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Derecho de sangre

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La democracia tiene grisuras a las que los argentinos no terminamos de acostumbrarnos. Queremos siempre más: pasiones incendiarias, impulsos trágicos, hubris, abismos y cruces en caminos donde solo hay lugar para uno, locura desatada.

El domingo por la noche y el lunes tuvimos un poco de todo eso. El Sr. Macri se presentó públicamente en estado de psicosis. Escapado de su rol presidencial y de toda contención discursiva, apareció ante las cámaras acompañado de su can Cerbero, para decirnos que las cosas son como él las piensa y que si no se entiende eso, a joderse. Nunca la soberanía había retrocedido hasta tan atrás en el tiempo, hasta los tiempos del poder subjetivado y absoluto que no necesita de las instituciones para imponerse como tal: un derecho de sangre.

Lo que el señor Macri piensa es que la economía es global y que solo importan las grandes empresas (la obra pública, las compañías de aviación, la minería, las petroleras, los fondos de inversión, los bancos, la cotización en NYC). Para eso, naturalmente, hacen falta grandes inversores, mucho crédito, mafias organizadas, capitalismo vil, imperialismo económico y humillación política. Es una pesadilla fáustica.

Las economías domésticas, ligadas al trabajo personal y, si acaso, a la pequeña y mediana empresa, al Sr. Macri le parecen una pérdida de tiempo. Mejor es destruirlas y pasar a lo que interesa de verdad.

No hay necesariamente maldad en el asunto, pero sí fanatismo. Anteponer una idea insostenible de desarrollo (por lo inadecuada históricamente, por lo salvaje) a la posibilidad de subsistencia de la ciudadanía: ahí hay locura, hubris, impulso trágico y abismo.

No hay que ser injustos con el Sr. Macri: no es el único rey loco suelto. El de al lado, el Sr. Bolsonaro, advirtió que se viene una crisis migratoria y que ellos no van a aceptar argentinos exiliados. Señores, seamos serios: tenemos Barcelona.