COLUMNISTAS

Dos cronistas ejemplares

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Hay un diario que no leo desde que se convirtió en parte del aparato de propaganda oficial y publica notas dictadas por la Casa Rosada o alimentadas por los servicios de inteligencia. Para hacer un chiste de mal gusto, tengo algunos amigos que escriben allí, pero incluso a ellos he dejado de leerlos para no tener que pasar por la portada y la sección política. Así fue como nunca supe de la existencia de las contratapas que semanalmente escribió durante años Juan Forn. Los viernes es la recopilación en forma de libro de cincuenta y dos de esas notas. Aunque el libro dice que Forn empezó a publicarlas en 2008, la primera se atribuye al viernes 2 de enero, fecha que correspondería a 2009. En cualquier caso, Página/12 ya era lo que es hoy.

Con Los viernes me llevé una gran sorpresa porque las notas son buenísimas. Recuerdo haber leído un par de novelas de Forn en los 90, pero no me prepararon para esta faceta de su obra. Instalado desde 2002 en Villa Gesell (alguna vez le escuché decir que la Costa le daba tiempo y libertad), Forn ha logrado la excelencia en un género híbrido, el de contar vidas trágicas o de una rara intensidad. Si bien unos pocos artículos hablan de la suya, en general se ocupa de personajes fallecidos y el libro se podría describir como una fabulosa colección de obituarios tardíos. En su mayoría escritores y artistas, pero los textos provienen menos de su admiración por la obra de los retratados que de una intención plenamente literaria (y no es necesario coincidir con los gustos de quien piensa que Rulfo es un genio y Proust una lectura imposible). En particular, Forn hace dos cosas admirables: la primera es buscar historias extraordinarias, algunas de las cuales parecen pura fantasía (entre varias, la de Yoshiko Yamaguchi o la de Claude Cahun). La segunda se nota especialmente cuando uno conoce la biografía de los protagonistas, porque su relato mejora todas las versiones anteriores. Forn cumple aquello de que un cuento no es de quien lo inventa sino de quien lo narra mejor. Al punto de que cuando uno lee sobre la vida de Art Pepper, de Sonia Orwell o de Bonnie & Clyde tiene la impresión de que nunca escuchó hablar de ellos.

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Las elaboradas notas de Forn le dan al periodismo una nobleza que rara vez alcanza. Otro libro recién editado lo consigue por un camino distinto. Experimento con la India reúne las notas de viaje de Giorgio Manganelli publicadas en 1975 en la revista Il Mondo. Manganelli evita toda referencia turística para sumergirse en el abigarrado caos de las calles y las creencias, en el olor de las religiones y sus monumentos como único abordaje apropiado para un país excesivo e inaccesible. Su rechazo ante ciudades como Bombay, Calcuta, Delhi o Goa, su fascinación frente a los templos budistas, hinduistas, musulmanes, incluso católicos lo llevan a deslizar que “tal vez en la India no existe el próximo” o que frente a esa puerta infranqueable, hecha de símbolos y de pesadillas, es necesario aprender a “no sentir piedad y al mismo tiempo no ceder a las dulzuras inteligentes del sadismo”. Manganelli se planta frente a un misterio que lo excede y pasa por alto sus detalles para dar cuenta de su aterradora profundidad. Mientras Forn apela al placer de contar, Manganelli intenta comunicar lo inefable.