COLUMNISTAS
los kirchner quieren mostrar que cambiaron

Detalles de urbanidad

La reunión de la Presidenta con los empresarios, intentó ser el inicio de una nueva Era en la imagen K que no sólo apunta al frente interno, sino también al internacional.

Robertogarcia150
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Cerraron el año como si fueran a cambiar. Como si pudieran cambiar. Al menos, ofrecen ahora “detalles de urbanidad”, cita de un cantante español que a ella la emocionaba en sus veintitantos y a la que apeló justamente uno de los agradecidos sindicalistas cuando la saludó en Olivos para despedir el año. Un gesto cortés infrecuente del matrimonio que, unos días antes, había repetido el mismo rito y menú (picada de quesos previa, asado luego) con un núcleo de empresarios favoritos.
No hubo fotos, se colocó un ministro en cada una de las ocho mesas, ella desagotó su cuota diaria de discursos con la bienaventuranza futura y las promesas de felicidad, gracias al proyecto, semejando a un vendedor de lapiceras en el tren con el eslogan “y si todo esto fuera poco...”.

Después, como estudiada anfitriona –al revés de él, que no se movió entre el gentío con la misma disposición–, se repartió para observar los arreglos florales y conversar naderías sobre la salud y la familia de los concurrentes, sorprendiéndose de que –por ejemplo– no veía a Juan Belén (dirigente metalúrgico que oficia de alterno a Hugo Moyano en la CGT) en la silla con cartel que le correspondía, a pesar de haberlo advertido en el ambigú previo, de parados. “No, no lo viste. Te equivocaste. No vino. Sólo llegó Antonio Caló”, le refirió otro gremialista, insinuando una interna en la UOM sobre la cual Cristina evitó interesarse.
A pesar de que el veterano morocho de Avellaneda le despierta cierta curiosidad porque proviene de los tiempos de Vandor, fue cuñado del ronco Luis Guerrero y habitualmente se expresa con una independencia que no caracteriza al secretario general de la mítica organización.
Formas de diálogo distintas. Los empresarios pidieron que, la próxima vez, la convocatoria se realice con las entidades, las representaciones, evitando protagonismos que a ellos no les corresponden (al menos en público).

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No quieren exponerse individualmente en compromisos que luego se conviertan en reproches ilevantables, tampoco que aparezca un líder único del sector.
Ya se lo habían dicho a Julio De Vido, quien se hizo el sordo por orden de Néstor, a cargo de la inquisición doméstica para segregar inoportunos díscolos.
Al revés de Moyano, quien arrea a la CGT sin cuestionarse futuros oscuros: supone que su poderosa organización lo habrá de proteger (¿nadie le comentó que la UOM era en otras décadas mucho más importante que Camioneros e igual se disolvió?).
Por lo tanto, no pidió por sus colegas y gremios ausentes, él y Néstor los consideran perdidos en la disidencia duhaldista.
Hasta, claro, con las mismas misiones: Eduardo Duhalde prometiendo sacar al loco que él puso, mientras el gastronómico Luis Barrionuevo empeñado en igual tarea pero con Moyano, finalmente fue quien introdujo al camionero en la cabeza de la CGT.
A tal punto insinuan cambiar los Kirchner, que Néstor hasta se prestó a un mini reportaje televisivo antes de partir a El Calafate, diálogo tal vez excesivamente amistoso con infeliz resultado: si el ex mandatario se propuso enviar un par de mensajes (Scioli y yo somos uno solo o a mí, por primera vez, también me preocupa la inseguridad ciudadana), fracasó en otro propósito.


Es que si uno hubiera consentido, como el juez Oyarbide, los fiscales y la Justicia en general, que no hubo enriquecimiento ilícito en su jugosa declaración jurada –“es perfecta”, aseguró con precisión de experto contador–, cierta duda razonable reveló en sus palabras cuando tambien afirmó como vendedor de fantasías: me respalda el 50% de la opinión pública del país.
Si cuesta creer en una manifestación, la última delata una peligrosa lejanía de la realidad.
¿Para qué cambiar si todo –económicamente, al menos– dice que estará próspero y diáfano? Un intríngulis del matrimonio o la preocupación cierta ante ténues esbozos opositores.
Les molestan Duhalde y su candidatura –que apresurará otros movimientos–, de ahí que lo lanzaran a Moyano para ladrarle como un bulldog, ocupación que ya no le sienta.
Si hasta intervino en auxilio Alberto Fernández, autor de la frase “optar por Duhalde o Menem es como elegir a Drácula o a Frankestein”, sin determinar como especialista en portentos en qué categoría de beldad humana ubica a los Kirchner.
Más los incomoda Julio Cobos, ese vicepresidente con el cual ni se saludan, ahora con repentino brío oral, custodio de instituciones, defensor de otra justicia, interlocutor con gente de otros países, promotor de uniones y alianzas con sectores diversos, impugnador del Gobierno; en suma, la expresión bienpensante que recauda y sostiene adhesiones en todo el país.
Casi con picardía, el analista Rosendo Fraga compara a Cobos con Arturo Frondizi, al menos en términos electorales.
Recuerda que aquél, pasado el 55, revolucionó y dividió el partido radical –en oposición a Ricardo Balbín–, no sólo con un proyecto desarrollista sino con una proposición de apertura política que incluyó al peronismo (aquel pacto que lo llevó al poder y le costó algún dinero en Madrid), también a una masa de intelectuales que se acercó a esa expresión.
 

Hasta ahora, esa actitud singularmente afecta a los Kirchner y a radicales inflexibles, desbordados por el éxito del otro, que no toleran –como si fueran la reencarnación de Alem– el diálogo, la amistad o la coincidencia con Duhalde, eventualmente con Francisco de Narváez.
Se dicen consecuentes con la historia partidaria al exigir el análisis de sangre de sus posibles asociados. Pero Cobos también se reconoce consecuente de sí mismo: ¿o acaso él no intentó, aproximándose a los Kirchner, buscar un entendimiento colectivo que al dúo santacruceño lo perturba?
Se equivocó, en todo caso, en sumarse sin fijar pautas, condiciones políticas a cumplir. Ahora, los documentos y la firma serán previos a la palabra.
Esto lo confesó como idea cuando vino el delegado de Obama a la Argentina, el mismo que el Gobierno no quiso recibir.
Aunque, lo que más desea Cristina es una foto con el mandatario de EE.UU. y que éste la visite cuando pase por Brasil y Chile (¿también por Uruguay?) en el segundo semestre del año.
Tanto que ahora tentaron a un legislador norteamericano, demócrata, para que visite El Calafate y, de paso, conseguir una visa para mejorar la relación con Washington.
Fácil visita, díficil resultado. Hubiera sido más sencillo congeniar con Arturo Valenzuela o con la embajadora en la Argentina, Vilma Martínez: ellos acceden directamente a Obama.
Pero, tal vez, haya un pensamiento WASP (White, Anglo-saxon and Protestant. Blanco, anglosajón y protestante) en los Kirchner y piensen que los funcionarios de origen hispano no son importantes en la administración norteamericana.