De general en combate, Néstor Kirchner ha mutado durante las últimas semanas en ambulanciero dispuesto a recoger a cada uno de los heridos por sus bravatas durante la guerra con el campo.
Gobernadores que fueron díscolos, intendentes que se sintieron demasiado usados, legisladores ninguneados y víctimas extrapartidarias del manoseo K fueron circulando por la residencia de Olivos, y no precisamente porque al Primer Caballero se le haya ablandado el corazón.
El tema es que el año que viene habrá unas elecciones plebiscitarias para la gestión pingüina. Y que, para un caudillo en campaña, la soledad puede ser más estresante que para Adán el Día de la Madre.
Mosca blanca en esa agenda resultó ser Carlos “Chacho” Alvarez, quien no tuvo nada que votar ni qué decir durante el agrariazo, tan entretenido como está en el cargo más cómodo de su vida.
El creador de la demoledora y demolida Alianza es, hasta diciembre, coordinador del Mercosur, una tarea que le sirvió de terapia intensiva política tras el ostracismo en el que se encerró cuando, hace casi ocho años, le dio el portazo al tenue Fernando de la Rúa.
Sin embargo, Chacho no se ha ocupado últimamente sólo de recorrer la región y abrazarse con presidentes y ministros suda-
mericanos ubicados al final de elegantes alfombras rojas. También fue reconstituyendo “masa muscular” en su Centro de Estudios Políticos, Económicos y Sociales (CEPES), un ámbito de apariencias académicas desde el cual se fue metiendo en el debate teórico del kirchnerismo.
No lo hizo con genuflexión ni obediencia debida, características ajenas a su estilo e impensables en un territorio tan habitado por los mismos y oscuros peronistas ortodoxos y sindicalistas blindados a quienes combatió con la pluma y la palabra durante toda la década del 90.
Fueron estas últimas razones las que más pesaron cuando Kirchner decidió invitarlo a que se dé una vuelta por la quinta presidencial.
Chacho es un oficialista alineado pero crítico que, más temprano que tarde (tal vez el año que viene, cuando deje los vuelos internacionales y deba acostumbrarse otra vez al cabotaje), estará intentando volver a hacer de las suyas, siempre y cuando las condenas sociales del pasado hayan prescripto.
El tema oficial de la reunión (de la que también participó el secretario general de la Presidencia, Oscar Parrilli, ex enemigo parlamentario de Alvarez durante el menemismo) fue la situación del Mercosur y cuánto puede ayudar al predicamento argentino en el bloque la decisión de pagarle taca-taca la deuda al Club de París. Claro que, aunque se haya pretendido taparlo, también se habló de política local, con un eje nítido: cómo hacer para que la gestión de Cristina recobre impulso y la coalición gobernante pueda relanzarse con renovados bríos.
Chacho le entregó a Kirchner el último número de la revista-libro Umbrales, editada por el CEPES y heredera de la ochentista Unidos, donde brillaban menos los columnistas técnicos de hoy y más los políticos: Carlos Menem, Carlos Gro-sso, Carlos Corach y (para no poner como ejemplos sólo a los polémicos Carlos) José Manuel de la Sota integraron alternativamente el staff de la “mítica” Unidos.
El número 6 de Umbrales llegó a manos de Don Néstor seis días antes de su presentación oficial, que será mañana. Allí pueden leerse críticas bastante duras a las últimas actuaciones del Gobierno, entre las cuales brillan las referidas a la actitud frente al conflicto agrario y a los desmanejos sobre la inflación. He aquí sólo algunas:
Se señalan las “debilidades y errores estratégicos del Gobierno” durante esos cuatro meses de batallas constantes.
Se dice que “la capacidad de ganar y conservar aliados aparece muy cuestionada en el actual elenco gobernante”.
Se cuestiona “la actitud de utilizar las propias convicciones como un refugio desde el cual quejarse por la incomprensión de las clases medias o los malas intenciones de determinados periodistas o empresas mediáticas”.
Se sostiene que “las grandes identidades populares siguen teniendo peso e importancia en nuestra política; no se trata de negarlas ni de suprimirlas de modo voluntarista, sino de aprovecharlas como reservas de sentido y pertenencia históricos”.
Se llama a “evitar por igual las miradas sectarias y nostálgicas de un pasado idealizado, como a las que aconsejan reducir a la política a un eterno y volátil presente”.
En un debate sobre la economía actual, el economista K Roberto Frenkel sostiene: “Si el Gobierno no parte de reconocer que hay un problema inflacionario, no va a haber una política antiinflacionaria. Y la inflación no baja si no es con una política antinflacionaria”.
Vale la pena insistir en que estos argumentos, que bien podría esgrimir cualquier opositor moderado, están impresos en una publicación oficialista, donde se defienden las bondades de los “nacionalismos” y “populismos” que inspiran a varios gobiernos de la región.
La foto de la reunión entre Kirchner y Alvarez tiene tres significados posibles (el verdadero lo definirá el paso del tiempo y de las acciones concretas):
Forma parte de los consejos cosméticos del actual y mediático jefe de Gabinete, Sergio Massa, para actuar cierta civilización del kirchnerismo.
Indica que, ahora en serio (no importa demasiado si por amor o por espanto), el matrimonio presidencial ha decidido volver sobre varios de sus pasos como fruto de una necesaria autocrítica.
Revela que el desmadre dentro de las filas K es tal que por estas horas cualquiera puede venir y dejar sus reproches por escrito, lo que equivaldría al anuncio de una serie de adioses en cadena.
Por lo pronto, Chacho Alvarez ha vuelto a mostrarse como un agudo periodista.