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Habla el padre Jorge

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La primera y única vez en mi vida que vi en persona al cardenal Jorge Mario Bergoglio, hoy papa Francisco, fue durante la ceremonia de homenaje a los soldados judíos que combatieron en la guerra de Malvinas, que realizó la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas (DAIA) el 22 de junio de 2012 en el salón auditorio del edificio de la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA).

Luego de terminado el acto, esperé a que saludara a todas las autoridades comunitarias que estaban presentes, me acerqué y le entregué en mano mi libro Los rabinos de Malvinas: la comunidad judía argentina, la guerra del Atlántico Sur y el antisemitismo.
Se mostró agradecido por el gesto y me pidió que por favor se lo dedicara, cosa que ya había hecho antes de ir a su encuentro. “Me ganó de mano”, me dijo sonriente. Intercambiamos unas palabras y me saludó antes de retirarse del lugar.

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Para mí, ya había sido un gran honor que aceptara el presente y el haber podido conversar unos minutos, con quien era el arzobispo primado de la ciudad de Buenos Aires y había estado a pocos votos de convertirse en Papa siete años antes.
Pero mi mayor sorpresa vino casi un mes después cuando sonó mi celular en medio de la primera revisión con el pediatra de mi hija recién nacida. Salí del consultorio para atender sin molestar ya que la pantalla me marcaba: número desconocido.

—¿Hablo con Hernán Dobry? –me preguntó una voz de hombre desconocida.
— Sí.
— Le habla el padre Jorge Bergoglio –me quedé mudo unos segundos. No sabía qué responderle. No todos los días suena el celular y del otro lado se encuentra el arzobispo de Buenos Aires. Sólo atiné a decirle:
—¿Cómo está?
—Muy bien, muchas gracias. Lo llamaba para comentarle que leí su libro y quería felicitarlo por la historia que contó. Es muy importante que se conozca lo que padecieron estos jóvenes, algo tan terrible –yo seguía en silencio escuchando atónito las palabras del cardenal–. El relato me emocionó y era un hecho que desconocía, además de que me resultó muy interesante la parte espiritual que usted narró.

Sólo atiné a decirle que le agradecía por sus palabras, por haberse tomado la molestia de llamarme para comentármelo y que para mí era un gran honor no sólo que lo hubiera leído sino, también, lo que me había dicho.

Cuando se despidió, me quedé unos minutos en silencio mirando mi teléfono, tratando de entender si se había tratado de un sueño, una broma o si, en realidad, había existido ese diálogo con Bergoglio. Un amigo en común me lo confirmó unas horas después, ya que había sido quien le había facilitado mi teléfono.

Esta llamada la comenté con cuantas personas me encontré en esos días. Nunca había vivido una situación así. Atesoré la anécdota en mis recuerdos durante todos estos meses, aunque dejó de estar presente en el día a día hasta el miércoles 13 de marzo cuando escuché el anuncio del cardenal Jean-Lois Tauran que lo habían ungido Papa.

Me temblaron las piernas de la emoción durante casi una hora y no me pude despegar del televisor. La anécdota personal había tomado un cariz diferente. Ahora, no sólo había recibido el llamado del arzobispo de Buenos Aires sino también del papa Francisco, un hecho que llevaré siempre en el recuerdo y no me cansaré de contárselo a mis hijos y a mis nietos (cuando los tenga) hasta que se aburran y me digan: “Zeide, otra vez la misma historia”.
 

*Periodista y escritor.