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Pensamiento mágico

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El peso del pensamiento mágico es enorme, pero se habla injustamente poco de él, probablemente porque se lo practica en simultáneo con la política y entonces ciertas suposiciones transformadas en verdad ocupan el lugar antes destinado a la razón.
Tengo varios ejemplos, pero el que más me gusta es el de la culebrilla. He vuelto a pensar en ella porque un pariente la está padeciendo ahora. Es esa enfermedad indiscernible, vulgarmente asociada a la brujería y científicamente explicada como un herpes pariente de la varicela. Este familiar ha consultado varias especialidades que van sumando síntomas por separado y que oficialmente se niegan a decirle “Usted tiene culebrilla”. Porque la culebrilla oficialmente no existe. El dolor interno en la zona de la cintura, el sarpullido en el abdomen y la fatiga general no guardan para los médicos ninguna relación de causa-efecto. “Es casualidad”, le dicen, y le recetan medicamentos asociados a trastornos cardíacos que no lo curan para nada. Así que acude a una curandera. Pero tiene como 25 pacientes en la cola y decide ir a ver a otra. Es la ventaja de este tipo de tratamientos.
Como el señor es marxista, trotskista y materialista, vuelve de la consulta quejándose amargamente: “Ni siquiera me pasó un sapo o tinta china. Dijo unas oraciones y me pide que vuelva una vez por día, nueve días seguidos”. Si el proceso es viral, es probable que en nueve días se termine solo, pero a esta altura la suma de medicamento y oración es poco manejable, y si se cura, no sabrá a qué ciencia atribuirle el milagrito.
Es la misma mezcla de causas que torna complejo lo que es simple. Hace poco, en un simposio de dramaturgia, estuve desgranando esa cuestión en los buenos clásicos, esa alteración sutil de la razón que se da cuando causas y efectos aparecen vinculados de formas menos lineales. En mi modesto ensayo se explican cinco modelos principales: (a) múltiples causas para un mismo efecto (lo cual mezcla causa verdaderas con otras que no lo son tanto); (b) ningún efecto para causas evidentes (donde un personaje tose y nunca se muere de tuberculosis al final, es decir, tose porque sí y esto no es signo sino cosa); (c) ninguna causa para efectos evidentes (las cosas ya están así y nada explica su origen, es la pura catástrofe que tanto fascina al ojo humano); (d) efectos que no pertenecen a sus causas pero que se nos presentan ilusoriamente entrelazados (una causa conduce a un efecto –que no se ve– y otra causa también invisible conduce a un efecto que sí vemos); y (e) una falla “equis” en la relación causa-efecto (sería muy arduo explicar lo de la falla “equis”).
Algún tipo de pensamiento mágico similar (pero fuera del territorio feliz de la ficción) hoy hace creer –por fuerza de publicidad y brujerías– que el modelo de Domingo Cavallo (que Macri ofrece a cara lavada) no nos devolverá al lamentable pasado.