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La colina

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He oído decir que fuimos a la marcha del 18 para protestar por las trabas para viajar a Miami, qué tontería. La gente que quiere viajar a Miami puede ir cuando se le dé la gana porque le sobra la guita. La gente que sufre por las restricciones, la falta de libertad, de servicios, de trenes en los que ir al laburo, de escuelas, de hospitales, de entubados de arroyos, es la gente humilde, los jubilados que se mueren antes de ganar el juicio por los haberes que les corresponden, los dueños de los kioscos, los docentes, los empleados, los que pelean como leones para llegar a fin de mes, esa a la que según ciertos discursos todo se le da y a todas sus necesidades se atiende.

Yo no quiero viajar a Miami, que es un lugar que me importa un pomo. Lo que quiero es viajar a Turquía. No porque todo el mundo (que tiene guita) esté sacando pasaje a Turquía ya que Turquía, con perdón de los turcos… y las turcas, también me importa un pomo. Lo que me importa es ir a pararme en la cima de la colina de Hissarlik como lo hizo el señor Schliemann allá por los finales del siglo XIX. Es que él, muy rico y muy versado en Homero, creyó a pies juntillas todo lo que decían la Ilíada y la Odisea. El mundo le dijo “pero no, no sea loco, todo eso es mentira”. Schliemann dijo “Troya existió” y armó una expedición y llevó forzudos operarios y se paró en la cima de la colina de Hissarlik y dijo “caven aquí”. Y cavaron y encontraron Troya. Encontraron nueve Troyas, una encima de la otra, y no voy a entrar en detalles históricos porque todo es muy complicado pero el gesto de Schliemann descubrió un mundo y eso es lo que a una le interesa. El gesto, la seguridad, la fe.

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Yo quiero pararme en la cima de la colina y encontrarme con Aquiles y Héctor y Menelao y Paris y Helena y sobre todo con Clitemnestra, para decirle “perdonalos, che, no entendieron nada”. Porque la Clite tuvo que aguantar a un marido tirano que le sacrificó a los dioses su amada hija a fin de propiciar vientos favorables para las naves y después se las tomó durante veinte años para ir a pelear en la guerra. Andá, canalla. Y la Clite, tan maltratada a lo largo de textos y de años, se consiguió otro marido bueno, fiel, hogareño y cuando volvió el que te dije, agarró un hacha y se la dio por la cabeza. Bien hecho, Clite (y eso que yo soy pacifista y estoy contra toda violencia). Eso quiero: consolar a Clitemnestra. Y sobre todo lo que quiero es ver si me contagio de Schliemann; si puedo llegar a tener fe, esperanzas de que todo cambie, seguridad de que el bien va a triunfar sobre el mal.

¿A usted qué le parece, querida señora, estimado señor? Si siento fe, seguridad y esperanzas, ¿llegará el momento en el que podamos disponer de nuestro dinero, de nosotros mismos, del rumbo de nuestros viajes, de nuestras vidas privadas quiero decir, sin que nadie se interponga enarbolando absurdos, contraproducentes y estúpidos planes basados en absurdas, contraproducentes y estúpidas teorías?