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Mirtha legrand hizo más periodismo esta semana que muchos periodistas de LN+. | Pablo Temes

En cada ciclo lectivo que comienzo a dictar una clase de Periodismo se produce regularmente un particular momento cuando invito a mis estudiantes a pensar si Mirtha Legrand es periodista. El objeto de la reflexión no es debatir sobre la profesión de Legrand, ya que nadie duda de que está más vinculada al mundo del espectáculo que al de la información. Lo que propongo, en cambio, es analizar sobre qué es hoy ser periodista. O dicho de otro modo: ¿qué es lo que convierte a un periodista en periodista?

¿Un periodista se convierte en periodista cuando tiene a su alcance herramientas que le permitan comunicar, es decir, cuando puede acceder a los medios de comunicación? No. La tecnología ha posibilitado que esa opción esté al alcance de todos. Pero el streaming o los sites, y no importa qué tan masivos sean esos streaming o esos sites, no convierten a un periodista en periodista. 

¿Un periodista se convierte en periodista cuando puede brindar libremente su opinión, es decir, cuando puede expresar sus ideas sin ningún tipo de restricción o limitación? No. Las redes sociales hoy permiten que cualquiera pueda dar cualquier opinión. Pero la polarización, que tan bien puede ayudar a sumar montañas de likes o miles de followers, no convierte a un periodista en periodista.

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Luego de varios intentos, aparece la solución al dilema planteado en clase. La razón de ser de un periodista es la pregunta. Porque el periodista, el verdadero periodista, no tiene respuestas, tiene preguntas. El periodista, por lo tanto, se convierte en periodista cuando formula preguntas, no cuando ofrece certezas.

¿Qué es lo que convierte a un periodista en periodista?

¿Por qué, entonces, vincular a Mirtha con el periodismo de forma tan lineal? Porque resulta paradigmático comprobar que durante el gobierno de Mauricio Macri, antes, y durante el gobierno de Javier Milei, ahora, Mirtha Legrand ha realizado más preguntas que muchos periodistas de, por caso, la señal de cable LN+, donde el Presidente suele conceder entrevistas casi a diario. Parece contradictorio, pero no lo es: LN+ es un canal de noticias en el que no hay preguntas para Milei.

Por lo tanto, Mirtha Legrand, que nunca ocultó su simpatía por Macri, antes, ni por Milei, ahora, es alguien que ha hecho más periodismo en estas últimas horas de lo que, por ejemplo, han hecho Luis Majul, Pablo Rossi y Esteban Trebucq desde el 10 de diciembre.

 “¿Qué puede costar mantener el cine Gaumont?”, fue la pregunta que hizo Mirtha esta semana. Tan solo siete palabras pero fueron suficientes para que en las fuerzas del cielo se acumularan nubarrones de un gris cargado de tormenta. Hasta que el propio Milei escrachó a Legrand, retuitueando un mensaje que sostenía que si Mirtha quería rescatar al Gaumont, pues entonces debía comprarlo. Más tarde, la fenomenal presión del ejército de trolls libertarios, amedrentó y obligó a la diva de la televisión a desandar su posición. Mirtha se autocensuró y optó por el silencio luego de confesar que sintió “temor de expresarse contra el Gobierno” porque “te van a retrucar” y eso es “desagradable”.

La pregunta de Legrand, y especialmente, lo que desencadenó esa pregunta, permite repensar la relación que algunos medios, especialmente LN+, han establecido con el presidente Milei en estos últimos meses. Se trata, sin dudas, de un polémico vínculo medios-poder que recuerda el que protagonizó la cadena Fox News durante la presidencia de Donald Trump.

Mirtha Legrand hizo más periodismo esta semana que Luis Majul.

Algo de eso se refleja en La voz más alta, una excelente serie de HBO basada en el libro escrito por del periodista de Vanity Fair Gabriel Sherman, donde se narra el ascenso y caída de Roger Ailes, fundador y presidente del canal de noticias por cable norteamericano Fox News. Ailes era un hombre al que no le temblaba el pulso a la hora de emitir noticias falsas de los políticos que no gozaban de su simpatía. Como fue el caso de Barack Obama o Hillary Clinton. En cambio, Trump recibió siempre un trato muy amigable en Fox News. Una amistad que se vio reflejada en la forma más literal posible: Trump fue el repetido protagonista de Fox & Friends, curioso programa en el que los periodistas, en lugar de hacer preguntas, festejaban respuestas.

En Engaño: Donald Trump, Fox News y la peligrosa distorsión de la verdad, el periodista Brian Stelter, ex corresponsal jefe de la CNN, estableció que los vínculos de Trump con Fox News posibilitaron la involución de una red de noticias hacia lo que denominó como “una TV privada apoyada por el Estado”, en la que se priorizó la opinión política con un claro sesgo ideológico por sobre la información periodística lisa y llana. Porque en Fox News no importaban los hechos, lo que importaba era darle voz a los republicanos que habían accedido al gobierno con George Bush para intentar revalorizar una voz que había estado, presuntamente, silenciada en el mapa de medios estadounidense en favor de los demócratas.

En ese marco, la Fox no tuvo reparos éticos a la hora de desinformar sobre el ataque del 11-S, sobre la Guerra en Irak y sobre el ascenso de Trump. El objetivo no era acceder a la verdad, la clave era triunfar en la disputa política. Periodismo por otros medios. O, más claro aún, periodismo para otros medios.

Roberto Gargarella dio cuenta en estos días de un fenómeno similar que se viene produciendo en la Argentina reciente. En Periodismo de Milei: un nuevo desamparo, un excelente análisis publicado en ElDiarioAr, el jurista sostiene que la era de Milei restaura (con signo invertido) las peores prácticas del fanatismo comunicacional establecidas en los años kirchneristas: sólo se convoca a los partidarios del Gobierno y a los críticos se los invoca para humillarlos. “Sin la síntesis hegeliana, la ‘fase superior’ y más célebre de esa traición en marcha, la representó, como sabemos, el programa 678. Allí, se despedazaba en público, cada día, al que se animaba a pensar distinto; se lo humillaba frente a todo el resto, sin derecho de réplica. Inolvidable: bullying en manada y con risas de fondo. –concluyó Gargarella–. Ahora, los humillados y ofendidos del kirchnerismo iban a tener la posibilidad de hacer docencia. Pero no. No fue así, sino lo contrario”.

Un viaje de regreso, pero en sentido contrario y sin escalas: pasamos de 678 a 876. En definitiva, un camino inverso pero que ofrece el mismo destino: un periodismo sin preguntas.