Lugar: el departamento de Florencia Kirchner (adquirido a un ex funcionario del gobierno de sus padres). Anfitriona: Cristina, habitual residente para atender a su nieta mientras Florencia permanece en Cuba. Convocado: Sergio Massa. Motivo: superar intrigas, divisiones y demandas de poder dentro del Frente para Todos que rozaban al futuro titular de la Cámara de Diputados. Habló más ella que él y hubo un juramento a cumplir, semejante al que en una oportunidad anterior seguramente consagraron Alberto y Cristina: no romper el frente bajo ninguna condición, nunca separarse del acuerdo.
En esa reunión, la ex presidenta también le hizo observaciones a Massa por distintos episodios, sobre su último viaje a los EE.UU. tan caracterizado con la línea Trump o su presunto interés por acercar figuras en la futura conducción de YPF. Al margen de los límites, el interlocutor se retiró gratificado por el compromiso asumido, un pacto de sangre sin sangre: ya forma parte de la troika a institucionalizarse el próximo 10 de diciembre, tiene un porcentaje de esa Junta de Gobierno. No debe ser el 33%, sin duda, pero supone que nunca alguien alcanzó tanto con tan poco. Casi un modelo ganancial, en miniatura, de lo que ya obtuvo Alberto Fernández en esa sociedad donde una puso el capital y el trabajo los otros dos.
Viajes. Más cotizado, el mandatario electo tuvo con Cristina tres horas de gastronomía antes de que uno viajara a México y la otra a Cuba. Claro, no es suficiente la comunicación celular entre ambos –a través de Telegram–, se requiere cercanía física, miradas, confesiones. Comprensible el encuentro, ya que ella podría advertirle sobre el empresario Slim en el que depositó tantas expectativas hace unos años, también sobre su ascendente hijo que alguna vez militó en los cuestionados Legionarios de Cristo junto a otro mexicano, David Martínez, quien no se definía entre la teología o las finanzas, hasta que abrazó con éxito esta última actividad en los bonos basura, por la cual se ha ganado la confianza de la ex presidenta (la visitó hace pocas semanas).
También el dúo habrá dialogado sobre cuatro vetos que le atribuyen a la dama, tres para la conformación del futuro gabinete y uno en el Senado: los que no pasan por su territorio, en apariencia, son Bossio (ex esposo de una consejera letrada de su confianza, enemigo declarado de La Cámpora), Randazzo (al que culpa por haberle hecho perder las elecciones del 2017, hombre de Chivilcoy, tierra del zar de Clarín, Héctor Magnetto), y Redrado (le imputa su presentación en un juicio que la involucra).
Por último, parece negarse a que el cantado senador cordobés Carlos Caserio (herencia de De la Sota) presida el bloque oficialista en el cuerpo y, en su lugar, pretende ubicar a la mendocina Sagasti, última derrotada en una provincia que no la asimila.
Defensa. Por lo menos, a uno de sus candidatos vetados Fernández intentó defenderlo bajo el argumento de que no abundan esas figuras en el mercado, si hasta debe apelar a ex ministros desocupados de Macri como Prat-Gay y solo le falta llamar a Dujovne para completar el cartón. Hasta ahora, se desconoce el final de la gestión, difícil contradicción de quienes gritan que no permitirán jamás la vuelta del neoliberalismo y deben llamar a profesionales de ese sector para que los que auxilien.
De la semana viajera a la amable jornada de ayer en la CGT, bautismo sindical y fotográfico de Alberto en el salón Felipe Vallese. Ni un contenido, salvo lo simbólico. Hubo un ausente notorio (Barrionuevo), pero asistió Moyano quien coqueteaba con su presente y dijo concurrir en nombre de una CTA cuyos gremios no pasan la puerta de Azopardo debido a que no están confederados. Esa inhibición fue un problema para el mecánico Pignanelli quien, por su cuenta, había invitado a Baradel y luego tuvo que bajarlo de la lista.
También llevó su elenco el propio Alberto, sin el presunto ministro que dominará el área, Moroni. Estuvo Gustavo Béliz –ya considerado como el Carrió del próximo gobierno, por su deber como denunciante–, de alguna controversia pasada con los dirigentes sindicales. Paz general y, para los gremialistas, un alivio pasar de un gobierno que los investigaba para meterlos presos a otro, que en principio, carece de esa intención. Tarde, como es costumbre, llegó Alberto al cuarto piso, luego pasaron al salón, de cordial anfitrión actuó Daer, el enlace público de la CGT con el futuro gobierno, aunque el elegido Presidente reserva confidencias y encuentros solitarios con Santa María, su palenque en el desierto y cuando era gobierno con Kirchner, y el bancario Palazzo quien se ganó un espacio al pasarse del radicalismo a Cristina. Un Quijano viviente.
Se evitó hablar de la caída del salario, menos de su recuperación, tampoco de la deuda que el gobierno Macri le debe a las obras sociales. Ni siquiera de otra realidad: los empleos registrados hoy casi son los mismos que en tiempos de Cristina. A pesar de la crisis, claro, un tema para analizar. Tampoco se aludió al famoso Pacto Social que promete ser la estrella publicitaria del próximo gobierno, hoy un dibujo en construcción con organizaciones empresarias. Cumplió la CGT con el espíritu gauchesco que la ha caracterizado: “Alpargata”. Porque calza en cualquier pata.
Compañeros. Si bien era la primera vez que Alberto concurría a la calle Azopardo y citaba como si fueran lo mismo a Rucci con Cristina, más de uno sabe que cultiva ciertas relaciones con gremios conocidos y, en particular, logró que los hijos de algunos dirigentes lo rodearan en un cuarto o quinto círculo.
Es que en las formaciones de su Grupo Callao, por ejemplo, a menudo expone el cura Zarazaga, un jesuita de sólida instrucción que va a las villas, atrapa con sus mensajes a los empresarios y en particular a los jóvenes, como a los hijos del sindicalista Gerardo Martínez o del propio Daer. Además, pertenece a la Compañía de Jesús como el Papa, aunque no parece un fanático de su cuño, extraño en una orden religiosa de corte militar. Por si no alcanzaran esas peculiaridades, su hermano economista, no precisamente keynesiano o estatista, integró un equipo de investigación en los EE.UU. que obtuvo el Premio Nobel. En suma, la visita de Alberto no tuvo la apoteosis de Perón en los 70, pero igual se cantó la marchita: a ver si alguno pensaba que no son obedientes al mandato del general.