COLUMNISTAS
LA ARMADA BRANCALEONE MARADONIANA CONTRA EL DOCTOR BALBUCEANTE!

El gran traidor

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“Yo soy el gran traidor. ¡No debe haber ningún otro! ¡Cualquiera que piense en abandonar esta misión será cortado en 198 pedazos! ¡Yo soy la ira de Dios!”

Monólogo final de Klaus Kinski en ‘Aguirre, la ira de Dios’ (1972), dirigida por Werner Herzog.

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Adivina adivinador, ¿por qué hace más de un año el Enganche Melancólico renunció, espantado, a jugar en la Selección del fallido Plumereador de Rolls Royces? ¿Quién lo llamó? ¿Qué cosa tan inaceptable le propusieron y no aceptó? Mmm… Quizá nunca lo sabremos. Riquelme no es de hablar y mucho menos el Coco Basile, el primer engañado de este folletín. Qué pena.

La Armada Brancaleone maradoniana, por entonces, inició su heroica cruzada en busca del Santo Grial sin acusaciones, conferencias masivas, coro de barras con pasaporte, cholulos portamicrófonos o frases que sirvan para titular, del estilo “Maradona me traicionó”. Never. Alfito Basile abusó de la palabra “conspiración” en su Twitter, pero el viejo no abrió la boca, ni lo hará. Para él, sobreviviente de otro tiempo, hay cosas que un hombre no hace. El honor no se negocia, viejo. Antes muerto que botón.

Sobre esta nueva ensalada de traiciones, pese a la hipocresía general, se sabrá muchísimo más. Es lógico. Los dioses, desde los griegos hasta el presente, nunca han sido gente de bancarse así nomás una fulería. Se rayan, y fuiste. Te comen vivo.

En su altar de El Mangrullo, Maradona hizo teatro leído y no aceptó preguntas. No estaba del mejor ánimo, explicó. Es lógico. Seguramente pronto recuperará la alegría en algún programa de tele y en exclusiva, con Fantino y Ruggeri o en el living de Susana, la pensadora de Barrio Parque que tan saludable lo veía cuando era un buda stone que zapateaba en la cornisa. ¡A ellos sí les responderá sus incisivos cuestionarios! Todo sea por el amor a los colores.

La Armada Brancaleone maradoniana se la tiene jurada a Grondona pero por ahora apunta hacia el helado corazón del Doctor Balbuceante, presunto autor intelectual del golpe de Estado. Van por él, y lo hacen a partir de una certeza: Bilardo traiciona; Maradona, no. ¡Diego se juega por los suyos!, juran, y eso sí es cierto. Doy fe. Lástima que sus amigos del alma un día son “guillotes” y al otro, “estafadores”; a la mañana, “coimeros” y a la noche, oscares de Hollywood. “Mafiosos”, “don Julios” o “mentirosos”, según pasan los años. Lo que no cambia es el amor incondicional de sus hijas. Tiene suerte. Fueron esas chicas quienes, a un paso del abismo, le revelaron un concepto exótico y desconocido para él: el del límite. Ese sí fue milagro y no el de Palermo.

“Me llamaron para apagar un incendio y lo apagamos”, recreó la historia a su manera Maradona. ¿En serio? Mirá vos. Esa figura me recordó –trucos del inconsciente, colegas– a Catita es una dama, una desopilante comedia de Niní Marshall filmada en 1956. En la primera escena, desesperada por las llamas que devoraban su conventillo, Catita frena a un desconocido que camina por la vereda con un enorme balde. “¡Traiga pacá, diga…!”, grita, mientras se lo arranca de las manos y lo arroja hacia el foco del fuego. No era agua... ¡era nafta! Genial, Niní.

Habrá que desmentir a Maradona. Su paso por la Selección no fue el más corto de los últimos 35 años. O al menos resulta imposible pensarlo en esos términos. Fueron 630 infernales jornadas de delirium tremens, un exótico vodevil donde pasó de todo, como en una de Spielberg, pero con ácido. La mudanza a Rosario para “ablandar” brasileños que terminó en baile; la consigna “¡a la altura hay que golearla!”, previa al 1-6; el renunciamiento de Evita Riquelme; el culebrón del Macrocéfalo Prohibido; la penetración de Pasman y el constante, minucioso, cruel ninguneo a Carlos Bilardo. Hay mucho más, pero me detengo ahí.

Por alguna razón, el Doctor Balbuceante, maquiavélico o reblandecido por los años, soportó en silencio las humillaciones de la estudiantina dieguista. Fue prohibido, aislado y ridiculizado antes de recibir la original acusación de “traidor a la causa”. ¿Qué causa? ¿De verdad el Papa de Viamonte lo puso allí para evangelizar a su ex dirigido Maradona, protegerlo, o formarlo como DT? Suena increíble. Más fácil hubiese sido sobrevivir a una cenita en casa de Hannibal Lecter, muchachos. No way.

El pobre Bilardo, muchas veces pintoresco, otras intolerable, hoy decadente, fue un entrenador de notable capacidad teórica. Su obsesión, sus persecutas, su desconfianza, todo ese desbarajuste anímico terminó siendo funcional a su forma de pensar el juego. Así, sus pupilos, una vez superado el infierno del adoctrinamiento, salían a la cancha capacitados para lograr lo único que a él le importa en la vida: el resultado. Mal no le fue. En dos finales del Mundo repartió laureles con Beckenbauer, el futbolista preferido de Heidegger. No cualquiera, muchachos. A ese DT basureó todo el tiempo nuestro mito nativo en su imparable camino a la gloria. Un delirio. Bilardo quería contestarle, pero fue el mismísimo Don quien anunció, chocho, que finalmente no lo haría. ¡Shhh! Y bueh. Por lo que se le entiende…

¿Hay muchos asesinos en esta comedia negra? Sí, todos. No se salva nadie. Ni el Power Trío (Grondona-Maradona-Bilardo) ni los dirigentes ni el patético cast de viudas o vengadores tardíos que, instalados en los medios, inventan estrafalarias teorías y estrellan pasteles de crema en la cara del enemigo. Cepo para ellos.

¿Cambiará algo, algún día? ¿O estaremos condenados a semejante porquería? ¿De verdad somos tan berretas, compatriotas? Ay. Ojalá que, como por arte de magia, aparezca alguien. No sé, un digno, un incontaminado, uno con quien se pueda razonar o discutir ideas. Digo…

Alguien que, al menos, dé un poquito menos de vergüenza.