Las fotos han dado la vuelta al mundo y me encuentran de paso por Bruselas. La Plaza de Mayo en el momento de alzar los pañuelos blancos quedará guardada para siempre en la memoria, como canta precisamente León Gieco desde el estacionamiento, en un video que también da la vuelta al mundo. Gieco estaba invitado al palco con Madres y Abuelas y no llegó por la cantidad de gente que tomó las calles para expresar su unívoco repudio al decreto que pretende extender la impunidad del 2x1 a los genocidas. Mucha gente habrá decidido salir a la calle impulsada por el terror: lo que no se castiga se repite. Y esta decisión de la Corte Suprema es siniestra y vergonzosa. En contra de las versiones oficiales, que pretenden instalar que esto es historia vieja, fotos setentistas; de reafirmar la falacia de que a los jóvenes no les interesa, de que todo pasa y se olvida, un país entero de pañuelos blancos responde con memoria y con justicia.
A la distancia la imagen es aun más inmediata y poderosa. La plaza blanca parece un fenómeno climático. Y lo es. Nunca se es más argentino que cuando se está fuera de casa: tu gestualidad te delata ante los otros, la historia de tu pueblo se te imprime, tu acento es único y eso te hace más visible. Aún no me llegan los discursos ni las reflexiones, pero el acto inmediato de teñir de blanco la plaza es una síntesis abrumadora, una coreografía autoevidente, un teatro de lo inevitable, una sincronización de lujo que demuestra que a veces –en casos excepcionales– las ideas más simples son las más eficaces.
¿Cuántas veces más debemos juntarnos los argentinos a gritar “Nunca más”? Todas las que sean necesarias. A gritarlo entre nosotros y ante los necios, que han decidido salir como ratas de sus cuevas de odio, que han optado por cubrir cada vez más a menudo las tapas de los diarios con sus infamias. Hasta que una nieve blanca los cubra para siempre, como un manto purificador que la madre naturaleza deposita en tierra firme.
