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PERIODISMO

Ruido de fondo

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En los últimos años se ha producido un fenómeno en la prensa financiera. Salvo excepciones, entre las que se cuentan los periódicos The Guardian y Le Monde en Europa, las publicaciones han perdido el rigor en las investigaciones y las páginas de cultura se han convertido en catálogos de consumo, donde se escribe sobre libros y cine en términos publicitarios y no críticos. Al mismo tiempo, la prensa económica ha expandido sus horizontes originales para incluir secciones científicas y culturales de excelente factura. Pero, como no podría ser de otro modo, su eje es financiero y su concepción de lo global se realiza en términos de mercado.
The Guardian, en cambio, intenta bajar la red a pie de calle y poner en movimiento la información, no solo de los actores tradicionales sino la generada por el propio lector, con lo cual podríamos inferir que no estamos solo ante una estructura periodística de alcance global sino frente a una plataforma pública ¿de protesta? Las piedras que surcaban el aire en el Mayo francés para alcanzar a los policías ahora son tuits que pretenden alcanzar al vecino y convocarlo, de ser posible, en la plaza pública. Si el Financial Times transmite valores bursátiles al instante a la tableta de un inversor, The Guardian distribuye consignas morales a los celulares de los ciudadanos. En el otro extremo, el presidente Trump lanza sus mensajes a la red como un apéndice estrella de FOX News.
El capitalismo financiero ha ido imponiendo una rigidez absoluta a los medios y la operación no ha sido compleja. En su mayoría, los medios tienen una relación de dependencia con las entidades financieras a través de sus deudas, situación que permite a los bancos dictar también su line of the day, su línea del día. ¿Dónde está entonces la buena información? En la red. Pero la poseconomía, además de exigir que el ciudadano se convierta en un productor de sí mismo para sobrevivir, también lo emplaza a realizar un filtro propio de información y opinión entre los medios impresos y los digitales, que emergen sin una garantía de sostenibilidad en el mediano plazo. Los sitios web de eldiario.es en España o mediapart.fr en Francia, no alcanzan a cubrir totalmente la realidad como ambicionan debido a su escasez de recursos, pero permiten, un cruce con la comunidad de lectores que incluso avala los proyectos con aportes económicos a través de pequeñas cuotas de suscripción.
Hoy por hoy, la única manera de acceder a la información es asumir un rol activo y desarrollar capacidades que permitan editar la realidad, cruzar lo que se lee en el papel –o lo que de él queda– con aquello que acercan los medios digitales y compartir los contenidos a través de la red social. Un rápido paseo matinal por Twitter, por ejemplo, permite acceder a los materiales que han leído y compartido muchos usuarios en la red. Esto también da pie a una tertulia virtual donde cada uno expresa su punto de vista sobre los hechos y las opiniones publicadas. Obviamente, el periodismo no ha muerto ni está en vías de extinción. Se expande, se expone y se debate cara a cara con cada uno de los lectores, que llegan incluso a producir información mediante un smartphone, convertido en una suerte de unidad móvil que filma y registra. Esto no convierte al lector de la información en periodista, pero transforma su rol pasivo de antaño en una presencia activa y permanente, ya que la red opera las 24 horas del día.
En un momento en que las instituciones muestran signos de obsolescencia y han perdido parte de su capacidad de representación, curiosamente, los medios están siendo transformados desde fuera a través de la red. La secuencia tradicional del emisor y el receptor se altera con una respuesta directa e inmediata en sentido inverso, estableciendo otros tipos de diálogo. De momento caótico, pero fluido; lleno de ruido, pero casi sin trabas. Un ruido de fondo que, tarde o temprano, penetrará en las instituciones.

*Escritor y periodista.