COLUMNISTAS

Libros que no hay

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Soy un nabo total! Hace poco pasé dos veces por Panamá –haciendo escala a la ida y a la vuelta de Guadalajara– y no se me ocurrió inscribir una sociedad offshore. ¡Así nunca voy a prosperar! Y eso que  tenía unos patacones que me sobraron de 2001, y que tal vez hubiera podido revender en alguna plaza del mercado global. Si en lugar de haber pasado ambas tardes en el Duty Free, preocupado únicamente por conseguir Gitanes Sans Filtre, yhubiera pensado en mi futuro, seguro me habría dado cuenta, habría emprendido alguna acción financiera (legal, obviamente). Pero no. El emprendedurismo no es lo mío, y  acá estoy, teniendo que escribir por dos mangos, domingo a domingo, llueva o truene, estas columnas sobre libros que nunca jamás agotan siquiera una primera edición, que pasan al olvido incluso antes de haber sido olvidados, en la desazón total. Hay esperanzas, sí, pero no para nosotros. Al menos de vez en cuando encuentro libros que me dan a pensar, que me interesan, y me hacen olvidar, por un rato, mi
pesadumbre (¿será finalmente la lectura una forma de consuelo?). Clases 1985. Algunos problemas de teoría literaria, de Josefina Ludmer, es uno de esos libros, sobre el que ya había reparado el domingo  pasado y sobre el que volveré a ocuparme a partir de ahora.

Aunque no del libro; quiero decir, no del contenido del libro (contenido: palabra que nada significa), sino  de una serie de testimonios, de marcas de época –la que va de mediados de los 80 a mediados de 2010– en torno a la circulación de los libros, a qué significa buscar un libro. En la cuarta clase, el 28 de agosto, Alan Pauls, quien oficiaba como ayudante del seminario de Ludmer, informa sobre la bibliografía a leer, y una alumna le pregunta: “¿El texto de Benjamin dónde está, al margen de la fotocopia?”. A lo que Pauls responde: “Hay un librito de Arca del 70, que se llama Brecht: ensayos y conversaciones, de Walter Benjamin, o bien está editado en Taurus, en Iluminaciones III. El de Arca es muy difícil de conseguir, el de Taurus está agotado”. Más tarde, en la clase 13, del 2 de octubre, la propia Ludmer señala que “vamos a partir para eso de un libro de Peter Bürger, Teoría de la Vanguardia, cuya traducción al inglés salió el año pasado”, es decir, otro libro que no se conseguía (al castellano fue  traducido en la editorial española Península, un par de años después, en 1987). Aclaraciones como ésa se repiten una y otra vez en las clases de 1985: con el mercado editorial todavía no del todo reconstruido después de la dictadura, para encontrar un libro había que buscarlo con mucho empeño.
Hoy, por supuesto, ocurre lo contrario: los libros se encuentran con excesiva facilidad, en librerías o por internet. Pues, permítanme confesarles algo: pocas cosas me deprimen más que hallar fácilmente
un libro. Me contaron que en Subrayados –libro que aún no leí– María Moreno dice que se formó en librerías de viejo, de ahí debe provenir su inmenso talento. Encontrar fácilmente un libro se contradice con cualquier buena formación intelectual. Me contaron también que el editor de una de esas editoriales independientes de ahora habría recibido por Facebook una queja de un lector que no encontró un libro de dicha editorial en Cúspide, al que le había respondido: “Movete un poco y lo vas a encontrar seguro. ¡Caminar no te va a venir mal!”.