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De acuerdo en una cosa

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Cuál no fue mi sorpresa el sábado pasado, cuando leyendo los diarios me encontré con que en la penúltima página de La Nación, Ceferino Reato había formulado esta pregunta inapelable: “¿Cómo se puede criticar un libro sin leerlo?”. Ocurre que hace un par de años yo sufrí en carne propia (y en verdad, debería decir: en libro propio) esa clase de irresponsable atropello. Y el que lo perpetró, pronunciándose sobre un libro de mi autoría que desconocía escrupulosamente, no fue otro que Ceferino Reato.

Yo jamás le reprocharía a nadie que ignore lo que escribo; es más, hasta se lo recomendaría. Pero también le recomendaría llevar entonces esa tesitura hasta el final, y no ocuparse en absoluto de mí. Quien quiera hacerlo, por la razón que sea, se obliga a sí mismo a leerme. Y Reato se largó a hablar de un libro mío que en verdad no había leído. Se lo repliqué y él calló, es decir: otorgó. Pero ahora, según parece, ha recapacitado. Lo que sostiene es lo que yo sostuve: que para criticar, antes hay que haber leído.

Lo dijo, claro, a propósito de un libro suyo: reclamando que lo lean a él. Para mí, en cambio, la regla es general. En cualquier caso, por supuesto, yo leí Disposición final, de Reato; lo leí con la mayor atención, de punta a punta. Y sólo después de hacerlo me dispuse a escribir sobre él. Una cosa que me llamó la atención, en aquel libro de 2012, no menos que en el artículo de la semana pasada, es que los debates sobre la violencia armada en los años 70 Reato los concentra exclusivamente en el kirchnerismo. De este modo, no hace sino otorgarle una centralidad total y absoluta en la materia, postura que comparte ante todo con los propios kirchneristas. La pretensión tan fuertemente instalada en y por el kirchnerismo de ser ellos quienes hoy recogen y representan el legado de transformación social que se impulsó en los años 70 es acatada por Ceferino Reato, así sea para polemizar y confrontar con ella. No sé quién puede dar por válida aquella frase de Cristina Fernández de que a su izquierda no había más que la pared, pero Reato da la impresión de pensar por momentos eso mismo, pues en esa antinomia puntual se agota su mayor energía.

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El libro Disposición final a mí me resultó muy útil. Para explicar cómo lo analicé, sin embargo, debería referirme aquí a un libro que yo mismo escribí. Y la verdad, no puedo hacerlo, pues me falta la necesaria inmodestia.