“Chocolate” Rigau parece un capítulo de un manual de pastelería francesa, pero en realidad es uno de tantos titulares sobre casos de corrupción que se acumulan y permanecen en la memoria colectiva como una lista de temas en el recuerdo, de esos cuyos nombres nos suenan pero cuyas melodías ya se nos confunden por ser tantas. Así suenan en nuestra cabeza confundidos: Hotesur, Los Sauces, Antonini Wilson, Cuadernos, Seychelles, La Rosadita, etc.
La corrupción y los escándalos políticos hoy en día hacen que progresivamente la política y sus artífices pierdan la confianza del público. Esto degrada la imagen y el poder de los líderes y el sistema político en su conjunto. En muchas sociedades, a lo largo de la historia, hubo momentos en los que la población se cansó de los políticos, y esto hizo que fueran buscado un cambio en el sistema a veces silenciosamente y otras veces de forma ruidosa, manifestándose en las calles. La marca de nuestro presente es hacer esto muy activamente en las redes que son un canal de expresión del descontento y, hasta en algunos casos, lograron cambios significativos en algunas sociedades.
En muchos sistemas democráticos, las elecciones brindan a la población la oportunidad de expresar su descontento con los políticos y buscar un cambio en el liderazgo o en el partido en el poder. Pero cuando no logran canalizar este descontento se asoman a los abismos de su disolución. Cuando los ciudadanos perciben que los políticos están más interesados en su propio beneficio que en el bienestar público, puede surgir un deseo de cambiar el sistema que es visto como el origen de la desigualdad y el malestar social, el malestar económico, el autoritarismo o el abuso de poder. Esta crisis no solamente es generada por una crisis económica o cambios culturales, sino que también es el origen de estos hechos que luego acaban por instalarse en la sociedad.
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Los cambios en el sistema político suelen ser procesos complejos y pueden llevar tiempo. Si repasamos algunos hechos históricos trascendentes en la historia y nos detenemos en algunos hitos veremos que estos son solamente la punta del iceberg de un largo proceso anterior y el comienzo de otro largo proceso de gestación de lo nuevo.
Por ejemplo, en la Revolución Francesa se ve un cambio político radical, pero esta está precedida por años de la insatisfacción con el sistema feudal existente en Francia y la monarquía alejada completamente de los problemas del pueblo llano y, luego de esta, viene un largo proceso de idas y vueltas hasta afianzar un sistema republicano fiable.
Lo mismo podemos ver en el Siglo XIX latinoamericano en el cual tras años de descontento e incomodidad con el dominio español, las colonias se independizan y luego viven un largo período de inestabilidad política y conflictos de organización interna para decidir sus constituciones y configurarse como un país.
La Unión Soviética experimentó un colapso político y social en 1991 que significó el fin de la Guerra Fría y que venía gestándose al menos desde una década atrás por la insatisfacción con el sistema comunista y sus recurrentes crisis económicas. En la llamada primavera árabe que, entre el 2010 y el 2012, se expandió por Medio Oriente y el norte de África. Estas protestas masivas tuvieron lugar motivadas por la insatisfacción con regímenes autoritarios signados por la corrupción y condenados por la falta de oportunidades económicas.
De igual forma podríamos señalar la lucha por el fin del apartheid y el sufragio universal en Sudáfrica entre 1990 y 1994, la Revolución de los Claveles en Portugal en 1974, la Revolución del Terciopelo en Checoeslovaquia de 1989, las independencias de los estados bálticos, etc.
Con esto vemos que un cambio político es positivo y sostenible cuando no depende de factores circunstanciales y no varía según las circunstancias. Los cambios que se alcanzaron mediante hitos históricos de este tipo estaban enmarcados en un proceso más general y no dependieron solamente de las coyunturas y mucho menos de las opiniones políticas subjetivas que difieren de la ideología, las metas y los valores de cada individuo.
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Por esto, es importante considerar el contexto en el que se produce el cambio político y saber por qué se desencadena todo el proceso. Cuando no entendemos esto, una vez disipado el humo y desarmado el tumulto de las grandes movilizaciones, el problema perdurará. Un cambio político es sostenible cuando trasciende el momento en el que se da el hito revolucionario y es sostenible cuando es positivo.
Se considera positivo cuando respeta y promueve los derechos, la justicia, la igualdad. En una palabra, cuando promueve la ampliación del Estado de derecho mediante la estabilidad, la promoción de la paz social, la participación y la democracia que redundan en una mejora de la calidad de vida. Sin esto, cualquier intento podrá ser mucho el ruido que haga, pero pocas las nueces que pele.
La evaluación de si un cambio político es positivo no es subjetiva y puede variar según quién la haga. Lo que es beneficioso para algunos puede no serlo para otros. Por lo tanto, es crucial fomentar un debate informado y democrático en torno a los cambios políticos y sus impactos y permitir que la sociedad civil participe en el proceso de toma de decisiones.
La participación ciudadana es lo que permite la consolidación de la democracia porque es fundamental para, mediante la evaluación de lo que resulta positivo para la sociedad, consolidar un cambio político que fomente el crecimiento económico, el desarrollo sostenible y el bienestar diario.
La evaluación tranquila de nuestras opciones son las que determinan si lo que hacemos con nuestra bronca es un farolito de papel que dará mucho humo y poca luz, o la antorcha que nos guiará en la noche de la desesperanza.
“He llegado a la conclusión de que la política es demasiado seria para dejarla en manos de los políticos”. Charles de Gaulle, primer ministro de Francia entre 1944 y 1946.
ER / ED