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crucifijos

Ecce homo

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Me impresionan los crucifijos, sobre todo esos que tienen el Cristo en la cruz. Sé que para los cristianos ese símbolo ya está despojado de la violencia que encarna, pero yo no logro dejar de ver en la cruz lo que la cruz era: un instrumento de ejecución. Si a Cristo lo hubieran matado en una silla eléctrica por ejemplo, ¿llevarían los cristianos sillitas eléctricas colgadas del cuello, habría miniaturas de sillas eléctricas al frente de las aulas y en los templos? Pido disculpas a los católicos que puedan sentirse ofendidos por el ejemplo; sólo pretendo mostrar que para los no creyentes la imagen de un crucifijo puede ser impresionante y violenta. Siempre me emocionaron los evangelios. A los veinte años, cuando me creía un mochilero místico, llevaba encima El Nuevo Testamento y lo leía en plena montaña. Después me distrajeron unas mochileras alemanas. Pero en mis lecturas descubrí que la historia de la pasión, más allá de que uno crea o no en la divinidad de Jesús, es de las mejores que se han escrito: un hombre dice ser hijo de Dios, hace milagros, desafía al poder de turno y es crucificado, se sacrifica para salvar a la humanidad y resucita. Si no fuera una buena historia no habría recorrido tanto camino y sumado tantos adeptos. Y está contada con una simpleza muy poderosa. Como escribió Antonio Machado y canta Serrat, digo que no puedo cantar ni quiero a ese Jesús del madero sino al que anduvo en la mar. La jueza de la Corte Suprema, Carmen Argibay, quiere promover que se saquen los crucifijos de las salas de audiencia. Creo que tiene razón. El Estado debe ser laico. En Tribunales, en la entrada, hay un pequeño altar de la Virgen. Si yo fuera judío o musulmán y me fueran a juzgar ahí dentro, me sentiría en franca desventaja.