XXI con las anunciadas reformas económicas en Venezuela, los presidentes de la región se dieron cita en dos eventos muy diferenciados: la asunción del nuevo mandatario ecuatoriano, que parece seguir los consejos del líder venezolano en cuanto a su particular visión del funcionamiento de la economía, y, por otro, en Río de Janeiro, en la reunión de mandatarios del Mercosur, la implementación de la ampliación efectiva del bloque. En el fondo de estos avatares en los que la dialéctica juega a las escondidas con la realidad, también se discuten los “modelos” a llevar adelante por los países.
La Argentina, siempre ecléctica, difícilmente adhiera disciplinadamente a los dos imanes que ofrece la región y se incline por un ambiguo estadio intermedio. Por un lado, la convocatoria del liderazgo y los petrodólares chavistas.
En el otro rincón, el bajo perfil y la solvencia del éxito chileno. A pesar de las diferencias, ambos países se apoyan en los altos precios de sus principales productos de exportación: el petróleo y el cobre. Y con el colchón verde obtenido, uno se dedica a exportar su modelo y el otro a firmar tratados de libre comercio (el último paso trasandino de importancia fue con China) para esperar con más holgura épocas de vacas flacas en los commodities. Posiciones. En la última semana se dieron a conocer dos rankings que comparan variables que inciden en la conformación del crecimiento económico en el largo plazo: el Indice de Libertad Económica (cuenta el grado de vigencia de las instituciones de mercado en la economía) y el de la iniciativa (capacidad de innovación de la economía nacional).
El Indice de Libertad Económica(1) es una elaboración conjunta del Wall Street Journal con la Heritage Foundation, que desde 1995 da a conocer lo que se considera una útil herramienta de medición sistemática y empírica de 10 factores diferentes en 157 países. Acá, la Argentina acarició un modesto 95º puesto, uno más que Marruecos y justo debajo de Grecia y Zambia, con 57,43 puntos sobre 100.
Las peores notas fueron en Corrupción (28/100) y Derechos de Propiedad (30/100) y las mejores en Libertad desde el Gobierno (89,6) y el ítem Fiscal (82,3). Chile encabeza el lote regional en el 11º lugar, seguido por El Salvador (29º) y Uruguay (33º) y el top-five está constituido por Hong Kong, Singapur, Australia, los Estados Unidos y Nueva Zelanda.

Innovadores. El Indice Global de Innovación(2), diseñado por la prestigiosa escuela de negocios francesa Insead, mide la respuesta de 107 países a los desafíos de las innovaciones. En este caso, los EE.UU. son líderes (con 5,80 puntos sobre siete posibles), y en la región es Chile (33º con 3,03), y la Argentina muestra un 63º lugar (2,41). De los siete latinoamericanos peor rankeados, cuatro son miembros del club bolivariano: Venezuela (77º), Ecuador (90º), Nicaragua (92º) y Bolivia (102º).
Es probable que el petro-socialismo real bolivariano no aliente a calificar en ninguna de estas mediciones. Quizá tampoco le importe: el suyo es otro partido. Mientras tanto, la dirección de la economía argentina se debatirá entre hacer eficiente el control centralizado de sus resortes o dar oxígeno a la iniciativa individual que sustenta el proceso de inversión que no depende de la voluntad burocrática. A la que se acudirá, indefectiblemente, cuando ya no soplen vientos de cola.

(1) http://www.heritage.org/index
(2) http://www.insead.edu/

Ejercicio. Mirar el desempeño de otras naciones es un ejercicio tan sano como engañoso si no se tiene un objetivo claro. Así como no resulta viable importar recetas sin contemplar la idiosincrasia de cada sistema productivo, tampoco resulta eludir toda referencia externa, que invita a la endogamia económica.
La tan alardeada prioridad de la educación, por ejemplo, chocó siempre con la decisión política de no establecer estándares de calidad objetivamente mensurables, como reconoció el ex ministro Juan Llach, quizás el profesional que más estudió la interacción del sistema educativo con el económico en nuestro país.