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Conversación en la Casa Rosada

“¿En qué momento se había jodido Perú?”. Con esta pregunta retórica que brotaba de la impotencia ciudadana, Mario Vargas Llosa reflejaba una sensación anclada en la ciudadanía de su país natal en su obra preferida: Conversación en La Catedral (1969), en tiempos de la dictadura de Juan Velasco Alvarado, un militar golpista precursor del chavismo.

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“¿En qué momento se había jodido Perú?”. Con esta pregunta retórica que brotaba de la impotencia ciudadana, Mario Vargas Llosa reflejaba una sensación anclada en la ciudadanía de su país natal en su obra preferida: Conversación en La Catedral (1969), en tiempos de la dictadura de Juan Velasco Alvarado, un militar golpista precursor del chavismo. Por muchas décadas, Perú fue el mejor ejemplo de la decadencia latinoamericana, retroalimentada por golpismo, hiperinflación, guerrilla, represión ilegal, autocracia y pobreza indómita. Pero lo mutó por un cuarto se siglo de crecimiento sostenido en democracia y con indicadores sociales en mejora continua.

La coyuntura también se presta para estas reflexiones en un clima que abruma. El dólar a casi $ 42 en el cierre de un fatídico septiembre no es más que un termómetro del estado de cosas al que llegó la ejecución de una política que prometió hace tres años terminar con el estancamiento, corregir las inequidades y sentar las bases para un desarrollo sostenible. Para colmo sólo la gran incógnita que significa una oposición desmembrada y sin propuestas concretas para ofrecerse como alternativa superadora permite al oficialismo albergar esperanzas para conservar parte del poder en las elecciones del año próximo. Recesión, salarios reales recortados, crédito inexistente, presión impositiva asfixiante, desempleo en alza y pobreza imposible de bajar es una fórmula letal que condenaría a cualquier candidato a una derrota segura a no ser por la debilidad intrínseca de sus oponentes. Es que muchas de las soluciones mágicas que los reaparecidos economistas nacionales y populares enarbolan no solo serían ineficaces, sino que agravarían en el mediano plazo lo que pretenden cuidar. Consignas tales como enfrentar la “avalancha de importaciones” y la “ola de despidos” con cierres comerciales temporarios y con veda antidespidos son por sí solas solo medidas de urgencia con aires de permanencia. Y que muchas veces lograrían el efecto contrario.

En su último informe a sus clientes corporativos, Goldman Sachs pronostica tres trimestres recesivos si se cumpliera la promesa de no expandir nada la base monetaria, ya de por sí de difícil cumplimiento. Es un cambio del paradigma de las metas de inflación a las metas de emisión. En castellano básico: la política acordada con el Fondo para el auxilio financiero solo será factible si se cumple a rajatabla el compromiso fiscal implícito. Por eso, la cuadratura del círculo de lo que queda de este año será intentar acordar con la oposición un Presupuesto creíble para 2019 en medio de un contexto caliente.

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Pero para pensar en una economía que al menos pueda crecer y satisfacer moderadamente las expectativas, se necesita mucho más. Sobre todo, poder contestarse la pregunta que Zavalita se hacía hace medio siglo en La Catedral: “En qué momento se había jodido la Argentina”. Y que la contestación no sea inmediata sino con el tiempo suficiente que precisan la discusión y el consenso. Luego, sí, podrá venir el milagro local.