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No se olviden de Santiago Maldonado

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Las imágenes surgen algo chocantes. El Presidente se muestra tomando helado en Tucumán, de yerba mate. La ex presidenta se muestra compungida en una misa, portando una foto que ya es emblema. Profesionales del desquicio muestran cómo un acto multitudinario y en paz puede mutar varias horas después a un post epílogo violento. Todas estas fotos son del mismo día, el viernes 1.
A ninguno de ellos parece importarle realmente dónde está Santiago Maldonado. Ni la búsqueda de la verdad, lo que es peor.

El helado de Macri simboliza una suerte de negacionismo que abrazó el Gobierno respecto del caso. Como si el Estado y los que ejercen circunstancialmente el control de uno de sus poderes no tuvieran responsabilidad alguna para esclarecer qué pasó y cómo hallarlo.

La ejecutora más visible de esa lógica gubernamental fue la ministra Patricia Bullrich. Se podría entender desde que de ella depende la fuerza apuntada, la Gendarmería. Pero una cosa es el respaldo político a un grupo de subalternos y otra es redoblar la apuesta y poner las manos en el fuego por ellos. Se puede quemar.

En los últimos días y al ver que esa estrategia se le empezó a volver en contra, el Gobierno corrió de la línea de choque a Bullrich y puso a Garavano, ministro de Justicia, y al secretario de DD.HH., Avruj, al frente de la posición oficial. Lo primero que hicieron fue lo que deberían haber hecho hace un mes, cuando se reportó la desaparición de Santiago: recibir a su familia.

Ahora, tomar estos errores o la pésima idea de que el Estado no tiene por qué ocuparse de encontrar a Maldonado (Poder Judicial, ¡teléfono!) como un virtual regreso de la dictadura ofende nuestra inteligencia. También la memoria.

Cristina Fernández de Kirchner y muchos de sus adherentes creen que encontraron en el caso Maldonado la oportunidad de estigmatizar definitivamente al macrismo como el regreso de la represión. Así, detrás de la legítima demanda social de esclarecimiento (que el oficialismo equivoca al adjudicarla en exclusiva al kirchnerismo), CFK lo usa en clave electoral.

Resultó patético –y triste– que el armado que montó en una misa de Merlo por Maldonado se desnudara como una simple e interesada escenografía, cuando la madre de una víctima de la tragedia de Once se acercó a interpelarla. Hay omisiones que siguen doliendo.

La ex presidenta tiene una maestría en el uso de causas nobles en beneficio propio. A lo largo de los 12 años que gobernaron, su marido y ella se apropiaron de banderas que nunca habían desplegado. Y acogieron a diversos grupos sociales, como los de los organismos de derechos humanos, que siempre se sintieron huérfanos de la contención estatal. El precio fue alto.
En esta disputa donde, insisto, parece que no importara la verdad y sí lo que conviene, aparecen actores de reparto que aportan su granito de arena a la confusión general. Y, en ciertos casos, camiones llenos de arena.

A la cuestión aborigen en general y a la mapuche en particular, plagada de complejidades, se suman los dudosos procedimientos de las fuerzas de seguridad y de inteligencia. Miembros de estos dos sectores, con la esmerada colaboración de los violentos de siempre, pretendieron empañar una concentración tan masiva como democrática, pese a la intolerancia de un puñado de sus participantes.

Como viene sucediendo desde hace años, los bandos en pugna cuentan con un inestimable respaldo de medios y periodistas adictos. Negacionistas y aprovechadores reclutan comunicadores que toman postura, defienden posiciones sin matices y divulgan informaciones falsas o rumores sin confirmar que sólo contribuyen a ratificar su posicionamiento. Y el de sus audiencias, que reducen sus capacidades de debatir con racionalidad pensamientos diferentes.

Que un diario haga tapa casi todos los días con Santiago Maldonado o que dos no lo hagan casi nunca y lo cubran desde Policiales o Sociedad, salvo cuando hay incidentes dos horas después del acto del viernes, son apenas botones de muestra de una locura comunicacional que se retroalimenta. Medios audiovisuales, webs y redes sociales multiplican la sinrazón. Hay excepciones, claro. Pocas.

En medio de este fuego cruzado de intereses y conveniencias hay una familia y una sociedad que reclaman saber dónde está Santiago Maldonado. Por eso, cuando da la sensación de que vale todo y que abundarán nuevos intentos de embarrar la cancha, convendría detenerse en no olvidar que hay que buscarlo y saber qué pasó con él. La verdad, nada menos. No importa a quién le convenga. Es lo que necesitamos.