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sentido comun

Caños de escape

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Esquivo el hormigón armado erigido en la avenida Figueroa Alcorta. La obra, me digo, es tan absurda como las isletas en Galván, las rotondas en Gascón, y tantas otras patrañas que estupidizan la ciudad. Supongo que se tratará de otro banal intento de hacer Figueroa Alcorta doble mano y olvido el asunto, hasta que me entero de lo de la carrera.

Lamento tener que alzar mi mano en nombre del sentido común. Este muro de contención semitransparente y provisorio no es más que el anuncio ominoso de posibles tragedias. Promete el hormigón armado: “Aquí puede hacerse pelota un coche; mejor separar esquirlas de espectadores, va a ser divertidísimo”.

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El propio autódromo me pareció siempre una tontería; lo sé, así no tengo derecho a juzgar que a algunos salames les parezca divertido ver pasar como suspiros de trueno autos infectados de calcomanías, propaganda viviente travestida de velocidad, de aventura, de deporte.

A cada quien, su propio entretenimiento. Sin embargo, sí me creo con derecho a solicitar que el Gobierno de mi ciudad no organice esta estupidez con mis impuestos. También a exigir que contrarreste el retroceso que la tal carrera de subnormales significará como publicidad subliminal en un país tristemente célebre por tener uno de los índices más altos de muertes por accidentes con coches.

¿Qué es este culto fetichista del auto ajeno? ¿Negocio, publicidad, contaminación encubierta, proselitismo de clase media? ¿Alguien votaría a quien organiza una cosa de tan mal gusto? ¿Con qué cara pedirán luego los guardias urbanos a un conductor que demuestre no estar borracho al volante, si esos mismos policías acordonarán la ciudad para que unos orates se lancen a ver quién corre más rápido sin matarse entre los grises carriletes de hormigón armado y los parásitos príncipes de Mónaco, anacrónicos como esta depresión, prehistóricos como el mamut, como el decreto? ¿O habrán consultado a los vecinos sin que yo me entere, y todos estarán de acuerdo en que es una inversión gratificante? En ese caso, la democracia habrá demostrado una vez más que es el peor de los sistemas que se conoce.