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CRIMINALES

Matar al que mata

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Las interpretaciones se van sumando  y resultan ajenas al principio de no contradicción. Ya sea que la conducta delictiva tenga por causante el capitalismo salvaje, el fracaso del Gobierno en su relato subsidiario inclusivo, la trama policía-negocio-narcotráfico, la herencia dictatorial del Proceso, la machacona y obscena prédica histérico-mediática sobre cada hecho puesto las veinticuatro horas del día en todos los canales y en los programas de radio hasta que a ese hecho lo reemplaza otro de calibre idéntico o similar. Pero la respuesta tiene la matriz simplificadora y alucinatoria que patentó el nazismo: la solución final. No importan los matices: te robó dos monedas, violó o mató a tu vecino, elimínalo y ya está.

En otros tiempos, el ojo por ojo suponía una forma bestial, pero didáctica y eficaz, de que el crimen pagara con su cuerpo la comisión delictiva. Luego fue la cárcel la que puso como pago del delito el precio de la privación de la libertad. Ahora, la privatización del negocio de la seguridad supone aquí y allá tanto cámaras como cárceles giratorias o escuadrones de la muerte. Pero tampoco alcanza. En el retroceso a la barbarie, ahora se busca no el imperio del Estado sino su desaparición: mancharnos de sangre las manos en el rito de la horda. Pero quien pretende sancionar por la vía violenta un hecho delictivo no clama al cielo (a falta de otra cosa) por justicia, está indagando en el otro el secreto de su transgresión y quiere convertirse él mismo, oscuramente, en un criminal.

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