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oficialistas y opositores

Disparates surtidos

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Reclamos. Nuestros jóvenes en situación precaria no llegarán a la ONU, ni son oídos por los políticos. | TELAM

El discurso político se ha vuelto inconsistente como no recuerdo un momento anterior desde la restauración democrática. Cuando llegó Raúl Alfonsín, en diciembre de 1983, la perspectiva de enjuiciar a las tres juntas militares responsables de los desaparecidos y de la dictadura tenía el sonido y las palabras de una epopeya difícil y peligrosa.

Gran audiencia consiguió el debate entre Dante Caputo y el senador peronista Vicente Saadi sobre el tratado de paz y amistad con Chile, que solucionó las cuestiones fronterizas que había atizado la dictadura. A la mañana siguiente de ese debate emitido por canal 13 el 14 de noviembre de 1984, la gente lo discutía en la panadería y en el subte. La victoria discursiva de Dante Caputo fue noticia, sin necesidad de niñitas enternecedoras que impactaran a las almas generosas.

Ya no existen estos escenarios. Tampoco existen en Europa ni en América Latina, donde los líderes nacionales acentuaron sus perfiles autoritarios o la derecha logró demostrar que podía ser elegida y no simplemente impuesta por las armas. Una simpática adolescente de dieciséis años tiene más audiencia que las décadas de movilización ecologista. ¿Discurre mejor que los militantes que la precedieron? Eso no importa, porque mueve más intensamente los sentimientos. La austera emotividad de esa chica no tiene competencia. No habla a través de las cosas, sino que estas se expresan a través de ella. No olvidemos, sin embargo, que la niña vive en una región donde se pagan impuestos religiosamente, donde su educación está garantizada, donde ningún gobernador le podría negar un aborto a una chica de once años violada, como sucedió en Tucumán.

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Clase política. Consideradas las manifestaciones de esta semana frente al Congreso, no hay ninguna chance de que las chiquitas que llegaban con sus madres pronuncien discursos en futuras asambleas de la ONU. Son la juventud y la niñez precaria de las masas movilizadas. Piden comida. Durante el kirchnerismo, más sensible a estas necesidades, aunque insensible a las cuestiones democráticas que habían movilizado en los años 80, esas masas asistían (recuerdo bien los actos) a los discursos de Kirchner en el Luna Park o de Cristina en la cancha de Huracán, para nombrar tan solo dos momentos altos en que identidad y necesidades se cruzaron en el mismo espacio.

Ayer los que apoyan a Macri se movilizaron, como lo hicieron el 24 de agosto, con una consigna voluntarista y de contenidos ignotos: “Se puede”. ¿Qué se puede? Mejor no hacer la lista de lo que pudo el gobierno de Cambiemos, porque parecerían los cargos de un enjuiciamiento social y económico.

De todas formas, la política se ocupa en fortalecer la clase política. No es un juego de palabras. Los políticos (y políticas) buscan su reelección porque han comprendido que su carrera debe ser un curso ininterrumpido. Por eso se cambia de partido, de agrupación, de amigos; por eso se fraguan y se deshacen lealtades.

El discurso político es inconsistente porque se pronuncia con miedo de perder votantes. ¿Cómo hablar de impuestos? El tema impositivo dispara el miedo de que a alguien, que ni siquiera está inscripto y ha gambeteado el monotributismo, lo agarren de las pestañas. Se perderían miles y miles de votantes de capas medias. En un país que se ve obligado por el déficit a emitir o a endeudarse, los políticos tienen prohibido hablar de impuestos. Es un silencio que tiene mucho de siniestro y de mentira.

¿Como hablar de educación sin enfrentar ni negociar con los sindicatos docentes, sobre salarios pero también sobre evaluaciones del desempeño? Todo lo demás que se diga no llegará a los pobres, cuyos hijos no van a la escuela cuando los docentes paran. Modernizar la educación sin cambiar la relación económica e ideológica del Estado con los docentes y de los docentes con su trabajo es simplemente cinismo o verso. Sin pagar impuestos no hay mejor educación, como lo prueban los países donde coinciden los altos impuestos y los mejores resultados escolares. Los argentinos, una vez más, creemos que a la mañana es posible despotricar sobre la educación y a la tarde evadir un poco, no estar inscripto en la AFIP, ni dar facturas.

Ya somos “tercer mundo”, como se decía en el siglo pasado.

Se le escapó. La candidata del Frente de Todos a vicejefa de gobierno de Buenos Aires, Gisela Marziotta, contestó afirmativamente a la pregunta sobre una Conadep para periodistas, que propuso primero Dady Brieva y se colgó el escritor Mempo Giardinelli.

Marziotta dijo que no se detuvo a analizar “el concepto que escondía la pregunta”. Como si alguien dijera “negro pata sucia” y luego alegara que no tuvo tiempo para analizar el concepto. Tiempo tuvo para exhibir sus reflejos de desconfianza hacia la prensa. Las personas se conocen en aquello que dicen cuando se las apura, más que cuando tienen un rato  para pensar, leer las fichas de sus asesores o recordar lo que le dijeron que dijera. Cuando se las apura, les sale el núcleo duro de la ideología, lo que no gobiernan pero está en su cabeza.