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El espíritu de Raúl Ruiz

Ruiz quería explicar lo que el cine y el mundo eran en verdad, detrás de las falsas teorías y las prácticas tramposas.

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Tengo un proyecto en marcha que suena un poco delirante pero me parece justificado. Lo llamo el Diario del Diario de Ruiz y, como su nombre lo indica, es un diario de lectura del Diario de Raúl Ruiz, que se publicó hace unos meses. El de Ruiz consta de dos tomos que hacen unas mil doscientas páginas escritas entre 1995 y 2011, poco antes de morir. No está entero porque Ruiz perdió varios de los cuadernos en los que escribía y porque los editores decidieron dejar afuera un tercio del material. Aun así, es de una enorme densidad, porque si bien Ruiz pensaba llevar un diario asociado a las películas que hacía (siempre estaba filmando, montando, escribiendo, preparando, entrevistando), el cine deja mucho tiempo libre, aun para los autores de más de cien películas, que se puede dedicar a comer, beber, charlar (estas tres actividades pueden ser simultáneas) pero sobre todo a leer, ya que Ruiz era un lector incansable y un pensador permanente. El resultado es un texto lleno de citas y de referencias que sirven de apoyo al continuo filosofar del personaje, que sobre todos los temas que tocaba tenía algo original para decir.

El objeto de un proyecto semejante es menos desentrañar un misterio que acompañarlo, porque parto de la base de que Ruiz era indescifrable. No porque fuera críptico ni oscuro, y menos aun hosco o difícil en el trato (dejó una legión de gente que lamenta profundamente no volver a verlo), sino más bien por lo contrario: era tan abierto que procesaba todo lo que pasaba cerca, una especie de máquina alquímica para transformar las ideas. Atento al arte, a la filosofía, a la ficción y a la ciencia, Ruiz quería explicar lo que el cine y el mundo eran en verdad, detrás de las falsas teorías y las prácticas tramposas. Su Poética del cine, por ejemplo, es un gigantesco esfuerzo por refutar el cine contemporáneo y refundarlo sobre otras bases. Pero la empresa que se proponía Ruiz excedía sus fuerzas y las de cualquier otro. Creo que lo sabía y, por eso, intentó reforzar sus escritos teóricos y su enorme filmografía con otras estrategias. Una de ellas es el Diario: asomarse a él permite intuir un cosmos tanto como un abismo.

Pero también lo fue la novela que terminó en su lecho de muerte bajo el título L’Esprit de l’escalier, una expresión que alude a la experiencia de salir de una reunión y darse cuenta (en la escalera) de cuál era la frase redonda que uno debió haber pronunciado pero no se le ocurrió a tiempo. Pero el libro habla del espíritu de un belga del siglo XIX que vive en la escalera de un edificio donde se celebran sesiones de espiritismo en las que interviene. La novela es muy divertida y muy triste (así era Ruiz), pero también una descripción de la vida de ultratumba, donde “existen el pasado, el presente y el futuro, pero no en ese orden”. Alguien le augura al protagonista que su espíritu sobrevivirá, que será de los más codiciados en las sesiones de espiritismo y que su vida póstuma será interminable. Creo que Ruiz le dio una nueva vuelta al título y su novela alude a aquello que no dijo en su momento y es una convocatoria a escucharlo tras su muerte. Por eso el proyecto de leer con atención el Diario y dejar un testimonio responde al mandato de descubrir cuál era el espíritu de la escalera de una obra colosal.

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