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Carros de asalto

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La Biblioteca Nacional me debe mil pesos. Ahora es lo de menos. Me los debe por un artículo sobre Saer que me pidieron para su publicación en la revista digital Estado Crítico. Lo escribí, lo entregué y entregué con él la factura correspondiente.

Hasta ahora no cobré los mil pesos que me corresponden. Es lo de menos, por supuesto. El tiempo corre y la inflación no cede y mi paga, ya magra desde el vamos, se desluce con cada minuto que pasa. Y aun así, sin duda alguna, es lo de menos.

Porque lo que ocurre es que la revista en cuestión fue desguazada, como lo está siendo todo el área de actividades culturales de la Biblioteca Nacional, y otras áreas vitales de la institución también. Hay 240 despedidos. La cifra y el modo fueron tan brutales, que ni siquiera la usual coartada del escarmiento de los ñoquis (equivalente al que, sabiendo que en un regimiento hay un traidor, ordena el fusilamiento de todos sus integrantes) llegó a prosperar en este caso.

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Presumo que habrán visto las imágenes de la Biblioteca Nacional acechada por los carros de asalto de la Policía. Fueron ahí para intimidar y para humillar. Supongamos que la intimidación estaba dirigida a los cesanteados, para que se la aguanten, o a sus compañeros, para que se aplaquen. Aun así la otra parte, la de la humillación, debería alcanzarnos a todos.

Hay que colegir que la distancia y las arduas ocupaciones universitarias han impedido, hasta el momento, que Alberto Manguel se ponga al tanto de lo que está sucediendo. Porque si no, no se entiende que hasta ahora no se haya pronunciado. Es cierto que todavía no entró en funciones, pero no es menos cierto que ya se declaró profundamente honrado por ser director de la Biblioteca Nacional. Y esto es una cuestión de honra. El afirmó que no iba a aceptar despidos, y sería arteramente amañado alegar ahora que su gestión no ha de empezar sino hasta julio.